Médula es otro
de esos libros terriblemente aburridos con los que la ciencia-ficción contemporánea
nos castiga una y otra vez a quienes nos empeñamos en amar a este género, casi
siempre a causa de las satisfacciones que nos dio en las décadas pasadas. Cómo
este tipo de larguísimas y soporíferas naderías consiguen prosperar entre el
mismo público que defiende el valor como escapismo de este tipo de literatura
es una incongruencia verdaderamente misteriosa para mí.
La verdad es que casi todo alrededor de Médula tenía mala pinta. Es de un autor que es publicado por
primera vez en castellano por La Factoría, lo que si nos atenemos meramente a
precedentes estadísticos, ofrecía más o menos un ochenta por ciento de
posibilidades de que el libro resultara ser un rollo. Va de objetos grandes,
de ésos que van por el espacio y ocasionalmente chocan, y hace que la cf de
objetos grandes que chocan no me da ninguna alegría desde la última novela de
la Cultura de Iain Banks, sin que exista otro referente de interés en este muy
especializado subgénero precisamente desde la anterior novela de la Cultura de Iain Banks.
Sin embargo, había dos razones que me impulsaron a la lectura: una, que los
relatos de Robert Reed a los que he tenido acceso están claramente por encima
de la media, con una atractiva combinación entre temáticas de cf estrictas y
un manejo correcto de los recursos literarios. Otra, que el libro había
resultado finalista en el Hugo, lo que no es mucho decir, pero suele ser un dato
de interés en ciertas circunstancias. Por ejemplo, cuando la obra finalista
corresponde a un autor que no forma parte de la lista de los obvios, y que por
tanto sólo puede haber llamado la atención de los votantes por su calidad.
Pero Médula realmente
destroza las expectativas a una velocidad superior a la de la luz. En el prólogo
-¿qué sería de una novela actual de cf sin un prólogo misterioso,
preferiblemente impreso todo él en una cursiva que nos haga sentir incómodos
en la lectura?- se nos informa de que la acción se va a desarrollar en el
interior de una gigantesca nave espacial, de origen desconocido, de cinco mil
millones de años de antigüedad y grande realmente más allá de la imaginación.
Los terrestres la encuentran, la conquistan, y la dan exactamente el tipo de uso
que cualquiera podría haber imaginado (o no): la convierten en lugar para hacer
cruceros interestelares, a las órdenes de una jerarquía de inmortales que,
realmente, no aprenden nada sobre la vida a lo largo de su prolongada
existencia.
Así que la novela se plantea como una especie de Cita
con Rama a lo bestia, aunque lo malo es que su desenlace también recuerda
al de otra obra de Arthur C. Clarke -que no revelaré, por si acaso alguien se
siente motivado a leer el libo después de todo, aunque sí avanzo que es un
final bastante más idiota que la propia novela en general, que simplemente es
poca cosa-. Eso sí, un Cita con Rama
actualizada para los tiempos que corren, con personajes femeninos dominantes y
liberados que se cepillan a extraterrestres pajarunos y ese tipo de cosas.
En su discurrir hacia desvelarnos los secretos que se
esconden en el interior de la supernave, así como los conflictos que se
establecen entre los diferentes extraterrestres -conseguidamente raros, en
algunos casos-, lo que me resulta más molesto como lector es el ocasional tono
pseudo poético que alguien ha intentado introducir en la historia, no sé si el
autor o la traductora con su extraña afición a la construcción de las frases
en órdenes no convencionales sintácticamente. Una elección de registro
verdaderamente extraña, y que desde luego no ha conseguido resultado alguno.
Comparar los momentos en los que Reed se pone importante con relatos de Bradbury,
o con los cuentos en los que Heinlein estaba inspirado por esa vía, produciría
auténtico sonrojo.
En fin, nada de nada, una vez más. Sólo espero que entre
todos se consiga hacer una criba de las decenas de novelas de autores poco
conocidos publicadas por La Factoría en los últimos años, y que parecen no
haber tenido impacto alguno en la crítica. Me gustaría saber cuáles de ellas
realmente merecen el dinero que cuestan. Seguro que debe haber algunas, pero
personalmente me siento abrumado por su número -y precio-, además de que
parece que he tenido la mala suerte de topar siempre con algunas de las que no
valen la pena.
Julián Díez
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