A
veces, entre la interminable lista de títulos aparecidos cada año, nos
encontramos con libros sorprendentes de la mano de autores de cuya existencia ni
siquiera sabíamos. Éste es el caso de 88 Mill Lane, de Juan Jacinto Muñoz,
un inesperado libro de relatos construidos bajo el estricto canon de la ficción
puramente hedónica.
Juan
Jacinto Muñoz Rengel (Málaga, 1974) lleva ganando premios de relato corto toda
una década, y atesora en sus alforjas los más acreditados del género. No
obstante, el cuento literario sigue siendo el injustificado patito feo de
nuestras letras, y las obras de este autor se han visto condenadas a perderse en
un piélago de antologías y publicaciones puntuales de instituciones de España
y Latinoamérica. Con 88 Mill Lane, el escritor reúne una selección de
sus "relatos londinenses", un conjunto de diez artificios que con un
lenguaje limpio y sólidas estructuras entroncan con la mejor tradición de la
literatura fantástica, acercándola hasta nuestros días y haciendo posible su
convivencia con nuestra cotidianeidad.
De
acuerdo con lo que apunta el prologuista del libro, el argentino Pablo De Santis
(y no parece casual que sea el autor de El calígrafo de Voltaire quien
introduce este volumen, pues son muchos los nexos de unión entre las obras de
ambos escritores), es probable que haya en la elección de Londres como
escenario donde discurren las tramas cierta búsqueda de la distancia, cierto
alejamiento intencionado, que permita dar rienda suelta a la imaginación más
insólita y que aún así los sucesos extraordinarios y las distintas
deformaciones de la realidad no se nos antojen del todo inverosímiles. Durante
mucho tiempo ha prevalecido entre los escritores españoles un miedo paralizante
-que ahora parece rescindir- a abordar lo fantástico; como resultado el lector
se ha ido desacostumbrando a que los acontecimientos fabulosos puedan ocurrir
dentro de nuestras fronteras, en nuestras ciudades, en nuestros barrios. Muñoz
Rengel, para no librar dos batallas al mismo tiempo, salva esta dificultad
situando sus historias en las calles londinenses, en West Hampstead, en los
alrededores de Mill Lane, en Hyde Park, en el London Zoo. Con todo, por si ello
no fuera suficiente, incluso en los relatos más contemporáneos, la ciudad de
Londres nunca parece ser la que de verdad es, no se nos muestra por completo
real, mantiene siempre la aromática atmósfera de la que fue la ciudad de
Stevenson, la de Conan Doyle, la de Chesterton. Moviéndose con soltura dentro
de ese decorado de influencias, las historias de Muñoz Rengel encierran además
en sus tripas un poderoso virus borgesiano; o mejor, a la manera de Bioy
Casares, lo que guarda dentro cada uno de estos cuentos es un Borges depurado de
intelectualismo erudito, y enriquecido con la fuerza de personajes vitales y creíbles.
Si
tuviéramos que definir los relatos de 88 Mill Lane por otra
particularidad, aparte de la inclinación fantástica, que los distinguiera del
resto de los que se escriben hoy en nuestro país, no cabría duda: el respeto
por la estructura clásica del cuento literario. Decía Poe que en un relato
bien construido la primera línea del texto ya debe ir encaminada a su conclusión
final. En estos relatos se cumple esta premisa, y todas las demás dictadas por
los grandes cuentistas. Como en los pequeños mecanismos de relojería se
distinguen las partes y los detalles, las frases anuncian eventos ulteriores,
cada objeto o personaje que aparece tendrá su posterior utilidad, nada es
prescindible. Las piezas de orfebrería de Muñoz Rengel están pensadas como un
todo, un todo ficticio que es un código de pistas encadenadas cuyo único
objetivo es procurar placer al lector.
Hay
en 88 Mill Lane relatos de orientación histórica, como "Las dos
navajas", o de género policíaco, como "La Casa de Strawbrooke",
pero la mayoría tiene de fondo un objetivo de juego filosófico, casi metafísico.
Algunos transcurren en un tono divertido, sin más pretensiones, como "El
libro del Destino", que contiene todas las cosas que sucederán, o "Bestiario
secreto en el London Zoo", un disparatado despliegue de imaginación. Pero
en otros el calado es más profundo. La deliciosa historia de "Los
habituales de La Brioche", que abre el volumen, plantea la posibilidad de
que un escritor con la obsesión de inventar vidas a las personas de su entorno,
a las que usa como personajes de sus obras, pudiera al hacerlo modificar
realmente las existencias de esas personas. "La perla, el ojo, las esferas"
es un episodio inquietante en el que el protagonista se ve cada vez más y más
angustiado por el descubrimiento de una paradoja espacial, la de los universos
autocontenidos. "El desván de Thomas Carlyle" es aún más ambicioso,
y nos arroja a la hipótesis de hasta dónde se podría llegar si a un ser
humano lo educáramos desde su nacimiento en unas coordenadas epistemológicas y
sensoriales por completo distintas a las normales.
Lo
que Juan Jacinto Muñoz ha confeccionado con su selección de relatos no es una
antología que evoca lo mejor que se ha escrito en literatura fantástica, es
una brillante antología de lo mejor que está por escribir. Un libro y un autor
que darán mucho que hablar.
Quique Bermúdez
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