La compleja biografía de Sven Hassel hace que resulte muy
complicado hablar de su persona sin caer en incongruencias, falsedades y
errores. Nacido en Dinamarca, Hassel se nacionalizaría alemán en los años 30
y se uniría al ejército de Alemania durante la época nazi. Sin embargo, una
vez comenzada la guerra, Hassel desertaría y sería internado en un campo de
prisioneros, y ya cuando la guerra comenzara a ir mal, sería colocado en un
batallón de castigo y enviado a combatir al frente ruso. Acabada la guerra,
tras haber visto morir a casi todos sus compañeros, Hassel escribiría hasta
catorce novelas, en las cuales relata sus experiencias en la guerra.
Frente a esta biografía, encontramos la del periodista danés
Eric Haaest, que no dudaría en tachar de mentira toda la obra de Hassel, señalando
que el novelista nunca estuvo en el frente, y aún más, que fue un agente nazi
en la Dinamarca ocupada. Haaest incluso duda de la autoría de las novelas de
Sven Hassel. Todo esto lo explicó hace un par de décadas en un libro en el que
atacaba duramente al novelista, considerando que si Hassel no le ha denunciado
es porque sabe que todo lo dicho es cierto.
Polémicas aparte, hay que reconocer que los libros de
Hassel son una lectura impactante como pocas. Su relato es el de los compañeros
del batallón de castigo en el que se vio obligado a servir, donde cada
personaje tiene una personalidad única, lo que hace que éstos sean increíblemente
atractivos para el lector. Los protagonistas de la novela son disidentes, fugitivos,
delincuentes... que acaban dando con sus huesos en el campo de batalla. Por
ello, aunque la historia narre los avances y retrocesos del ejército alemán en
el frente oriental, lo cierto es que la historia es una crítica a la guerra, al
nazismo y, en general, al fanatismo.
Esta novela, la primera de todas las que escribió, es tal
vez excesivamente torpe en cuanto a la estructura y al desarrollo de la trama.
Comienza con buen ritmo, con una evolución de los personajes, pero hacia la
mitad se vuelve extremadamente repetitiva y el ritmo se hace tan frenético que,
llegados a cierto punto, el lector no llega a asimilar realmente las muertes de
los compañeros de batalla de Hassel. Esto, que podría ser un defecto en
cualquier otra novela, es en este caso una ventaja: según se recrudece la
guerra y se anulan los permisos, los soldados van cayendo en un mundo repetitivo
e interminable de batallas, muerte y desencanto. Si a eso sumamos la desgarrada
descripción que Hassel hace de las batallas, resulta imposible aburrirse
leyendo la novela.
Habría sido preferible, no obstante, un libro más largo.
Quedan muchas cosas por contar, algunos personajes no llegan a tener importancia
porque su aparición es efímera a más no poder. La guerra no llega a terminar,
lo que es una lástima, pues uno se imagina como habría sido la defensa de Berlín
o la retirada hacia el interior de Alemania. Sin embargo, Hassel no quiere en
momento alguno poner buenos y malos en su relato, por lo que pone siempre mucho
cuidado en describir la guerra como un absurdo, como una lucha entre dictadores.
La crítica a la propaganda, al belicismo, a los valores
carentes de sentido y razón serán también una constante en sus siguientes
novelas. Poco a poco, con cada escrito, Hassel iré mejorando su prosa y su
ritmo, y aunque hacia sus últimas novelas los relatos que narre sean ya pura
ficción, digna de película hollywodiense, el bloque central de sus novelas
resulta uno de los mejores alegatos contra la guerra que jamás se hayan
escrito.
José Joaquín Rodríguez
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