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Sueños digitales

 

Sueños digitales
Edmundo Paz Soldán
Alfaguara, 2000

Tuve una profesora en la facultad que no paraba de hablarnos del "espectáculo de la Posmodernidad". Yo sólo saqué una permanente cara de idiota cada vez que mencionaba el palabro. Han tenido que pasar diez años y esta novela para entenderlo.

Sueños Digitales es la historia de unos personajes que invierten su vida en maquillar el mundo que les rodea. Los dos maquetadores de una revista de tendencias (palabra que ya en sí es un claro síntoma de modernez) trabajan "arreglando" los exteriores de una ciudad del interior boliviano, Río Fugitivo, para que parezca tan a la última como un Londres en pequeño.

El estilo y maestría de uno de ellos, Sebas, acaban por llamar la atención del Gobierno: el viejo dictador Montenegro, reconvertido en presidente, quiere también reconvertir la Historia reciente, y eliminar de las hemerotecas la memoria más siniestra de su pasado.

Para Sebastián la vida transcurre entre el visionado diario de Expediente X y la manipulación de fotos de famosos para su revista. Sus collages semanales, sus "seres digitales", empiezan a dotarle de un nombre en la sociedad, pero para Sebas son pura rutina: hasta del porno de Internet hace montajes para su disfrute privado. No se libra del retoque ni su mujer, Niki, guapa por naturaleza.

Para alguien dedicado a quitarle la celulitis a Madonna, la barriga a Brad Pitt, el mal color a su ciudad y a dispersar cadáveres en los escenarios de tragedias, no hay conflicto moral en aceptar la oferta del Gobierno. Sebas ve su trabajo como un medio de poder. Eliminar la historia incómoda del nuevo presidente le hace sentirse un Hombre de Negro: a la vez que los viejos militares desaparecen de las fotografías, los viejos militares también "desaparecen" paulatinamente, o se les pilla suicidándose, instantánea incluida, en el puente del río que divide la ciudad.

Publicada en el año 2000, Sueños Digitales está plagada de guiños al momento en que fue escrita. Así, entre borrados y repixelados; actualizaciones de Quark y Apple descritas al detalle, juegos de Nintendo y suicidios políticos, avanza esta narración en la que lo pop y la tecnología cobran tanta importancia como los manejos de los creadores de realidades digitales. El compañero de Sebas, Píxel, no puede soportar esa realidad: deja el trabajo, bebe y se pierde (literalmente) en un juego online de espada y brujería.

Sebastián también acabará por perderse. Será la vida real, la de siempre, la que acabe con sus sueños de poder. Para cuando el artista digital levanta la vista, todos los disidentes han desaparecido, entre ellos su mujer. Su supervisora militar dejó de existir una tarde, horas después de balbucear sus dudas sobre el proyecto. Y el mismo día en que la oficina de Sebas se convierte en otra oficina con otros redactores y otro título, su calle no es su calle y del edificio entero de su casa no quedan ni los escombros, la suya será otra de las sombras retocables, reflejada fugazmente en la corriente antes de precipitarse en el olvido.

La novela de Soldán no plantea universos alternativos. Más bien convierte la realidad en uno de éstos, en el que el tirano de turno puede manejar a capricho tanto las imágenes como las vidas que hay tras ellas. No es nueva esta forma de tortura: baste recordar el incendio que destruyó el Archivo NO-DO de Madrid, accidentalmente, en 1945.

Tampoco es nueva en la literatura: a muchos ya nos aterrorizaba el doblepensar orwelliano antes de leer Sueños Digitales. Lo que sí atrae de esta obra es la fascinación que los personajes sienten ante la tecnología. Ya sea para rendirse a sus encantos como Sebas, para dejarse morir por ella como Píxel; o por repulsión, como la fotógrafa que no manipula las imágenes de su Leica pero paga a los suicidas para fotografiarles. Todos, incluido el propio autor, parecen necesitar cachivaches, formatos de audio, versiones de Photoshop y modelos de iBook que les rodeen, descritos cuidadosamente, para ocultar el pavor a que su historia quede vacía sin ellos. Una foto gris de una ciudad vulgar en un país pequeño.

Cuando el lector sonríe con sorna en los primeros párrafos, al ver reverenciada la versión 5 del Photoshop y una colección de VHS, no hace otra cosa que seguir el mandato implícito de la novela: actualízate o desaparece. Esto último da más miedo que morir.

Aránzazu Ferrero

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