Tuve una profesora en la facultad que no paraba de
hablarnos del "espectáculo de la Posmodernidad". Yo sólo saqué una
permanente cara de idiota cada vez que mencionaba el palabro. Han tenido que
pasar diez años y esta novela para entenderlo.
Sueños
Digitales es la historia de unos personajes que invierten su
vida en maquillar el mundo que les rodea. Los dos maquetadores de una revista de
tendencias (palabra que ya en sí es
un claro síntoma de modernez)
trabajan "arreglando" los exteriores de una ciudad del interior
boliviano, Río Fugitivo, para que parezca tan a la última como un Londres en
pequeño.
El estilo y maestría de uno de ellos, Sebas,
acaban por llamar la atención del Gobierno: el viejo dictador Montenegro,
reconvertido en presidente, quiere también reconvertir
la Historia reciente, y eliminar de las hemerotecas la memoria más siniestra de
su pasado.
Para Sebastián la vida transcurre entre el
visionado diario de Expediente X y la
manipulación de fotos de famosos para su revista. Sus collages
semanales, sus "seres digitales", empiezan a dotarle de un nombre en
la sociedad, pero para Sebas son pura rutina: hasta del porno de Internet hace
montajes para su disfrute privado. No se libra del retoque ni su mujer, Niki,
guapa por naturaleza.
Para alguien dedicado a quitarle la celulitis a
Madonna, la barriga a Brad Pitt, el mal color a su ciudad y a dispersar cadáveres
en los escenarios de tragedias, no hay conflicto moral en aceptar la oferta del
Gobierno. Sebas ve su trabajo como un medio de poder. Eliminar la historia incómoda
del nuevo presidente le hace sentirse un Hombre de Negro: a la vez que los
viejos militares desaparecen de las fotografías, los viejos militares también
"desaparecen" paulatinamente, o se les pilla suicidándose, instantánea
incluida, en el puente del río que divide la ciudad.
Publicada en el año 2000, Sueños Digitales está plagada de guiños al momento en que fue
escrita. Así, entre borrados y repixelados; actualizaciones de Quark y Apple
descritas al detalle, juegos de Nintendo y suicidios
políticos, avanza esta narración en la que lo pop y la tecnología cobran
tanta importancia como los manejos de los creadores de realidades digitales. El
compañero de Sebas, Píxel, no puede soportar esa realidad: deja el trabajo,
bebe y se pierde (literalmente) en un juego online de espada y brujería.
Sebastián también acabará por perderse. Será la
vida real, la de siempre, la que acabe con sus sueños de poder. Para cuando el
artista digital levanta la vista, todos los disidentes han desaparecido, entre
ellos su mujer. Su supervisora militar dejó de existir una tarde, horas después
de balbucear sus dudas sobre el proyecto. Y el mismo día en que la oficina de
Sebas se convierte en otra oficina con otros redactores y otro título, su calle
no es su calle y del edificio entero de su casa no quedan ni los escombros, la
suya será otra de las sombras retocables, reflejada fugazmente en la corriente
antes de precipitarse en el olvido.
La novela de Soldán no plantea universos
alternativos. Más bien convierte la realidad en uno de éstos, en el que el
tirano de turno puede manejar a capricho tanto las imágenes como las vidas que
hay tras ellas. No es nueva esta forma de tortura: baste recordar el incendio
que destruyó el Archivo NO-DO de Madrid, accidentalmente, en 1945.
Tampoco es nueva en la literatura: a muchos ya nos
aterrorizaba el doblepensar orwelliano antes de leer Sueños Digitales. Lo que sí atrae de esta obra es la fascinación
que los personajes sienten ante la tecnología. Ya sea para rendirse a sus
encantos como Sebas, para dejarse morir por ella como Píxel; o por repulsión,
como la fotógrafa que no manipula las imágenes de su Leica pero paga a los
suicidas para fotografiarles. Todos, incluido el propio autor, parecen necesitar
cachivaches, formatos de audio, versiones de Photoshop y modelos de iBook
que les rodeen, descritos cuidadosamente, para ocultar el pavor a que su
historia quede vacía sin ellos. Una foto gris de una ciudad vulgar en un país
pequeño.
Cuando el lector sonríe con
sorna en los primeros párrafos, al ver reverenciada la versión 5 del Photoshop
y una colección de VHS, no hace otra cosa que seguir el mandato implícito de
la novela: actualízate o desaparece. Esto último da más miedo que morir.
Aránzazu Ferrero
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