Esta novela, curiosamente, se publicó antes en
España que en EE.UU., país de origen del escritor. Brockmeier es un joven y
sobresaliente cuentista que también ha incursionado en el terreno de la
narrativa infantil. Como novelista, me temo, le queda aún bastante terreno por
recorrer para adquirir el mismo dominio que demuestra en la distancia corta. Breve
historia de los que ya no están es una novela de género fantástico
desangelada, de esas que no dejan impronta alguna ni en la mente ni en el corazón;
de esas que a su conclusión colocan en los labios del lector aquella expresión
tan demoledora para el autor de la obra: "Pues vale, ¿y qué?".
La novela se centra en dos líneas argumentales.
Laura Bird, protagonista de una de ellas, lleva tres semanas aislada con dos de
sus colegas en una perdida región antártica. Los dos hombres parten en busca
de ayuda, pero no regresan, y Laura decide salir a buscarlos. Paralelamente, la misteriosa ciudad que
acoge a todos los muertos recordados por los vivos se está quedando vacía.
El viaje extraordinario de Laura por los hielos antárticos
se inspira, tal como reconoce el autor, en las páginas de El peor viaje del mundo, la obra maestra de Apsley Cherry-Garrard. Y
lo hace tan intensamente que uno no puede evitar la comparación, tras la cual,
naturalmente, la descripción de Brockmeier sale apaleada. Tanto el personaje de
Laura como, especialmente, los del diverso grupo que pulula por esa extraña
ciudad en involuntario desalojo están pobremente construidos. Los habitantes de
la urbe parecen haber escapado del guión de alguna producción cinematográfica
desechada por Frank Cappra. Si el lector pone interés en llegar a la conclusión
de la historia, reconocerá, si es habitual del género, que ésta deriva
indecisa entre el elongado escapismo que cerraba la novela Tránsito,
de Connie Willis, y la lisergia que apabullaba al espectador en el tramo final
de la película 2001: una odisea espacial.
No todo es malo. Hay detalles graciosos, como la
culpabilidad de la Coca Cola en el fin del mundo, e incluso algún diálogo
tristón elaborado con cierto ingenio, pero no son más que islas en un océano
de inanidad. Lo cierto es que la aburrida novela de Kevin Brockmeier persigue,
sin llegar a contactar con la literatura new
age, la estela de algunos escritores del buen rollo como Mitch Albom. El
resultado es un fracasado ejercicio novelesco, escrito con evidentes intenciones
metafóricas, cuya presunta profundidad no logra salvar el escollo de una trama
carente de vida. Santiago L. Moreno
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