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Julián DíezNovedades atractivas
La selección del mes
Julián Díez


Iain M. Banks
Excesión

Soltar el libro para encajar maravillas

Excesión

¿Por qué Iain M. Banks es el mejor escritor de space opera en activo? O, tal vez, el mejor escritor de space opera puro de la historia, ya que estamos... Me extenderé para explicarlo a lo largo de este texto, pero permitidme que adelante la razón principal: porque es capaz de poner un talento literario notable al servicio de una imaginación desbordada. La vieja ecuación, una vez más: forma y fondo, estilo e ideas, que sólo dan un resultado óptimo en forma de cf de calidad cuando van juntitas de la mano. Y si la cf en general se ha visto perjudicada por escritores carentes de la capacidad de conjuntar ambos elementos, la aventura espacial, su hermano más revoltoso y frenético, ni lo mencionemos. Por eso resulta especialmente refrescante encontrar que, de nuevo, Banks sale triunfante en Excesión del reto de convertir en una novela de fuste un argumento que haría fruncir el ceño a cualquier lector de fuera del género.

Llevábamos doce años sin un libro de la serie de La Cultura que echarnos a los ojos en castellano. Al igual que en las tres primeras novelas publicadas hace más de una década (Pensad en Flebas, El jugador y El uso de las armas), nos encontramos con una historia totalmente aislada del resto aunque situada en un escenario común: el de un futuro en el que la galaxia está prácticamente colonizada y en el que la sociedad hegemónica es una laxa unión de humanoides e Inteligencias Artificiales conocida como La Cultura. En esta ocasión, el protagonismo se reparte más que en las novelas previas, y hay varios personajes fundamentales, tanto naves espaciales –que son personalidades a todos los efectos en esta sociedad- como seres biológicos.

Todo gira en torno a la aparición de una Excesión: un problema de contacto exterior, una anomalía desconocida, algo de fuera del universo, tan excesivo en sus mediciones que recibe ese nombre de Excesión. Puede ser una puerta para que invasores de otros universos lleguen a la Vía Láctea; tal vez sea un regalo de alguna civilización superior para que los habitantes de nuestro universo puedan saltar a otro. Flota en el espacio ignorando a sus visitantes. A falta de saber realmente qué puede significar, La Cultura es plenamente consciente de su importancia, al igual que una emergente raza de guerreros, La Afrenta. Todo girará en torno al dominio de esa Excesión, la excusa para que se produzca un enfrentamiento en el que no será fácil discernir rápidamente quiénes son los villanos.

Este es el planteamiento, pero a duras penas hace justicia al poderío de la prosa de Banks. En particular, porque es capaz de salpicar las páginas de la novela, como hiciera en las anteriores, de esos momentos de verdadero deleite que sólo puede proporcionar la cf; esos instantes en los que sólo te cabe soltar el libro, tragar saliva, mirar al techo y encajar el concepto que se te ha lanzado. Una nave espacial que recoge a la gente que quiere morir para mantenerles almacenados en forma de muñecos que reproducen, con miles de extras, escenas de batallas famosas. Civilizaciones para las que el Big Crunch es un factor a considerar en sus políticas a largo plazo. Razas enteras que deciden convertirse en divinidades y Sublimar hacia una realidad superior. Depósitos de naves de guerra abandonados que contienen miles de unidades de kilómetros de largo y que, todos sumados, apenas suponen el uno por ciento de las naves empleadas en un antiguo conflicto.

La magia de Banks está en la capacidad de convertir todas estas boutades en material literario, en integrantes de un argumento coherente que seguimos con pasión. Mezclado incluso con una historia de amor, con una reflexión sobre la naturaleza humana (y la robótica), con pasiones, traiciones, adulterios... y todo en un marco coherente y, además, original. Pues como explica el autor en su irónico e imprescindible prólogo, La Cultura es además una sociedad nada menos que comunista, y en la que los derechos de los ciudadanos alcanzan cotas de libertad absolutas. ¿No es todo esto un contraste más que afortunado con el space opera que predomina actualmente?

Sólo dos peros al libro. El primero, la existencia de algunas erratas que, sin resultar tan molestas como en títulos previos de la editorial, siguen sin descender a un nivel aceptable; algunas son tan chocantes como el cambio de nombre de una nave (a veces Tiempo de Matar, otras Hora de Matar) en la misma página. El segundo es que éste es un libro difícil. La inmersión en la historia se hace complicada y exige paciencia. Sería recomendable (ojo, no imprescindible) leer una de las novelas previas, de acceso más suave, o, al menos, el ya citado prólogo del autor. En cualquier caso, el esfuerzo valdrá la pena.

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