Las cosas cambian, sin
duda.
Digo esto porque,
durante mucho tiempo, mi opinión sobre Christopher Tolkien era bastante
negativa, por decirlo de un modo diplomático. Lo consideraba un aprovechado; un
individuo que, a la sombra de su padre, expurgaba una y otra vez sus
pertenencias intelectuales para sacarse un buen dinero. Su proceder me parecía
difícilmente justificable desde un punto de vista moral y, en general, tendía
a encontrar sus actos más bien repulsivos éticamente.
Como decía, las cosas
cambian.
Sigo creyendo que lo que
hace no es del todo correcto. Siempre he pensado que si un autor decide no
publicar algo, ese deseo debe ser respetado tras su muerte. Su obra pública
deja de pertenecerle, es cierto, y pasa a convertirse en patrimonio de todos (y
si al autor le fastidia que reediten ciertas cosas porque las considera un
pecadillo de juventud, peor para él, habérselo pensado mejor antes de
publicarlas por primera vez), pero aquello que él ha decidido no hacer público,
sigue perteneciendo al ámbito de lo estrictamente privado y personal y, por
tanto, nadie tiene derecho a ir contra sus deseos y sacarlo a la luz. Ni antes
ni después de muerto.
Me diréis que entonces
se habrían perdido muchas obras de valor. Que si hubiéramos respetado los
deseos de los autores entonces buena parte de la obra de Kafka no habría visto
nunca la luz, por ejemplo. Y eso habría supuesto una pérdida para todos.
Es cierto, pero me temo
que estamos ante una paradoja que, para mí, es irresoluble. Por un lado, y por
seguir con el ejemplo, todos salimos ganando con la publicación de la obra de
Kafka, somos más ricos gracias a ella. Por el otro, sigo pensando que el autor
es el único propietario de su obra mientras no decida hacerla pública y que,
por tanto, nadie tiene derecho a imponerse sobre sus deseos.
No hay manera de
resolver el asunto, salvo quizá aplicando la máxima de que el bien común y
mayor debe imponerse sobre el perjuicio a individuos concretos. Quizá sea la única
solución válida, pero sigue sin gustarme. Por no mencionar que en nombre del
"bien común" se han hecho, se hacen y me temo que se harán
barbaridades difícilmente justificables. Como decían los robots de Asimov
cuando discutían las leyes de la robótica, y perdón por la digresión, es fácil
decidir qué le hace daño o no a un ser humano concreto, pero ¿cómo defines
lo que le hace daño a la humanidad como conjunto?
En cualquier caso, y
volviendo a tema que nos ocupa, sigo creyendo que Christopher Tolkien no hace lo
correcto al publicar la obra inédita de su padre. La excepción sería quizá El
Silmarillion, que sin duda Tolkien deseaba ver publicado, aunque
tengo mis dudas de que quisiera verlo publicado tal y como finalmente acabó siéndolo.
Pero hace tiempo que dejé
de considerar que las motivaciones que había tras los actos de Christopher
Tolkien fueran las que siempre había creído. Su comportamiento puede parecerme
equivocado, pero no los motivos que hay tras él.
Al fin y al cabo, seamos
sinceros, el hombre no necesita tomarse todo el trabajo que se está tomando
para sacarse un dinerillo. Como albacea de su padre, tiene sus obras publicadas
(por no mencionar los derechos de adaptación a otros medios, la posibilidad de
franquiciar merchandising y muchas otras cosas) para vivir una existencia
más que holgada, él y todos los suyos.
Y por otro lado, no nos
engañemos, salvo contadas excepciones, todos esos libros que Christopher
Tolkien ha ido editando tras la muerte de su padre no han sido precisamente los
grandes éxitos de ventas que algunos se imaginan. Lo cual no es sorprendente,
teniendo en cuenta que su contenido parece más apropiado para despertar el
interés del filólogo o del investigador académico que del aficionado de a pie
a la literatura fantástica.
Porque se está tomando
un trabajo enorme ordenando, revisando, comparando versiones, descifrando a
menudo palabras medio borradas por el tiempo, intentando componer una versión
coherente, anotando aquí y allá, y molestándose en ofrecer al público lo que
es poco menos que un mapa completo del proceso creador de su padre, desde sus
inicios hasta casi el día de su muerte. Es un trabajo que dudo mucho que
compense los beneficios que ha obtenido con esos libros. Es, de hecho, una tarea
que estoy casi seguro de que le absorbe una más que considerable parte de su
tiempo. En cierto modo, Christopher Tolkien vive a la sombra de su padre,
entregado a investigar, analizar y recuperar su obra.
Tras esto, al menos eso
creo, no hay un afán de notoriedad ni una avaricia desmedida ni un deseo
mezquino de vivir de las obras de otro. Pienso que hay, fundamentalmente, amor y
responsabilidad. Pienso que Christopher Tolkien se siente responsable del legado
de su padre y hace lo que hace por los motivos correctos, por más que el hecho
en sí, tal como dije antes, no termine de parecérmelo.
Por otra parte, sería
un hipócrita si no reconociese que, por mucho que en un plano ideal deplore
cualquier publicación póstuma que no haya sido autorizada de forma explícita
por el autor, en el mundo real me he beneficiado del trabajo de Christopher
Tolkien.
Como admirador del
creador de El señor de los Anillos
y como escritor, confieso que he disfrutado de los Cuentos inconclusos y de
El libro de los cuentos perdidos
y de La historia de El señor de los
Anillos. Poder asomarme de esa manera a la mente de Tolkien, asistir
al proceso creador sin ahorrarme ni una de sus etapas, ver cómo su obra fue
creciendo y transformándose en el tiempo no sólo me ha resultado fascinante,
sino que ha acabado siendo útil para comprender cómo funciona todo eso con mi
propio trabajo.
Y sí, también he
disfrutado con la reciente publicación de Los hijos de Húrin y no puedo por menos que aplaudir el
trabajo enorme que Christopher Tolkien se ha tomado para reconstruir la historia
de Turin Turambar y ponerla a nuestra disposición. Ha sido un trabajo de varios
años, estoy seguro, revisando manuscritos, descifrándolos, tratando de
reconciliar una versión con otra hasta conseguir un texto coherente y lo más
fiel posible a las intenciones del autor.
Así que volvemos de
nuevo al principio. Considero que lo que el autor decide que quede inédito,
debe quedar así para siempre. Y al mismo tiempo, me alegro de que no haya sido
así en el caso de Tolkien y que una persona tan concienzuda y entregada como su
hijo se haya tomado el enorme trabajo necesario para que todo eso llegue hasta
nosotros.
Y es que, como dije
antes, la paradoja es irresoluble.
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