El año que viene se
cumplirán treinta años de la primera publicación de lo que, al menos para mí,
sigue siendo la mejor novela de Star
Wars.
Bueno, eso no es decir
mucho, me diréis.
Cierto
que, tanto las novelizaciones de las películas como los distintos libros que
luego han ido saliendo bajo el sello de la franquicia, tienen un nivel que no es
como para tirar cohetes. Recuerdo algunos con agrado (sigo convencido de que la Trilogía
de la nueva República de Timothy Zann haría un estupendo grupo de
películas o tal vez una buena serie de TV) y otros con auténtico horror (otra
trilogía, la de la Academia Jedi,
del infumable Kevin J. Anderson, por poner el primer ejemplo que me viene a la
memoria) pero la mayoría han pasado sin pena ni gloria por mi mente.
De los comics podríamos
decir otro tanto. Recuerdo con agrado la primera serie, publicada por Marvel y
editada en nuestro país por Bruguera (Planeta los está reeditando ahora, por
cierto, así que atención los nostálgicos completistas, es vuestra
oportunidad), pero a veces tengo la impresión de que es más por pura nostalgia
que por otra cosa. Aunque los dos o tres números donde Roy Thomas embarcaba a
Han Solo en una suerte de remake galáctico de Los
siete magníficos tenían su aquel: el jedi loco Don-wan Quixoti no
se me ha ido de la memoria en todos estos años, por no mencionar un conejo
gigante con muy mala hostia.
Luego, de las distintas
series, miniseries y maxiseries de cómic que han ido saliendo bajo la cabecera
de Star Wars pocas son las
que me hayan resultado memorables. Quizá Star Wars: Relatos, una serie trimestral dedicada a historias
cortas, es lo más notable que recuerdo ahora mismo. También podría comentar Star
Wars: Infinito, donde se nos cuenta un "qué hubiera pasado
si" bajo la premisa de que el disparo de Luke no consigue destruir la
Estrella de la Muerte. Tiene su aquel contemplar esas versiones alternativas de El Imperio contraataca y El retorno del jedi.
Pero ninguno de estos
productos ha conseguido hacerme olvidar la novela que Alan Dean Foster publicó
en el lejano 1978 y que yo leí ávidamente en unos días de verano mientras mi
familia veraneaba en Cullera. (Días después encontraría en una librería de
la localidad todos los libros de La
saga de los Aznar y me haría con ellos, pero eso es otra historia y
no sé muy bien si será contada en otra ocasión).
No era la primera novela
de Star Wars que Foster
escribía. De hecho, suya es la novelización de la película original, aunque
el libro apareció como firmado por Lucas. Años después, éste reconocería
que Foster había sido el autor de la novela, aunque creo que muchos aficionados
ya lo sospechábamos tras leer El ojo
de la mente. Había demasiados puntos en común en el modo en que
estaban escritas ambas novelas.
Y ni siquiera la
adaptación de lo que luego sería el Episodio
IV a formato novela era la primera novelización de la que se
encargaba Foster. En realidad, el hombre parece haberse convertido en un
especialista en ese tipo de cosas: ha escrito novelas de Star
Trek, alguna otra de Star
Wars, ha novelizado Alien
(creo recordar que más de una película, de hecho) y, en realidad, parece
haberse encargado de pasar al papel buena parte de los guiones cinematográficos
de ciencia ficción en los últimos veinte años.
Es
un narrador eficaz, que sabe caracterizar adecuadamente a los personajes y
"llena de carne" de forma eficiente el esqueleto que son los guiones
que tiene por tarea novelizar. Sin duda no es un escritor de primera línea,
pero sí un narrador competente, cosa que pocas veces se puede decir de quienes
se dedican a lo mismo que él.
En El
ojo de la mente supo construir un space
opera más que decente usando el universo de Star
Wars. Centrándose en los personajes de Luke y Leia (y, por supuesto,
los dos droides que siempre los acompañan), la premisa de la novela no podía
ser más simple: de camino a una reunión con el grupo rebelde del sistema solar
de Circarpo, las naves en las que viajan tienen un accidente y se ven obligados
a tomar tierra en un planeta supuestamente desierto. Allí correrán un buen
sinfín de aventuras, se enfrentarán a los soldados del Imperio, conocerán a
una charlatana que manipula la fuerza y tiene una astilla de un cristal que la
amplifica, harán nuevos amigos y nuevos enemigos y, finalmente, tras su busca
del cristal completo (ese Ojo de la Mente a la que hace referencia el título de
la novela) terminan enfrentándose al temible Lord Darth Vader en un duelo en el
que, por supuesto, nada se resuelve.
La novela está bien
llevada, los personajes (tanto los que ya conocemos como los nuevos) están
adecuadamente caracterizados y la peripecia funciona, con un ritmo narrativo
bien dosificado y exotismo y acción más que suficientes.
Nadie me convencerá de
que Lucas no usó ideas de esa novela. Por un lado, el planeta en el que caen se
parece demasiado a Dagobah para que sea casualidad y, además, la escena del
aterrizaje forzoso que describe Foster está pasada casi literalmente a la
pantalla cuando Luke llega al planeta de Yoda. Por el otro, cuando varios años
más tarde, en El retorno del jedi,
contemplé cómo Vader tenía un brazo artificial no pude por menos de pensar
que eso era una referencia a la lucha entre él y Luke en la novela de Foster,
donde el malvado Señor del Sith perdía un brazo.
Fue una novela que releí
varias veces, a lo largo de los años. Y aún hoy me sigue funcionando. Más allá
de su inserción en el universo de Lucas, me funciona sin problemas como un space
opera bien llevado y agradable de leer. Y algunos de sus ambientes y
situaciones no han perdido su atractivo con el paso del tiempo.
No tengo muy claro si
esta novela es considerada canónica en cuanto a los acontecimientos que narra.
Pero podría serlo sin problemas: una aventura que Luke y Leia habrían podido
correr entre Una nueva esperanza
y El Imperio contraataca,
puesto que nada hay en lo que ocurre en el libro que contradiga acontecimientos
posteriores. De hecho, en la adaptación al cómic que se hizo años después,
se introdujeron elementos de las películas siguientes, como el Súper
Destructor Estelar de Vader o el personaje del capitán (y después almirante)
Piett.
Poco después, se
publicaría otra novela de Star Wars.
Se llamaba Al extremo de las
estrellas y sus protagonistas eran Han Solo y Chewbacca en una
aventura que (así lo entendí años después) tenía lugar bastante antes de su
encuentro con cierto granjero de Tatooine. También supe más tarde que el libro
era parte de una serie donde se narraban las aventuras de un Han Solo pre-Episodio
IV. La novela no era nada del otro jueves, me temo, pero ya sabéis cómo es el
factor nostalgia: en su momento la leí pero no la compré y siempre he
lamentado no tenerla. Años más tarde, mi buen amigo Rafa Marín me regaló un
ejemplar.
Tras esto llegarían las
novelizaciones de El Imperio
contraataca y, luego, de El
retorno del jedi; las dos me parecieron muy inferiores a lo que había
escrito Foster. Luego, pasaron varios años durante los que, al menos en nuestro
país, no hubo más novelas de Star
Wars. Hasta que Martínez Roca empezaría, con Heredero del Imperio (la primera parte de la trilogía de
Timothy Zann que mencionaba antes) la publicación masiva de las novelas de la
franquicia.
Ahora mismo las novelas
de Star Wars se cuentan
por docenas: tenemos novelas protagonizadas por los personajes de la trilogía
original, por los de la nueva trilogía, por los hijos de Han y Leia, por un
joven Obi-wan Kenobi aprendiendo las artes de los jedis, por el escuadrón de X-Wing
comandado por Wedge Antillies (que alguien, en 1997, tuvo la humorada de
traducir como Cuña Antillana en la primera novela), por casi todo el que ha
tenido algún papel en las películas, en realidad.
Pero ahí sigue El
ojo de la mente. Una novela sólida, bien construida, que sabe tratar
con igual eficacia personajes propios y ajenos y que no ofende la inteligencia
del lector. Algo infrecuente en el mundo de la literatura franquiciada.
Una rara joya, en
realidad.
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