El panorama político y cultural tras la Segunda Guerra Mundial había cambiado ostensiblemente en los Estados Unidos y en el mundo. Los héroes del comic habían vuelto humanizados de la contienda, trocándose así en maduros y melancólicos herederos de hermanos del mismo padre (caso de Steve Canyon respecto a Terry y los piratas o Rip Kirby hacia Jungle Jim o Flash Gordon), sombras acomodadas de los justicieros que pretendían ser en los años treinta (Superman, Batman, El Hombre Enmascarado), valerosos y optimistas americanitos buenos en una Europa o un Asia reconstruida a golpe de improvisación tras la guerra (Johnny Hazard), o detectives más asentados en el mundo real, lejos ya las exageradas persecuciones y los tiroteos de otros tiempos (X-9 agente secreto, ahora llamado por su apellido Corrigan; Kerry Drake). Si antes de la guerra los héroes de los medios consideraban al mundo como algo exótico y explorable, el regreso vencedor a casa demostraría que estaban ya saciados de exotismo. El realismo se había impuesto en el cine, en la literatura, y en los comics.
Algo más tardío en su inmersión en ambientes menos desaforados, Flash Gordon habría de ver, tras la marcha de su creador gráfico Alex Raymond al cuerpo de marines y su retorno a la vida civil como autor de otra serie diametralmente opuesta a la space opera que el rubio héroe del espacio encarnaba, cómo los sucesivos herederos del gran Raymond (Austin Briggs y Mac Raboy) convertían sus andanzas en un tropel de repeticiones sin ton ni son, el encontronazo aventura tras aventura con casquivanas reinas de países exóticos que beberían los vientos por el héroe, con el consiguiente rechazo y final feliz (casi siempre había de por medio un apuesto capitán o un príncipe de sangre azul para recoger las migajas y las féminas en desabillé que el recto Flash dejaba en el camino), y la vuelta a los brazos de la paciente (y en ocasiones insufrible) Dale Arden. Y entonces llegó Dan Barry.
Mac Raboy se encargaba de las páginas dominicales del personaje, siguiendo los repetitivos guiones de Don Moore, y Barry, al principio en solitario y luego auxiliado por genios de la talla de Harvey Kurtzman o Harry Harrison en los guiones y ayudantes de lujo como Frank Frazetta o Jack Davis en los dibujos (hasta que la estética dominante fuera la de Bob Fujitani ya a mediados de los sesenta, fecha donde ciframos arbitrariamente el final del interés de esta etapa del personaje), pasaría a contar las tiras diarias, que habían desparecido del mercado cuando Austin Briggs "ascendió" de división y se ocupó de las dominicales al marchar Raymond a la guerra. Si hasta entonces la serie se había caracterizado por una ciencia-ficción muy light, aventuras centroeuropeas sublimadas en entornos extraterrestres, bellos cuerpos masculinos y femeninos en tensión o reposo atléticos, vestuarios más o menos sensuales y la absurda y divertida alternancia de pistolas de rayos con floretes, el correr de los tiempos crea por fin un personaje de ciencia-ficción puro, donde durante muchos años se eluden o trastocan los que fueran puntos de referencia originales de la serie, llevando por fin al personaje al futuro tal como se imaginaba en la década de los cincuenta. No es de extraño que el inicio de la tira, con el despegue de un cohete en cuenta atrás en medio del invierno y su alusión al calor que éste desprende haya querido verse como un homenaje a Ray Bradbury y su "verano del cohete", homenaje que se repetiría, muchos años más tarde, con la visión de un Marte fantasmagórico poblado de canales resecos y con los espectros de sus habitantes recorriendo como sombras de langostas los espejos.
Flash ya no es el héroe estatuario de Alex Raymond, sino un personaje más humano y realista (que, en ocasiones, remite al físico de actores como William Holden o Kirk Douglas), dueño de una voluntad de hierro y una moral a toda prueba. En los años cincuenta, Flash se convierte por fin en un ser humano que es herido y sufre, que se las ve y se las desea para vencer a sus enemigos o, durante mucho tiempo, vagará como alma en pena porque Dale Arden va a casarse con otro hombre. El Flash Gordon de una década anterior no habría pasado, como éste, tantas semanas con un ojo a la funerala tras la paliza recibida en la lucha contra un reyezuelo extraterrestre.
El blanco y negro de la tira refuerza (como ya sucediera en el cine de la época, recuérdense La ley del silencio o Los mejores años de nuestra vida) esa curiosa sensación de realismo dentro de unas aventuras de ciencia-ficción. Los cohetes, aun siguiendo la estética hoy anticuada (pero encantadora) de los años cincuenta, ya no son simples pirulíes con remaches, y se concede a la maquinaria y las escafandras, a los radares y pistolas de rayos, la necesaria importancia visual, acorde a los tiempos que corren: la imaginería de revistas como Astounding había llegado a las tiras diarias. De vez en cuando, posiblemente presionado por el syndicate propietario, Flash desciende a planetas lejanos donde imperan las inevitables dictaduras feudales y, es sabido que contra la voluntad del artista, acabaría por retornar a un planeta Mongo donde ya no aparecerían los familiares secundarios de otros tiempos y hasta se sustituiría al emperador Ming por su hijo... aunque pareciera su gemelo clónico. Tampoco es de extrañar que el tercer personaje protagonista de la serie, el científico Hans Zarkoff, tardara varios años en regresar a la tira, pues se desprende que el "nuevo" Flash es dueño de una sólida formación científica, dada su profesión de astronauta aventurero.
La moda de los ovnis, que tanto ayudaría a establecer la popularidad de la ciencia-ficción durante los años cincuenta, se aliaría al miedo anticomunista y a los enemigos "infiltrados" dentro del sistema. De ahí saldrían los "skorpi", precursores de los Skrull marvelianos y los invasores televisivos, los extraterrestres camaleónicos empeñados en camuflarse dentro de la humanidad, a la que pretenden dominar. Un penal espacial, los proyectos de encontrar agua en el cinturón de asteroides, una patrulla juvenil de aspirantes a astronautas, los poderes psíquicos de uno de esos niños, la construcción de un arca espacial, viajes a la Atlántida, piruetas temporales, teleportación, críticas al robotismo y al comunismo unidas por la aparición estelar de Nikita Khruschev como secundario, la búsqueda no de oro sino de materiales radiactivos, casinos en el espacio, el encuentro con la perra Laika en la luna y el enigma de la tabla de los elementos químicos... ciencia-ficción como pocas veces se ha visto, auxiliada por una estética que sería imitada una y mil veces durante más de veinte años.
Nunca, nunca fue mejor Flash Gordon, el héroe del espacio por excelencia. |