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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín


50 obras maestras del comic de cf (III)

Thorgal
de Rosinski y Van Hamme
(1976-2000)

Cuesta trabajo clasificar este tebeo: ¿Fantasía? ¿Ciencia-ficción? ¿Tebeo histórico? ¿Aventuras de vikingos? ¿Espada y brujería? Todo eso y un poco más es Thorgal, el heredero de los seres venidos del espacio, recriado como bardo pacifista entre los piratas del mar del Norte, un personaje creado en 1976 por Grzegorz Rosinski y Jean Van Hamme, y cuyas aventuras abarcan hasta el momento sus buenos veinticinco álbumes.

Thorgal

Publicados con cierto desorden en nuestro país (primero como serial en las revistas de Nueva Frontera, luego como álbumes en tapa blanda por Distrinovel, después por Zinco, y por fin por Norma Editorial, que hace un par de años empezó la reedición en un mismo formato unificado de toda la serie), los álbumes de Thorgal nadan perfectamente entre géneros, suponiendo por un lado un acercamiento a la fantasía heroica con una amplitud de conceptos y tratamientos de los que mucho tendría que haber aprendido el hoy difunto Conan y sus imitadores de medio pelo, incapaces de ver más allá de las limitaciones de un género que no tendría por qué ahogarse en los repetitivos esquemas a los que el bárbaro cimerio se ha visto abocado desde sus comienzos. Por otro lado, si ya en ocasiones se apunta al guionista Van Hamme como el sucesor del no menos genial Jean-Michel Charlier, hay rastros del Teniente Blueberry en su personaje, siempre desclasado y apartado de la violencia de sus congéneres (Blueberry era originalmente un sudista que obligado por las circunstancias pasó al Norte, y tras incontables idas y venidas, desertor del ejército, preso fugado y renegado refugiado entre los indios, peripecias que, a su modo y en su tiempo, el propio Thorgal vendrá sufriendo desde sus inicios al verse enfrentado a todo tipo de barbarie en su condición de héroe sereno y diferente), marcado desde el principio por una cicatriz en el rostro (como Blueberry tiene la nariz rota tras su entrada algo caprichosa en la Guerra de Secesión), y poseedor de una armoniosa filosofía de la paz que hereda sin saberlo matices de nuestro Capitán Trueno y se entronca, dentro del mismo comic de vikingos que pone al día, con el sentido del honor, el amor y la familia de Principe Valiente, quizá referente inevitable y alfa y omega del cómic como medio de expresión, como arte y como literatura de la imagen.

Thorgal

Las historias de Thorgal y sus compañeros se enclavan en un mundo medievalista oscuro y luminoso al mismo tiempo, donde no hay limitaciones históricas más allá de la nomenclatura vikinga de los personajes, y donde la meditada falta de molestos textos de apoyo convierte a esta historieta en un experimento moderno y activo, pura poesía de las imágenes con un sentido narrativo que entronca sus aventuras con el medio cinematográfico parejo al cómic y que no necesita esa dimensión añadida que los tebeos utilizan más por rellenar huecos de guión que como verdadera ayuda narrativa. Thorgal vive sus andanzas en una tierra poblada a la vez por supervivientes de civilizaciones estelares, de la que él mismo es ya único representante, junto con duendes, bárbaros, dragones, magos, hechiceras, mundos paralelos y puertas al más allá que rompen las barreras del espacio y del tiempo.

Thorgal

Sus mitologías son siempre originales, herederas de todos y de nadie, un producto sorprendentemente fresco y nuevo capaz de encandilar con cada entrega. Los elfos de las leyendas escandinavas se reconducen con la ciencia-ficción heredera de las elucubraciones (¿falsas?) de Von Däniken, y el deambular caprichoso del personaje lo lleva a islas-continentes donde los dioses mayas o aztecas tienen otros nombres y otros cuerpos pero la misma crueldad evidente, a mares helados en los que agonizan los dioses de las estrellas ahogando consigo sus secretos de magos y sus debilidades de hombres imperfectos, a glaciares en los que el tiempo se detiene y la ilusión de la vida eterna se quiebra como un cristal cuando la vida exterior se cuela de rondón entre las paredes de hielo, a entornos mediterráneos donde los torneos con arcos y flechas y las galeras piratas y los esclavos rebeldes alternan con reinos de cuento de hadas y sátrapas crueles capaces quizá en última instancia de algún sacrificio poético. Sagas como las de El país Qâ, aventuras como la de La guardiana de las llaves, personajes secundarios como Loba y Jolan, los misteriosos hijos mutantes de Thorgal y de quien mucho tendrían que aprender otros niños y otros mutantes de los comics que sufrimos, la dramática maga Slive o la despectiva y caprichosa mujer guerrero Kriss de Valnor, despechada enamorada del héroe capaz de convertirlo, sabiamente en off y durante un par de álbumes, en un sanguinario guerrero llamado Shaigan que niega todo lo que Thorgal es (como si los autores pusieran punto y final a la moda de los reversos tenebrosos de los héroes de la que se ha alimentado en los noventa todo el cómic de superhombres norteamericano), se encuadran entre los mejores momentos que el tebeo de aventuras europeo (o el tebeo en general, qué demonios) ha producido en fechas recientes, y al menos una de las diversas paradojas temporales que la serie ha propiciado hasta el momento en su maravillosa capacidad de sorprender de una aventura a la siguiente, el álbum titulado El señor de las montañas, queda como una de las obras maestras absolutas del comic de todos los tiempos.


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