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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín


50 obras maestras del comic de cf (V)

El Eternauta
de H.G. Oesterheld y Solano López
(1957)

El Eternauta

Si alguien pensaba que la ciencia-ficción era cuestión de oropeles, de escenarios exóticos y de rubios héroes del norte, si todavía la rémora de la imitación sobre lo americano o extranjero pueda pesar sobre conceptos que no tienen dueño, porque son universales y eternos, si aún se acusa al comic, la ciencia-ficción literaria o el cine mismo de ir a remolque de lo que el gran padre blanco saquea e impone, es que todavía, en su santa inopia, hay quien no conoce una obra capital, del tebeo y la ciencia-ficción, de la narrativa (dibujada o no) con hondas raíces hispanas, como es El Eternauta.

Juan Salvo es un personaje como usted y como yo, un padre de familia de un barrio obrero relativamente acomodado en Buenos Aires: la misma identificación se produciría si estuviera en Toledo, o en una de esas maravillosas urbanizaciones que ahora están de moda. Una invasión extraterrestre que parece un castigo de Dios, en tanto que jamás los pocos supervivientes que tratan de reorganizarse y combatir la amenaza llegan a ver quién está de verdad manejando los hilos del ataque y han de verse las caras una tras otra con oleadas de diversos enviados, cada uno más potente y amenazador que el anterior (cascarudos, manos, gurbos, hombres-robot son los motes que los valerosos defensores irán poniendo a cada uno de esos vicarios del invasor en la Tierra), logra crear una atmósfera asfixiante, una terrible sensación de déjà vu (o será que, conocida la historia de lo sucedido luego en Argentina y al guionista Oesterheld, desaparecido durante el golpe de Videla, la segunda lectura es hoy inevitable) que se refuerza maravillosa y dulcemente en la pirueta final de la historia.

El Eternauta

Serializada semanalmente en la revista Hora Cero, El Eternauta es una historia de hombres y de héroes, de terrores y de valentía, de lo futil del combate y también de la gloria de la raza humana en tanto unión contra lo desconocido. La prosa de Oesterheld es hermosa, capaz de contrapuntos poéticos y de duros alegatos a favor del heroismo. Los dibujos de Solano López llenan la historia de olores a sudor, de texturas de pana y cuero y sabores de óxido y tierra. Este gran tebeo, mezcla de ciencia-ficción y anticipación política involuntaria, no rehúye convertirse, durante momentos largamente sostenidos en el continuará de la historia, en claustrofóbica historia de terror: los personajes atrapados dentro de la casa, incapaces de salir al exterior porque la nieve blanca los envenena y los mata; el suicidio consciente de quien no soporta más el encierro y sale a la inútil búsqueda de su familia; los esfuerzos de Juan y sus compañeros por fabricar un traje aislante que los proteja de la muerte en la búsqueda de armas y alimentos; la ley del más fuerte que impera en la ciudad cuando la ley "normal" ya no es suficiente y la humanidad se enfrenta al miedo de la supervivencia, antes de ser conscientes de lo que pasa y acabar por unirse de nuevo; el aislamiento de los medios de comunicación, silenciados tras la nevada mortífera; el encuentro poco a poco con el orden que pretende regresar, encarnado en unas milicias que tienen mucho de guerrilla, y por fin el descubrimiento de lo que ocurre, cuando uno tras otro los monstruos del espacio intentan aplastar la resistencia que queda enviando a sus esclavos sin mente a dominar una revuelta que ni siquiera existe, en tanto que es lucha por la simple subsistencia.

El Eternauta

Hay ecos de John Wyndham, quizás, en esta historia-catástrofe, pero allá donde El día de los trífidos, por ejemplo, plantea una situación pesadillesca que poco a poco va perdiendo fuelle hasta derivar en un final feliz, la narración de Oesterheld va descubriendo, capa tras capa, los horrores de quienes son entes superiores y, por eso mismo, desprecian la vida de quienes están por debajo. En su lucha contra los invasores, en el largo trayecto personal que va del Juan Salvo padre de familia al ser cósmico conocido por El Eternauta, Oesterheld irá destripando al poder como máscara sin substancia, y siempre los terrestres irán dando tumbos de una amenaza a otra superior, como si en el fondo la historia fuera, hoy, un videojuego despiadado al que no hay salida. Pero al ir evolucionando, la aventura personal de Salvo irá dando paso a un héroe colectivo, donde personajes secundarios como Franco el tornero, Mosca el historiador o el físico Favalli ganarán matices heroicos a medida que la situación se vaya volviendo insostenible y acaben por convertirse también ellos en hombres-robot. Es entonces cuando la guerra está ya perdida, cuando el Robinsón moderno que es Juan Salvo queda aislado una vez más y por accidente se convierte en El Eternauta, un ente cósmico que relata la historia, desde el principio, a un guionista de historietas encarnado por H. G. Oesterheld y que dejará un final abierto al advertir que su deambular por el tiempo y el espacio le ha llevado de regreso al tiempo anterior a la invasión, cuando el mundo era feliz y la memoria que al héroe se le borra ni siquiera existía.

Años más tarde, Oesterheld retomaría esa paradoja temporal y, esta vez con Alberto Breccia, entregaría un remake algo más adulto y político de su personaje más característico. En ambos casos, la historia cierra con un Oesterheld que, abandonado por el Eternauta que le ha hecho partícipe del horror que le espera a la humanidad en el futuro, se pregunta si esa pesadilla llegará a ser posible. Desgraciadamente para el genial autor (el maestro, como lo llaman con toda justicia en su tierra), en su caso sí lo fue. El Eternauta supone a la vez proyección y testamento, elucubración del futuro y quizá presagio de los tiempos que aguardaban a Argentina y a Latinoamérica y ahora es imposible comprender su historia de otra forma.


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