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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 obras maestras
del comic de cf (XXIII)

Érase una vez en el futuro
de Carlos Giménez
(1980)

Érase una vez en el futuro

Una y otra vez, la figura de Carlos Giménez es un referente inevitable cuando se trata de equiparar el arte de la historieta con los potenciales que podrían desarrollarse a poco que se exploraran sus recursos y se intentara en serio entroncarla con la literatura. El caso que ahora nos ocupa, la breve selección de relatos titulados Érase una vez en el futuro, aúna las atmósferas asfixiantes del relato escrito con la expresividad que sólo la imagen (ya sea cómic o cine) puede transmitir, sin hacer alardes ni dejarse constreñir por el espacio físico del medio o la inmadurez (?) de sus hipotéticos destinatarios.

Giménez nunca ha sentido reparos en adaptar al tebeo obras pensadas anteriormente para la letra impresa: ya vimos en HOM su peculiar visión de un pasaje de Brian Aldiss, pero trabajos como El miserere de Bécquer o El extraño caso del señor Valdemar de Poe, y hasta una versión algo chusca de La Odisea se cuentan en su larga carrera profesional. En los cuatro relatos que componen este ciclo (y es una lástima que el autor no incluyera más historias de este tipo, pero series como Los Profesionales o Rambla arriba, Rambla abajo le esperaban en el futuro, para beneficio de todos), Giménez desnuda unos relatos de factura sobresaliente, escritos por autores tan dispares (¿o no?) como Jack London o Stanislaw Lem, y los acerca en el tiempo y el espacio precisamente alejándolos (en el caso de London) del tiempo y del espacio donde fueron originalmente concebidos. Giménez se queda con el argumento de los relatos (pasajes de Diarios estelares en el caso de Lem) y les confiere una inequívoca atmósfera de ciencia-ficción, donde los detalles plásticos están cuidados al máximo, desde el físico infantiloide y alienígena de los memnogos a las enormes naves de carga y su hiperbólico dominio de las viñetas, las ropas de los personajes y sus tatuajes y ojos biónicos, los uniformes gastados de pantalones anchísimos o la flora y la fauna extraterrestre, ya sean camellos-ciborg, dragoncillos gusanoides o mariposas. Creo no equivocarme si afirmo que la estética de la película Alien es completada y desarrollada en alguna de estas historias, para luego ser rescatada y explorada a su vez por otro autor español tan indispensable como Alfons Font.

Érase una vez en el futuro

Pero Giménez no se queda en la adaptación sobresaliente de unos argumentos que no pierden un ápice de su magia ni su capacidad de enganche. El lenguaje del cómic se explora a fondo y los relatos cobran una dimensión nueva y personalísima. Con él, las historias se llenan de denuncia social, bien sea a través del socarrón martirologio del ridículo padre Oribacio de "El misionero", quien en su santa inopia crea el pecado mortal en una raza hasta entonces inocente, o la indefensión de los nativos-esclavos sometidos a un hombre blanco tirano y explotador en "Aquí base Sahamis llamando a 'Jessie'", tan poco extraterrestres en su físico que la intencionalidad del mensaje queda diáfana, entroncando esta historia con la adaptación de "Koolau el leproso", también de London. Los curtidos asesinos sin escrúpulos de "Los verdugos", capaces de sacrificar a un cadete-grumete en su nave a la deriva (y los niños cabezones de Paracuellos asoman a la memoria del lector en este sobrecogedor relato), tienen su reflejo en los hedonistas gilipollas de "Agonalia", capaces de someterse a mil torturas y vejaciones, y hasta la muerte y la resurreción (para volver a morir de nuevo, naturalmente) en su búsqueda extraviada del goce a través del dolor por seguir, más que los dictados de una cultura, los caprichos absurdos de una moda.

Érase una vez en el futuro

Hay tremendismo en estas historias, agonía, explotación, dolor, angustia, escenarios remotos que siguen estando a la vuelta de la esquina, porque proceden en parte de caminos ya recorridos y nunca dejados atrás: Giménez usa la ciencia-ficción como parábola, un escenario abstracto que no se desfasa en su enclave aquí y ahora, y el género le sirve como extrapolación y aviso de lo que nos espera, por ser como somos, porque no sabemos y a lo peor no nos da la gana ser de otra manera. La paradoja, implícita en cada una de estas cuatro historias, es que el devenir del futuro podría ser el mismo y el destino cumplirse, para bien o para mal, aunque fuéramos de otra forma.


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