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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 obras maestras
del comic de cf (XLIII)

Starlord
de Varios Autores
(1974)

Starlord

El concepto del justiciero galáctico venía de muy lejos, del mismo western, y había tenido en la ciencia-ficción historietística valedores como Flash Gordon, Adam Strange o nuestros Kosman o Vendaval, el capitán invencible: la estética del cowboy o el mosquetero solitario que trueca las llanuras del oeste o los escenarios versallescos por las infinitas posibilidades de la estética espacial. El principal rasgo de originalidad de Starlord, creado por Steve Englehart y dibujado por Steve Gan para el cuarto número de la revista Marvel Preview, es que el punto de arranque de tan singular personaje no está en la ciencia, sino en la paraciencia: la astrología, en este caso.

La historia entre rocambolesca y manida del hijo de un extraterrestre y una americanita que trasciende su destino hasta convertirse en paladín cósmico gracias al encuentro de un centro de poder (sea un anciano en Shangri La o una linterna en una cueva) fue recogida, tras aquel primer balbuceante tebeo nunca desarrollado plenamente, por dos jóvenes cachorros que pronto iban a darle la vuelta al agotado tebeo de superhéroes de los años setenta: Chris Claremont y John Byrne, obviando esa génesis hippiesca, se plantean su nueva entrega del personaje como una gigantesca space opera donde todos los elementos de Doc Smith o Robert A. Heilein o Jack Williamson están en su sitio... y de qué manera.

Starlord

Adelantándose a la estética de Star Wars en casi un año, y sin duda debiendo buena parte del atractivo final a las tintas del simpar Terry Austin, quien reviste al producto de una pátina de modernez tecnológica que la ciencia-ficción visual necesitaba, la nueva historia de Starlord se desarrolla en un universo galáctico con razas esclavistas y entes esclavizados, naves espaciales y abordajes y monstruos, cofradías comerciales con sus tejemanejes en la sombra y emperadores espadachines e hijos justicieros que se descubren y se respetan mientras la galaxia entera depende de la finta en la finta de la finta de un florete. Era Supermán en parte, era el Capitán Blood, era la tecnología moderna de los ordenadores y los cuadros de mandos con muchos botoncitos y ningún remache aplicada quizá por primera vez a un tebeo moderno. Un álbum que iba más allá de las limitaciones del comic-book tradicional y que, quizá sin ser nada del otro mundo en cuanto a originalidad puramente formal en el guión (algo confuso tal vez en sus causalidades, pero arrebatadoramente bello en sus hallazgos plásticos) sirvió para convertir al personaje en un mito propio desde su rinconcito editorial dentro de la escudería marveliana, a cuyo universo, tradicionalmente, no pertenece.

Las pocas historias que han continuado la saga de este desfacedor de entuertos cósmico y su nave enamorada (cuya relación preludia o inspira a la de Ender Wiggin y su ordenador sentiente, Jane) fueron realizadas de manera excelente por un monstruo de la historieta como es Carmine Infantino, casualmente (o sin duda no) el mismo autor que mejores viñetas realizó para la misma Marvel del título estrella de la space opera, La Guerra de las Galaxias. Y es curioso y sintomático que Starlord no fuese nunca un comic-book mensual, sino un producto que asoma al público de tarde en tarde, con historietas más largas.

Puede que no fuera, en modo alguno, ni se pretendió, una obra maestra. Pero Starlord es algo más que eso: una serie de culto que todavía asoma en los kioscos con series limitadas (como la última de ellas, escrita por Timothy Zahn) o con guiños a los lectores desde las viñetas de los Starjammers, los X-Men o los Inhumanos. Un logro que no todos los tebeos pueden conseguir, de ahí su enorme mérito.


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