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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 obras maestras
del comic de cf (y L)

Mundos olvidados
de Varios Autores

La lista de la compra sólo sirve para quien va a hacer la compra. A lo largo de las cincuenta entregas de estos Umbrales, les he ido contando mis análisis y reflexiones, mis pasiones y también mi autobiografía como lector impenintente de tebeos. ¿Sólo cincuenta tebeos de ciencia-ficción considerados como obra maestra? Quizás ni eso, habida cuenta de que el propio término obliga a unos parámetros a los que no puede (ni debe) acceder cualquier obra. Cincuenta títulos apasionantes en ocasiones, ingenuos en otras, grandilocuentes y exagerados, introvertidos o valientes, que de un modo u otro han marcado mi vida de lector, y hasta de autor.

A lo largo de la redacción estos cincuenta títulos he podido releer tebeos, algo que hacía mucho tiempo que no hacía, dadas las inevitables prisas que vida moderna, trabajo y jaleos propios imprimen. He recuperado una actividad que me encantaba, algo que hacía que me supiera de memoria viñetas y textos, colores y hasta momentos determinados de mi vida: cómo y cuándo compré tal tebeo, qué hice antes, qué comí después. He redescubierto pequeñas obras maestras que quizá en su día no aprecié del todo... y me he decepcionado de otros títulos a los que al final no me he atrevido a incluir en este, insisto, pedante etiquetado de obras maestras propias.

Futurópolis

Mucho me habría gustado incluir en estos cincuenta títulos tebeos a los que me muero por hincar el ojo, tebeos en los que quizás algún lector de esta sección con más posibilidades esté pensando. Me vienen por lo pronto a la cabeza Twin Earths, la tira de O. Lebeck y A. McWilliams, con su atractiva estética cincuentera (pero de la que sólo tengo dos números de una reedición norteamericana, y además salteados); me viene a la cabeza el francés Futurópolis, de Pellos, ciencia-ficción primaria a la que pude acceder hace un año, pero mi dominio del idioma galo es nulo, y aunque pueda entender tebeos sencillos, la enorme profusión de textos de esta obra ingenua y primitiva me impidió adquirirlo; el mismo caso de Salambó, la transposición que Philippe Druillet hizo de la novela de Gustave Flaubert, cuyas páginas a color destilan colosalismo kirbyano y poesía a partes iguales; o esa obra que intento como loco releer y completar y, ay, no encuentro en Francia, porque está agotada, y en España no se publicará en condiciones nunca (Luc Orient, de Greg y Eddy Paape); o títulos capitales como el británico Dan Dare, el precursor-inspirador de nuestro Diego Valor, del que sólo pude ver unos pocos álbumes en casa de mi buen amigo Juanjo Bernal y sorprenderme por los impactantes dibujos y el colorido (y, todo sea dicho, por la belleza deslumbrante de la hermana de Juanjo); o de títulos a los que tengo un cariño especial pero a los que no he podido volver a recuperar más allá de unos pocos números sueltos y además en la versión reducida de tamaño y textos de Novaro, como Kamandi de Jack Kirby, o la reciente edición americana de los Sky Hawks del gran Gil Kane y el algo menos grande Ron Goulart, tan en cuenta gotas todavía. También de Jack Kirby me hubiera gustado tener a mano el Sky Masters, que espero me llegue por correo un día de estos: si no obra maestra, al menos me habré sacado una espina. Me quedan otras muchas.

Luc Orient

Hay otros títulos que, siendo grandes, no he incluido en mi antología de obras maestras propias, consciente de que no lo son, aunque figuren entre mis tebeos favoritos de muchas décadas: es el caso de Dany Futuro o Delta 99 de Carlos Giménez, dos títulos intrascendentes pero en cuyas páginas encontré mucha diversión adolescente; o de obras como Galax el cosmonauta, del gran Víctor Mora y el genial Fuentes Man, un tebeo sin duda muy menor pero que al niño que yo era en 1968 encandiló tanto como los otros pesos pesados que lo acompañaban en su edición en la revista Bravo de editorial Bruguera: Michel Tanguy o Fort Navajo. Es el caso también de otras obras cuya lectura me divirtió enormemente en su momento y hasta pensé en incluir en estos Umbrales, como el O.M.A.C. de John Byrne, a la que quizá falta un punto para ser redonda, o esa otra obra capital como es Grendel: Guerra de Clanes... una reflexión tan ácida y tan certera (y tan vivida) sobre la guerra en los Balcanes que me cuesta considerarlo ciencia-ficción y no reflejo cuasi-periodístico del horror de la guerra.

Kamandi

Y por fin, hay títulos que no están incluidos en esta mi lista propia por el simple hecho de que no me gustan: títulos como el británico y pedante y sosísimo Jeff Hawke, un tebeo tan frío como la película 2001 a la que acaba acercándose y cuyos dibujos, sin los trucos del zippatone, se quedan en nada; títulos como El Vagabundo de las Estrellas o Los náufragos del tiempo, que me ponen de los nervios, o Camelot 3000, donde la puesta en escena de Brian Bolland da mil o dos mil (o tres mil) vueltas a la tontísima historia llena de agujeros de Mike W. Barr (les juro y rejuro que yo quería por encima de todo que este tebeo me gustara, en los años ochenta y en la relectura de ahora). Títulos como American Flagg, o Time 2 o Cody Starbuck del gran artista y confusísimo escritor Howard Chaykin, cuya estética me encandila pero cuyos guiones soy incapaz de comprender más allá de la tercera o cuarta páginas (lo sé, lo sé, mea culpa), o como el Twilight del mismo autor y el gran José Luis García López, que tengo en la edición norteamericana y la española y que, ay, jamás he sido capaz de leer.

La lista de la compra, les decía, que sólo sirve para quien va a la compra.

En un par de semanas, como no escarmentamos, empezaremos un periplo por los títulos más recomendables del cómic fantástico de todos los tiempos.


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