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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 cómics de fantasía (VI)

Thimble Theatre / Popeye
de E.C. Segar
(1919-1938)

Thimble Theatre / Popeye

Hay quien dice que el jazz es la única aportación original de Estados Unidos al mundo de la cultura y/o de las artes, habida cuenta de que el cine, para los europeos, lo inventaron dos franceses y el cómic tiene multitud de precedentes a cual más ennoblecedor y remoto, desde los jeroglíficos egipcios a las aleluyas o la columna de Trajano.

Sea como fuere, jazz, cine y cómics compartieron en una época cotas de experimentación y de hallazgos en sus medios respectivos que coinciden en el lugar y el tiempo, hasta crear una (¿sub?)cultura netamente norteamericana que configuró las (¿sub?)culturas populares del resto del planeta a partir de la Segunda Guerra Mundial y la expansión de eso que hemos venido en reconocer, y hasta sufrir, como imperialismo yanqui.

La gran eclosión de los cómics como medio joven, atrevido, multiclasista y para toda la familia tiene, en el primer tercio del siglo XX, multitud de ejemplos de primera fila cuyos logros no han llegado a ser alcanzados nunca. Y uno de los más importantes y característicos de estos ejemplos, víctima de su propio éxito, es la serie Thimble Theater, la creación de Elzie Crisler Segar de donde surgiría para la posteridad la figura entrañable del cascarrabias y pendenciero antihéroe llamado Popeye.

Thimble Theatre / Popeye

En tiras diarias desde finales de 1919 y con páginas dominicales con historia separada desde principios de 1925, las primeras historias de Thimble Theater nos muestran literalmente a un variopinto teatrillo de personajes, similar a los caracteres corales de las películas del cine mudo, y donde destacan Olive Oyl y su novio Ham Gravy, para más tarde incluir al hermano de la primera, Castor Oyl, y sus padres Nana y Cole. La popularidad de la serie se dispara diez años más tarde, cuando en enero de 1929 las correrías de tan curiosos personajes los llevan a encontrarse con un singular marinero tuerto, quien al grito de "I yam what I yam and that´s all what I yam" se adueñaría del corazón de su creador y sus lectores.

Aunque Segar siempre anunció la serie como Thimble Theatre, fueron muchos los periódicos que cambiaron por su cuenta la cabecera a Popeye the Sailor Man, puesto que desde su aparición los otros personajes, excepto Olive, habían ido haciendo mutis por el foro, barridos por la fuerza y la personalidad del marinero. Había nacido un mito que forjaría páginas de oro en la historia de los cómics hasta la desafortunada y prematura muerte de Segar en 1938, víctima de leucemia.

Thimble Theatre / Popeye

El divertido elenco de personajes y situaciones no acabaría con la incorporación del testarudo marinero. La Bruja del Mar, el Rey Blozo, Alice la Goon, el gigantesco y temible ogro Toar, el avispado Oscar, el travieso Swee´pea y, sobre todo, el pícaro vividor J. Wellington Wimpy (el comedor compulsivo de hamburguesas a una de cuyas cadenas de restaurantes ha dado nombre) componen un muestrario de personajes fantásticos, freaks en ocasiones, que bien podría ser considerado el equivalente tebeístico de las caricaturas de Dickens y sus Pickwick Papers. Como curiosidad, anotar que el personaje de Bluto, eterna némesis de Popeye durante décadas de dibujos animados, apenas aparece en los cómics de Segar más que en tres semanas.

Popeye no es en modo alguno el personaje atontolinado y obcedadamente dependiente de las espinacas que, por obra y desgracia de los dibujitos animados, generaciones enteras de todo el mundo han aprendido a confundir (y siempre hay que reconocer el espléndido trabajo que los Hermanos Fleischer hicieron con las primeras adaptaciones del personaje a su medio). En los cómics Popeye es duro, antipático, antisocial, no tiene reparos en robar o en golpear a las mujeres si hace falta (a su novia Olive, mismamente, también una criatura de armas tomar si la ocasión lo requiere), pero es a la vez noble, sentimental, arriesgado y, sobre todo, invencible, y ni balas ni puñales ni bombas podrán con él. El origen de su fuerza sobrehumana (y si nos ponemos puristas entonces tenemos que admitir que Popeye es el primer superhombre-no-necesariamente-heroico de la historieta) no procede en primera instancia de las espinacas, sino de los poderes obtenidos tras frotar hasta la saciedad una especie de gallina mágica.

Hay mucho de Charlie Chaplin en las aventuras de Popeye (y Segar confesó abiertamente su admiración por Charlot y sus películas), y existen paralelismos entre la evolución de ambos personajes, quienes a lo largo de un proceso continuado de prueba y error pasaron de ser anti-héroes amorales a convertirse en sensibles y solidarios vehículos de buenos sentimientos (aun a fuerza de trompazos, y las peleas de Popeye son épica pura y continua como no se vería en los cómics hasta la madurez de Jack Kirby). Popeye y Charlot son vagabundos intrépidos, marinero en tierra el uno, superviviente de naufragios imaginarios el otro, enfrentados a fuerzas opresoras que pueden proceder de entornos sociales próximos (mineros, policías, buscadores de oro, gangsters, indios o ejércitos de países llamados Nazilia, por ejemplo), o de ambientes claramente fantásticos donde, de todas formas, Segar nunca se olvida de hacer crónica y crítica social de la Depresión, y no son infrecuentes los encontronazos con ricos magnates que han llegado a ese estatus por ser mangantes, la huida de las fuerzas del orden que parafrasean (pero con más visos de realidad) a los Keystone Cops del cine, o la ayuda a jóvenes vagabundas que son descubiertas al final como ricas herederas de padres hundidos ya en la miseria. Popeye desconfía de la ley y de su brazo ejecutor, y hasta cuando instaura un reino propio es incapaz de reconducir los destinos de los hombres a su cargo, puesto que no hay mujeres que los entretengan y por eso, cuando llega el momento de ir a la guerra, todos se comportan como vagos cobardes que se niegan a pegar un solo tiro. La tira donde, desde el balcón de palacio, Popeye accede a los deseos de su pueblo de instaurar una república en vez de una monarquía, es una impagable lección política: Popeye, sin achicarse lo más mínimo, cambia su corona por un sombrero de copa que recuerda a los de Roosevelt. Y todo sigue como antes.

Thimble Theatre / Popeye

Como en un buen ejercicio de jazz, Segar es capaz de saltarse a la torera los convencionalismos de un medio que todavía estaba naciendo. Sus tiras no se reducen a contar un gag individual cada día, sino que se entroncan en aventuras de largo desarrollo donde, si se tercia, el chiste es obviado o resuelto en la segunda viñeta y no en la quinta. Si algo llama la atención del curioso e inquieto Segar, la historia se desvía hacia allá, y no vuelve a la vía principal de la narración hasta que ese detalle ha sido explotado y resuelto. La diversión y la sorpresa están garantizadas siempre, una de las claves que hacen que este tebeo sea hoy tan fresco como hace ochenta años.

A destacar, aparte de los personajes que entran y salen siempre de la trama, el peculiar uso de los diálogos que convierten a Segar en un maestro de la caracterización, el uso continuo de muletillas y frases fetiches (una de las cuales, la alusión a los Jones Boys, incluso sería recuperada en la última aventura cinematográfica de Indiana Jones). Y, junto a Popeye y Wimpy, sanchopancesco y falstaffiano con un mucho de Buscón y otro tanto de Landrú, la presentación de Eugene el Jeep, un extraño animal fantástico que, al decir siempre la verdad, se convierte en un perfecto pronosticador del futuro. Es gracias a Eugene que Popeye, que se creía huérfano, logra encontrar a su anciano padre, una versión salvaje y sin curtir de sí mismo (ya hemos dicho que, con el paso de los años y posiblemente debido a las presiones de los periódicos, Popeye hubo de suavizar su personalidad). Poopdeck Pappy demuestra, con sus desaires, su vagancia, su amoralidad, que de casta le viene al galgo, por lo que todos respirarán tranquilos cuando un tribunal lo envíe a la cárcel por intentar ahogar a una dama que había comido cebollas el día de su cita. Para Pappy algo imperdonable, como es obvio.

El éxito de Popeye lo convirtió instantáneamente en un icono que todavía hoy arrastra su buena cantidad de merchandising. Juguetes, disfraces, pipas musicales, tarjetas, discos, huchas, chicles, recortables, libros, cepillos de dientes, gorras... ad infinitum. Pero el verdadero y genuino marinero tuerto, la auténtica magia de sus aventuras y sus exploraciones en busca de seres míticos, fantasmas, ogros y hombres primitivos, continentes por descubrir y tesoros que saquear está en las páginas de los periódicos.

Popeye fue lo que fue y esto es todo lo que fue: una obra maestra del cómic. Y su creador, Segar (cuya firma es un simbólico cigarro puro), uno de los más grandes genios que jamás haya dado la historieta.


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