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Rafael MarínComic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 cómics de fantasía (XI)

Kull el Conquistador
de Roy Thomas, John & Marie Severin y otros
(1971)

A principios de los años setenta (y, reconozcámoslo, durante buena parte de esa década), los cómics de superhombres que habían configurado el resurgir de la industria la década anterior parecían haberse agotado en sus propuestas. Las nuevas generaciones que se hacían cargo de sus andanzas, quizá demasiado anquilosadas en el respeto a la tradición de sus maestros, se limitaron durante mucho tiempo a conjugar combinaciones con repetición de los elementos que habían hecho florecer el género. Pero la búsqueda de nuevos campos narrativos demostró que había mucho y bueno que contar en otro tipo de historias, y en aquellos días hoy ya impensables se podía experimentar con historias de terror, de kung-fu, de ciencia-ficción o de fantasía heroica. Buena parte de los grandes logros del tebeo americano de la primera mitad de los años setenta está fuera del tronco de los superhéroes.

Kull el Conquistador

Al socaire del moderado éxito de Conan the Barbarian (en tanto que el reconocimiento al personaje y sus posibilidades se produce más tarde), y sin duda enmarcado en la moda retro que caracteriza esos años (con la recuperación de héroes pulp como La Sombra, Doc Savage, John Carter de Marte, Carson de Venus, Gullivar Jones y, sobre todo, Tarzán), la obra entonces semi-desconocida del texano Robert E. Howard se convierte en Roma de papel que saquear durante años en busca del mármol de su pasado remoto. Y así, el avispado guionista Roy Thomas, aparte de rebuscar a placer cualquier relato del autor que pudiera aplicarse al universo que desarrollaba en su adaptación de Conan the Barbarian, se encontró en las manos con la posibilidad de repetir el filón con las andanzas de un personaje muy similar (y tanto, puesto que algunas historias escritas habían sido canibalizadas por el propio Howard para ser atribuidas a su bárbaro cimmerio), el melancólico y hosco rey Kull de Valusia.

Presentado casi como un experimento caprichoso del gran Bernie Wrightson ya en marzo de 1971 (en un número de la revista Creatures on the Loose) y con la adaptación-cebo del poema "El rey y el arce" en un número de la serie del propio Conan, en cuyo texto de cabecera siempre se hacía referencia al "hundimiento de Atlantis", o sea, a la historia antes de esa prehistoria, en junio de ese mismo año se publican ya los comic-books en color de Kull the Conqueror, con guiones de Roy Thomas y dibujos de Ross Andru y Wally Wood, que en seguida darían paso al insuperable tándem formado por los hermanos Marie y John Severin, quienes durante una buena docena de números crearían un cómic modélico, de estatura clásica tanto en la narración como en la solidez de fondos y ambientes; paradójicamente, ese clasicismo formal, que remite en múltiples ocasiones a Harold Foster, es la gran baza de modernidad y de vuelo contracorriente del título, que nunca llegó a mantener una cadencia mensual y que llegó a ser cambiado a Kull the Destroyer y Kull and the Barbarians al correr del tiempo.

Kull el Conquistador

Kull fue mejor tebeo bien hecho antes que Conan, casi como si se pretendiera hacer historietas más adultas desde un punto de vista reflexivo y no espectacular (es decir, eludiendo casi de continuo el gancho de supuesta adultez que suelen tener los cómics desde siempre: las alusiones algo descafeinadas al sexo y el tratamiento de la mujer como objeto rescatable in extemis por el aguerrido héroe-adolescente de turno). Convertido en un cejijunto y meditabundo gobernante de hombres que se sabe o se cree en posesión de la verdad, y atrapado en las múltiples conjuras políticas de otros hombres mucho más poderosos cultural y financieramente que él, Kull se muestra como un héroe que viene de Hamlet y va hacia MacBeth porque nunca podrá ser Lear, dado a grandes silencios y a juicios de valor donde su máximo argumento será su hacha de guerra: Kull es un dictador que quiere ser un buen rey, el último muro de contención de una civilización que se va a pique y que, en nueva paradoja, necesita del timón de un bárbaro para no zozobrar. Kull es introvertido, triste, fuera de sitio aunque ocupe por la fuerza un trono tras el equivalente medieval a un golpe de estado o una rebelión de centuriones, marcado por una cicatriz que lo diferencia de todos (posiblemente, más que nadie, del propio Conan de quien fue modelo) y enfrentado a una invasión de hombres-serpiente que lleva un paso más allá el manido tema de los comunistas infiltrados en la sociedad para adquirir tintes terroríficos.

Kull el Conquistador

Al grito de "kaa naama, kaa lajerama" como ensalmo revelador de personalidades encubiertas, y auxiliado por el no menos lacónico y silencioso lancero picto Brule, Kull vive aislado en su castillo-trono de todo contacto con las pasiones y las debilidades de la raza humana. Hasta se ha especulado, quizá fuera de lugar, con una posible relación homoerótica entre rey y guardaespaldas, olvidando el público al que iban dirigidos originariamente estos tebeos y la propia característica misógina del escritor de los relatos originales: es decir, si esa relación existiera sería a nivel puramente subconsciente, pues Kull no vive para el amor, sino para la política que, como buen dictador, intenta también anular con su pura presencia. No es extraño tampoco que uno de sus principales opositores sea un alma anarquista como él mismo, el poeta Ridondo, condenado a entenderse con el rey cuando ambos sean exiliados de Valusia, ni que su archinémesis, el mago Thulsa Doom, tenga los rasgos cadavéricos de la misma muerte que a todos acecha, pues conseguido el sueño de conseguir estatus de la vida de cualquiera, ¿qué espera al propio Kull sino ceder en esa batalla y darse por muerto?

El tebeo, pese a volar gráficamente muy por encima de otras propuestas, no tuvo la suerte que su compañero y mentor Conan habría de tener. Los hermanos Severin serían sustituidos por el siempre interesante Mike Ploog, y los en ocasiones confusos guiones de Roy Thomas serían encaminados por un más estilizado y ágil Gerry Conway, quien muy inteligentemente aisla a Kull de su reino y lo devuelve a los caminos, exiliado de su reino y del amor de un pueblo que nunca tuvo. La máxima diferencia entre Conan y Kull, pues, se revela en que el primero es la historia de una búsqueda vital y el segundo relata el vacío también vital de un encuentro. Toda la vida de Kull, desde su huida de Atlantis hasta su robo de la corona, se consigna en un par de páginas, mientras que su modelo-competidor Conan estira durante décadas la peripecia que lo llevará, también a él, al trono de Aquilonia.

Autores como John Bolton, John Buscema o Howard Chaykin también picotearían de manera irregular en las diversas apariciones del bárbaro convertido en dictador, pero su edad dorada fue, desde sus inicios, la etapa de los Severin, la que lo retrató como fantasma él mismo enfrentado a otros fantasmas en los fríos corredores de castillos encantados, con mujeres a las que no pudo amar e intrigas palaciegas que estaban más allá de la comprensión que le prestaba el hacha de doble filo que fue su cetro.


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