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Rafael MarínCómic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 cómics de fantasía (XXXIII)

 

The Spirit
de Will Eisner

(1940)

Nunca fue un tebeo policíaco, aunque el enclave urbano donde se desarrollan sus historias pudiera hacerlo creer, sino un agradable cajón de sastre donde su creador Will Eisner y su abundante plantel de colaboradores (reconozcámosles a ellos también algún mérito) fueron capaces de ir cambiando de temática y hasta de estética, pasando sin sonrojo de historias hilarantes a escaparates al más puro absurdo, y asomando sin complejos a lo fantástico, lo negro o la ciencia-ficción.

Iniciada al socaire de la primera hornada de superhéroes que impulsó la irrupción de Superman, Spirit sirve en principio casi como parodia de éstos, en tanto su origen bebe profundamente en la herencia de los pulps: el joven investigador Denny Colt muere aparentemente al enfrentarse al clásico científico loco  y, una vez renacido, aunque sin superpoderes, puede actuar al margen de la ley usando, como los superhéroes, un antifaz azul que le cubre el rostro... y poco más que ese antifaz azul. Astuto, esquivo con las mujeres, algo malapata y tan capaz de ser estafado como de salir victorioso de sus pesquisas, pocos personajes de historieta, sobre todo de ese momento, habrán recibido más palizas, torturas, sopapos y atropellos que este joven anti-héroe de chaqueta arrugada y guantes y corbata y sombrero a juego.

Con Spirit, Will Eisner utiliza el medio del comic book para desarrollar una narrativa propia que tendría, en su equivalente literario, la misma importancia que el siempre minusvalorado relato frente a la más extensa y alabada novela. Sin llegar a ser una tira dominical o una tira diaria (en su momento, la parte más apetitosa del pastel de la sindicación de los cómics), el título tampoco fue un comic book al uso, sino una especie de separata de siete páginas, en forma reminiscente al comic book, que se incluía los domingos en algunos periódicos de la zona neoyorquina. A partir de ese constreñido espacio narrativo, en historias autoconclusivas la mayor parte de las veces, Eisner y su equipo jugarían con los conceptos delimitados por el medio y lo acercarían, explorando siempre, tanto a la narrativa escrita (vienen siempre a la memoria los relatos de Ambrose Bierce o de O´Henry) como al cine, los propios cómics... ¡e incluso la radio!

En un mundo definido por hampones y mujeres fatales de moral dudosa ("Me llamo P´Gell y ésta no es una historia para niños pequeños"), la propia existencia de Spirit, su nombre e incluso su base de operaciones (un sucedáneo de batcueva situado en el cementerio de Deadwood donde supuestamente fue enterrada su personalidad civil) lo acercan desde sus inicios a la estética del terror y las percepciones del terror, y el afán de buscar siempre la diferencia de la historia de una semana a la otra nos mostrará aventuras con fantasmas irlandeses, oficinistas que vuelan, doppelgangers que se reencuentran en la muerte, directores de programas de radio a la búsqueda de vida extraterrestre, palabras que matan y milagros que salvan, búsquedas de tesoros, juegos escénicos y referencias metalingüísticas, niños selváticos y, cada Halloween o cada Navidad, historias difícilmente clasificables donde la resolución de cada aventura plantea el enigma de su apertura hacia otros mundos que están más allá de la credulidad de cada día. Ya en las postrimerías de la serie, y de la mano de Wally Wood, Spirit lideraría a un grupo de presidiarios nada menos que a una aventura en la Luna.

Por encima de lo inabarcable de sus propuestas (no son pocos quienes hubieran deseado un acercamiento más riguroso al tema policial), Spirit es una búsqueda constante de nuevos cauces a la expresión narrativa, desde la primera página de cada historia donde se juega y se sorprende de manera magistral con el título, utilizándolo como elemento icónico, al riquísimo desfile de secundarios (el comisario de policía cascarrabias, la novia eterna, las eternas pretendientes de fuerte carga sexual, los archienemigos pintorescos, los diversos sidekicks iniciados con un poco políticamente correcto chiquillo negro llamado paradójicamente Ebony White), la docena de años en que Spirit vivió sus aventuras en prensa nos regalaron, al menos durante el período posterior a la Segunda Guerra Mundial, momentos inolvidables que no pueden sino considerarse obras maestras perfectas dentro de la evolución y la exploración de nuevos caminos para el noveno (¿el octavo?) arte.

 


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