Nunca
fue un tebeo policíaco, aunque el enclave urbano donde se desarrollan sus
historias pudiera hacerlo creer, sino un agradable cajón de sastre donde su
creador Will Eisner y su abundante
plantel de colaboradores (reconozcámosles a ellos también algún mérito)
fueron capaces de ir cambiando de temática y hasta de estética, pasando sin
sonrojo de historias hilarantes a escaparates al más puro absurdo, y asomando
sin complejos a lo fantástico, lo negro o la ciencia-ficción.
Iniciada al socaire de la primera hornada de superhéroes
que impulsó la irrupción de Superman, Spirit sirve en principio casi
como parodia de éstos, en tanto su origen bebe profundamente en la herencia
de los pulps: el joven investigador Denny Colt muere aparentemente al
enfrentarse al clásico científico loco y, una vez renacido, aunque sin
superpoderes, puede actuar al margen de la ley usando, como los superhéroes, un
antifaz azul que le cubre el rostro... y poco más que ese antifaz azul. Astuto,
esquivo con las mujeres, algo malapata y tan capaz de ser estafado como de salir
victorioso de sus pesquisas, pocos personajes de historieta, sobre todo de ese
momento, habrán recibido más palizas, torturas, sopapos y atropellos que
este joven anti-héroe de chaqueta arrugada y guantes y corbata y sombrero a
juego.
Con
Spirit, Will Eisner utiliza el medio del comic book para
desarrollar una narrativa propia que tendría, en su equivalente literario, la
misma importancia que el siempre minusvalorado relato frente a la más extensa y
alabada novela. Sin llegar a ser una tira dominical o una tira diaria (en su
momento, la parte más apetitosa del pastel de la sindicación de los cómics),
el título tampoco fue un comic book al uso, sino una especie de separata
de siete páginas, en forma reminiscente al comic book, que se incluía
los domingos en algunos periódicos de la zona neoyorquina. A partir de ese
constreñido espacio narrativo, en historias autoconclusivas la mayor parte de
las veces, Eisner y su equipo jugarían con los conceptos delimitados por el
medio y lo acercarían, explorando siempre, tanto a la narrativa escrita (vienen
siempre a la memoria los relatos de Ambrose Bierce o de O´Henry) como al cine,
los propios cómics... ¡e incluso la radio!
En un mundo definido por hampones y mujeres fatales de
moral dudosa ("Me llamo P´Gell y ésta no es una historia para niños
pequeños"), la propia existencia de Spirit, su nombre e incluso su base de
operaciones (un sucedáneo de batcueva situado en el cementerio de Deadwood
donde supuestamente fue enterrada su personalidad civil) lo acercan desde sus
inicios a la estética del terror y las percepciones del terror, y el afán de
buscar siempre la diferencia de la historia de una semana a la otra nos mostrará
aventuras con fantasmas irlandeses, oficinistas que vuelan, doppelgangers que se
reencuentran en la muerte, directores de programas de radio a la búsqueda de
vida extraterrestre, palabras que matan y milagros que salvan, búsquedas de
tesoros, juegos escénicos y referencias metalingüísticas, niños selváticos y, cada Halloween o cada Navidad,
historias difícilmente clasificables donde la resolución de cada aventura
plantea el enigma de su apertura hacia otros mundos que están más allá de la
credulidad de cada día. Ya en las postrimerías de la serie, y de la mano de
Wally Wood, Spirit lideraría a un grupo de presidiarios nada menos que a una
aventura en la Luna.
Por
encima de lo inabarcable de sus propuestas (no son pocos quienes hubieran
deseado un acercamiento más riguroso al tema policial), Spirit es una búsqueda
constante de nuevos cauces a la expresión narrativa, desde la primera página
de cada historia donde se juega y se sorprende de manera magistral con el título,
utilizándolo como elemento icónico, al riquísimo desfile de secundarios (el
comisario de policía cascarrabias, la novia eterna, las eternas pretendientes
de fuerte carga sexual, los archienemigos pintorescos, los diversos sidekicks
iniciados con un poco políticamente correcto chiquillo negro llamado paradójicamente
Ebony White), la docena de años en que Spirit vivió sus aventuras en prensa
nos regalaron, al menos durante el período posterior a la Segunda Guerra
Mundial, momentos inolvidables que no pueden sino considerarse obras
maestras perfectas dentro de la evolución y la exploración de nuevos caminos
para el noveno (¿el octavo?) arte.
Archivo de Umbrales
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