A
la manera de un cuento de hadas terrible y adulto, Silencio
nos cuenta una historia de amores y odios, seres deformes y brujas ciegas, el
microcosmos que siempre hemos asociado a los pueblos pequeños mezclado ahora
con una visión de la magia que encanta aún más cuando descubrimos por algún
detalle aislado en los dibujos (un televisor, un teléfono, una alusión al
cine) que estamos asistiendo a un drama contemporáneo, una especie de Los
santos inocentes tamizado por
el filtro de lo fantástico.
Es una historia maniquea, donde los malos son muy malos y
los buenos son muy buenos, de ahí que se cuente en contrastado blanco y negro.
Beausonge es un pueblecito de las Ardenas, el típico escenario rural donde los
días son hermosos y las noches pueden causar pesadillas si eres niño, un
pueblo que tiene detrás un pasado oscuro de amores prohibidos, asesinatos y
torturas, y un heredero inocente de pecados ajenos: el propio Silencio, algo
retrasado y mudo ("Me llamo Silencio y soy una buena persona"),
esclavizado por su amo y capaz siempre de malinterpretar el menosprecio que
hacia él sienten las personas "normales" (pero perfectamente
caricaturizadas) de la historia.
Hay un claro tono de simpatía del autor hacia el
protagonista de su cuento, y hacia los seres marginados de los que se rodea y
que rozan el esperpento: la bruja cegada y ciega en su deseo de venganza, el
hampón enano llamado Blancanieves, la domadora de serpientes también enana. La
visión sarcástica, quizá de origen naturalista llevada al extremo patológico,
no se queda atrás en los otros personajes que comparten desde el otro bando las
vicisitudes de la narración: el cruel amo a quien no se duda en equiparar a un
cerdo, el brujo apodado "El mosca" que morirá acosado por arañas
reales o ficticias, el doctor que desprecia la magia, el mismo cura que
recomienda la oración pero no puede dejar de dibujar cruces en el suelo para
ahuyentar aquello en lo que dice que no cree.
Silencio es una historia de venganzas que nunca se
cumplen, en tanto los personajes positivos comprenden que ese camino no es la
salida, aunque dar la espalda a ese deseo
tampoco lo sea: renunciar a su hechizo le cuesta la vida, la tortura y la
violación a la bella bruja; renunciar a ejecutar al amo pasa también factura
al mismo Silencio; ni siquiera el enano Blancanieves, a quien vemos más
envilecido y ducho en las realidades de la vida (en tanto Silencio y la bruja
han pasado años recluidos en el pueblecito y nada saben del mundo exterior) es
capaz de ejecutar por su propia mano la venganza debida hacia el asesino de
tantos otros personajes, el verdadero eje de las tragedias que se entrecruzan.
Es al final la naturaleza animal quien restaura el equilibrio, y por eso no es
extraño que la onírica página de cierre donde por fin Silencio ve el mar que
tanto quiso desde las postales se resuelva con un vuelo de gaviotas en primer
plano: la sombra de Hugo Pratt no vuela lejos de esta poética historia donde el
zurdo Comés estableció su poder como narrador, y donde ya se apuntan los
personajes marginales y deformes que salpicarán posteriormente su obra.
Silencio obtuvo nada menos que el premio Yellow Kid en 1980. Ahora que la
industria reeditora española recupera a tantos buenos tebeos de ese período,
quizá sería el momento de volver a presentarlo al público actual.
Archivo de Umbrales
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