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Rafael MarínCómic fantástico
Umbrales
Rafael Marín

50 cómics de fantasía (XXXV)

 

Silencio
de Didier Comés

(1978)

A la manera de un cuento de hadas terrible y adulto, Silencio nos cuenta una historia de amores y odios, seres deformes y brujas ciegas, el microcosmos que siempre hemos asociado a los pueblos pequeños mezclado ahora con una visión de la magia que encanta aún más cuando descubrimos por algún detalle aislado en los dibujos (un televisor, un teléfono, una alusión al cine) que estamos asistiendo a un drama contemporáneo, una especie de Los santos inocentes  tamizado por el filtro de lo fantástico.

Es una historia maniquea, donde los malos son muy malos y los buenos son muy buenos, de ahí que se cuente en contrastado blanco y negro. Beausonge es un pueblecito de las Ardenas, el típico escenario rural donde los días son hermosos y las noches pueden causar pesadillas si eres niño, un pueblo que tiene detrás un pasado oscuro de amores prohibidos, asesinatos y torturas, y un heredero inocente de pecados ajenos: el propio Silencio, algo retrasado y mudo ("Me llamo Silencio y soy una buena persona"), esclavizado por su amo y capaz siempre de malinterpretar el menosprecio que hacia él sienten las personas "normales" (pero perfectamente caricaturizadas) de la historia.

Hay un claro tono de simpatía del autor hacia el protagonista de su cuento, y hacia los seres marginados de los que se rodea y que rozan el esperpento: la bruja cegada y ciega en su deseo de venganza, el hampón enano llamado Blancanieves, la domadora de serpientes también enana. La visión sarcástica, quizá de origen naturalista llevada al extremo patológico, no se queda atrás en los otros personajes que comparten desde el otro bando las vicisitudes de la narración: el cruel amo a quien no se duda en equiparar a un cerdo, el brujo apodado "El mosca" que morirá acosado por arañas reales o ficticias, el doctor que desprecia la magia, el mismo cura que recomienda la oración pero no puede dejar de dibujar cruces en el suelo para ahuyentar aquello en lo que dice que no cree.

Silencio es una historia de venganzas que nunca se cumplen, en tanto los personajes positivos comprenden que ese camino no es la salida, aunque dar la espalda a ese deseo tampoco lo sea: renunciar a su hechizo le cuesta la vida, la tortura y la violación a la bella bruja; renunciar a ejecutar al amo pasa también factura al mismo Silencio; ni siquiera el enano Blancanieves, a quien vemos más envilecido y ducho en las realidades de la vida (en tanto Silencio y la bruja han pasado años recluidos en el pueblecito y nada saben del mundo exterior) es capaz de ejecutar por su propia mano la venganza debida hacia el asesino de tantos otros personajes, el verdadero eje de las tragedias que se entrecruzan. Es al final la naturaleza animal quien restaura el equilibrio, y por eso no es extraño que la onírica página de cierre donde por fin Silencio ve el mar que tanto quiso desde las postales se resuelva con un vuelo de gaviotas en primer plano: la sombra de Hugo Pratt no vuela lejos de esta poética historia donde el zurdo Comés estableció su poder como narrador, y donde ya se apuntan los personajes marginales y deformes que salpicarán posteriormente su obra.

Silencio obtuvo nada menos que el premio Yellow Kid en 1980. Ahora que la industria reeditora española recupera a tantos buenos tebeos de ese período, quizá sería el momento de volver a presentarlo al público actual.


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