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Julián DíezFuera de colección
Extramuros
Julián Díez


Philip Kerr
El segundo ángel

El problema de la información

Uno de los grandes problemas que tiene la ciencia-ficción es el del suministro al lector de la información necesaria para ubicarse en el escenario en el que se desarrolla el argumento. Los autores del género se inclinan hoy día por la inmersión: se presupone que el lector tendrá la paciencia necesaria para atravesar páginas de árida prosa repleta de palabros cuyo significado tendrá que ir deduciendo, trabajosamente, hasta que luego en la página 200 ya le vayan quedando los conceptos claros y se pueda revisitar el inicio de la novela sabiendo de qué va la cosa.

Sin embargo, esa técnica, que beneficia la verosimilitud, es una de las razones por la que la cf actual es árida y no consigue salir de sus fronteras. El autor de cf que opta por este camino desdeña acercarse al público, y le exige en cambio que se esfuerce por entrar en su mundo. Algo que está en las antípodas de la literatura comercial. Por tanto, su versión más cienciaficcionera, el dichoso technothriller, opta por medios más tradicionales para presentar las novedades argumentales: el típico personaje que no tiene ni idea de nada y al que el científico le va explicando las cosas, generalmente, o bien los prólogos de ubicación histórica.

La decisión tomada por Kerr en esta novela de gran robo futurista es, seguramente, la menos acertada posible: la de explicar cada concepto extraño con una nota a pie de página. La interrupción continuada de la lectura, y el uso de las notas incluso con fines presuntamente humorísticos -como el de dar una minibiografía de Bill Gates, presidente aún de Microsoft a los 114 años de edad-, desconecta una y otra vez al lector curtido de cf de la historia que está contando, que no está nada mal en el fondo, pero que pierde seriedad y verosimilitud con los repetidos llamados a nuestra propia realidad, implícita en las explicaciones dadas.

Y es una pena. Porque Kerr es un competente escritor, como puede comprobarse en novelas como Una investigación filosófica, que abriera hace algo más de tres años esta misma sección. O como podría haber sido ésta, que parte de un presupuesto de interés: un futuro en el que una enfermedad contagiosa ha convertido a la sangre en el bien más preciado, la medida de la moneda, y al veinte por ciento de la población no infectada en la capa superior de la sociedad. Refugiada en una suerte de ciudades-fortaleza, los limpios se dedican a la donación continuada de sangre para aumentar su propia riqueza y tener material con el que poder salvarse, con una transfusión completa, en caso de infección.

Naturalmente, uno de los ciudadanos de esa zona favorecida se convertirá en un ángel caído. Dana Dallas, diseñador de sistemas de seguridad hipercomplejos para los bancos de sangre -aunque, la verdad, algunos suenen a inventos marca Acme, como suelos resbaladizos-, verá cómo su hija sufre una compleja enfermedad de la sangre -no el P2 que afecta a los demás-, que obliga a continuas transfusiones. Eso, lógicamente, le convierte en alguien muy poco seguro para la seguridad de su empresa, Teratecnología, con lo que caerá en desgracia y se verá abocado al robo. En contacto con diferentes hampones, cambiará su perspectiva del mundo y organizará un robo en la mejor tradición bestselleriana: muy aparatoso, muy hi tech, bastante imposible.

Desafortunadamente, Kerr incluye también en algunas sorprendentes simplezas argumentales, como la de que Dallas no sea asesinado porque le confundan con un subordinado que se le parece en una escena tontorrona. O la caracterización deficiente de la mayor parte de los personajes, especialmente los antagonistas: la asesina de buen corazón, el sicario sádico y el ladrón ingenioso desfilan delante de nuestros ojos con características tan predecibles que uno casi puede adivinar los actores en los que Kerr estaba pensando al escribir la novela.

Considerado uno de los autores más prometedores de los años noventa por la crítica inglesa y publicado inicialmente por Anagrama, Kerr está viendo sus últimas obras traducidas por las grandes editoriales de consumo. Lo que temo que, en su caso, no sea buena señal, puesto que se adivina que se trata de uno de los autores que piensa que para hacer crecer su público debe disminuir su nivel narrativo.


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