Ya era hora. Leon Arsenal, siempre reconocido como uno de los mejores cuentistas de la cf española de los noventa (sólo superado por César Mallorquí y en pie de igualdad con Rafael Marín, Armando Boix o Félix Palma), necesitaba algo tan simple como esto para ser considerado uno de los autores de la "primera división" del género: un libro publicado. Un libro de ficción, se entiende, pues ya era coautor de Conan: un estudio sobre el mito (Metrópolis Milenio, 1999) junto con José Miguel Pallarés y Eugenio Sánchez Arrate. Y un libro, curiosamente, ajeno al género fantástico. En efecto, se trata de una novela histórica, que si bien no puede considerarse plenamente fantástica, sí contrae una pequeña deuda digamos "moral" con el género.
Sólo por la elección del marco histórico ya merece la pena arriesgarse con la lectura de El hombre de la plata. Tartessos es un marco tradicionalmente poco hollado tanto por la novela histórica como por la fantástica (tan sólo recuerdo el relato "Klev, el tartesio", de Carlos Saiz Cidoncha), por cuanto que se trata de una época aún no suficientemente documentada. Simplemente, hasta fechas bien recientes cualquier intento de reconstrucción histórica acerca del reino de Tartessos hubiera entrado en el terreno de la conjetura y, por qué no, la fantasía. Leon Arsenal juega muy bien con esta ambigüedad y nos ofrece una narración de aventuras con trasfondo histórico (en el sentido en que podríamos considerar histórica Los tres mosqueteros) y una estructura inequívocamente de fantasía heroica (en el sentido en que podríamos incluir, avant-la-lettre, a obras como Salambó). El mercenario Alongis, locamente encaprichado de una esclava, está dispuesto a pagar una cuantía desorbitada para conseguirla. En su empeño, participa en la profanación de la tumba de un rey enfrentado al todopoderoso Argantonio, quien le despojó de nombre al derrotarle. Alongis roba una placa de plata, y a partir de ese momento la desgracia se abate sobre él. Si hemos de tomarnos El hombre de la plata como una novela histórica de aventuras, esto da lugar a un sinfín de peripecias, persecuciones, combates y retratos de variados personajes (tartesios, celtíberos, griegos, fenicios...) que progresivamente van abandonando el ámbito del género histórico para adentrarse decididamente en la aventura. Si la consideramos un producto con un leve toque fantástico, es indudable que podemos hablar de una maldición casi sobrenatural.
Sin entrar en el fondo de la cuestión (¿novela de aventura histórica con tintes levemente fantásticos o novela fantástica de aventuras con ambientación histórica?), lo cierto es que se trata de un producto más que correcto en todos los aspectos de la narración. La trama está muy bien desarrollada. El estilo es el típico en Arsenal, con una precisión léxica rayana en el virtuosismo, acompañada de una economía de medios narrativa que hace de la suya una obra austera, que no simple. El retrato de personajes es también el característico del autor: cínicos, de vuelta de todo, pícaros dispuestos a dejar a quien sea en la estacada y, sin embargo, poseedores de un estricto sentido de la moralidad... o de la camaradería, quién sabe. El único defecto destacable de la novela es el ritmo, que tiende a decaer en determinados momentos de la narración, notablemente hacia el final.
En resumen, una apreciable novela que, al igual que le sucedió hace un lustro a Rodolfo Martínez, es sólo la primera de una casi avalancha de obras de ficción que el autor va a publicar en los próximos meses. Si en septiembre ha aparecido El hombre de la plata, en octubre será Besos de alacrán y otros relatos y en Navidad Bula Matari (en colaboración con José Miguel Pallarés). Sólo queda que Opar Nuevas Singladuras resucite con la publicación de La noche roja y que alguna editorial le eche tres pares de narices y se atreva con la que hasta ahora es su mejor novela: Máscaras de matar. Pero tiempo al tiempo.
Juan Manuel Santiago
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