Nadie puede poner en duda que el género fantástico patrio vive actualmente uno de los mejores momentos de su historia, si no el mejor. Una de las principales causas de este hecho es, seguramente, la publicación de numerosos fanzines y antologías de cuentos con capacidad para aglutinar tanto a jóvenes autores noveles como a veteranos valores ya consagrados, algo que ha repercutido de manera exponencial en la cantidad y calidad de escritores hispanos. Con lo que ya parece el formato oficial aceptado por toda antología de género fantástico que sale a la calle en nuestro país (o sea, el formato de Artifex Segunda Época), y presentado con una maravillosa ilustración de portada, el segundo volumen de Framauro, compuesto por diez cuentos y un artículo, muestra una notable irregularidad en cuanto a su contenido. Lo bueno alterna con lo muy malo e incluso lo sorprendente, como lo es el hecho de que el propio editor decida sumar un relato propio al conjunto.
Entre lo mejor hay que anotar la aparición de un joven valor, José Mª Bravo Lineros, que en "La huesa" construye con humildad y sin efectismos un relato muy directo sobre un terrorífico descubrimiento realizado por un adolescente dentro de un ambiente semirural. Constituye sin duda la mejor aportación junto a la de Eduardo Vaquerizo, prolífico cuentista habitual del fantástico, quien en esta ocasión recrea en "Agua mineral" una historia plena de sensualidad, de notable atmósfera romanticista, que se transforma en algo insospechado y terrorífico y que sirve de vehículo para que el madrileño muestre su habitual gusto por la búsqueda de extrañas naturalezas ocultas del ser humano. Inexplicablemente, Vaquerizo decide cambiar de protagonista en la última página, lo que estropea en cierta manera (aunque no decisivamente) el cuento. Cosa que también ocurre con el relato de Eugenio Sánchez Arrate. El humor soterrado del que hace gala y la maravillosa ironía final logran que el excesivo parecido de superficie que muestra este "El corazón del ensela" con el famoso "Besos de alacrán" de León Arsenal no resulte finalmente significativo. Divertida historia de pasiones mortales y puntos de vista distintos, constituye además un extraño y magnífico (permítanme hacer proselitismo) oasis de ciencia-ficción en la actual producción de nuestro país, volcada casi en exclusiva hacia la fantasía y el terror.
Armando Boix y Pedro Pablo G. May ofrecen dos historias también interesantes de resultados opuestos. Mientras el primero logra levantar gracias al ocurrente final su "Trampa para almas", el segundo estropea la interesante distopía "On-line" a causa de la cargante utilización de un artificio narrativo nada satisfactorio al final de la historia. Se pueden contar, no obstante, en la zona positiva de la antología, al igual que "Si la memoria sirve", relato de Jack Ketchum en el que pedofilia y satanismo se unen con un macabro resultado.
Los puntos oscuros de este volumen los constituyen las aportaciones de Ángel Torres Quesada, cuyo "El trovador" no pasa de ser un capitulo simplista mal trabajado, Esteban Matesanz, que con un estilo repetitivo recrea en "La casa del bosque" una historia vacía y mal ordenada, y el propio editor, Raúl de la Cruz, quien regala al lector una colección de diálogos con un fondo muy trillado bajo el título de "Creación".
La antología concluye proponiendo al lector una esforzada inmersión en el engrudo estilístico que da vida a las dos aportaciones de Julio Ángel Olivares. "Umbría Goetia de los desamparados", cuento que demuestra la querencia del autor por lo barroco más que por lo gótico, da paso a un artículo espeso hasta la exageración, titulado "Trece puertas al vacío", que oposita con firmeza a instalarse como nueva acepción del término afectación en el DRAE.
En definitiva, este segundo número de Framauro es una significativa muestra del incesante movimiento que el género fantástico (últimamente, fantasía y terror) está produciendo en los últimos años en nuestro país, y de las distintas calidades que lo conforman. La nota final, a pesar de todo, es positiva, y bastará que los editores intensifiquen tanto el trabajo de corrección ortográfica y sintáctica como la exigencia del tamiz de selección para que Framauro se convierta con el tiempo en una antología imprescindible.
Santiago L. Moreno
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