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Por no mencionar al perro
Por no mencionar al perro
Connie Willis
Título original: To Say Nothing About the Dog
Trad. Rafael Marín
Col. Nova nº 122
Ediciones B, 1999

Connie Willis vuelve a abordar el tema recurrente de su bibliografía: el viaje en el tiempo. Si en otros libros o relatos, como El libro del día del juicio final, Willis ignoraba olímpicamente los asuntos que consideramos casi obligados en relatos sobre viajes en el tiempo (a saber, paradojas temporales, cursos históricos paralelos, encuentros con uno mismo, etc.); en este libro los aborda directa y frontalmente: el argumento central de la novela gira en torno a una paradoja (denominada por Willis incongruencia), su origen, sus posibles consecuencias y cómo los personajes lidian con ella.

Y es esta incongruencia la que se convierte en el motor, el McGuffin de la trama. El esfuerzo de dos historiadores por desfacer el entuerto que uno de ellos ha provocado les lleva a la Inglaterra victoriana, donde se alojarán bajo diversas tapaderas en casa de una acaudalada familia, verdadera muestrario de excentricidades a cada cual más hilarante. La incongruencia que han provocado es impedir que una pareja llegue a conocerse, lo que tiene como consecuencia directa que un nieto suyo, piloto de la RAF en la Segunda Guerra Mundial, no puede asumir el papel que le ha tocado en la historia, más que nada porque nunca habría existido de no conocerse sus abuelos. Este papel de historiadores-casamenteros es una de las facetas de la historia que más carcajadas provoca; ya que, como es habitual en este tipo de historias, cuanto más intentan arreglar las cosas, más se embrollan.

La única nota negativa que puedo asignarle a este libro es cierta dejadez por parte de Connie Willis en la construcción de personajes: demasiado centrada quizás en la trama que quería exponer, Willis nos presenta a unos personajes demasiado estereotipados, mucho más planos que los de cualquier otro libro de la misma autora. Con notables excepciones, como ese mayordomo que lee, ante la manifiesta incredulidad de su dueña; o Cyril y Princesa Arjumand, perro y gata respectivamente, que se convierten en personajes de facto (y ejes centrales de la trama, nada menos) y a los que sólo les falta hablar.

Como ya ha demostrado en sus otros trabajos sobre el viaje en el tiempo, Willis posee una visión sobre el tema devastadoramente fresca e innovadora. Si en Los sueños de Lincoln la forma de viajar en el tiempo es mediante los sueños, en Por no mencionar al perro se nos presenta el mismo método (y el mismo entorno) que en El libro del día del juicio final: la comunidad de historiadores en Oxford que utilizan la máquina del tiempo como indispensable herramienta para su labor. Gracias a ciertas limitaciones hábilmente asignadas a su particular máquina del tiempo, Willis ha conseguido esquivar, o presentar de forma distinta, los manidos temas de las paradojas, las ucronías y las historias paralelas. Un detalle que ejemplifica perfectamente esta frescura es el hecho mismo de que la máquina del tiempo sólo la utilicen los historiadores: como el tiempo se protege a sí mismo, no es posible enviar a nadie a una fecha en la que pueda alterar significativamente el curso de la historia, ni es posible traer nada del pasado. Por lo tanto, la máquina del tiempo no es rentable, y se demuestra útil solamente a los historiadores.

Como en toda comedia de enredo que se precie (y las típicas situaciones embrolladas de las comedias de enredo, si el viaje en el tiempo anda de por medio, se embrollan de forma exponencial), hay equívocos, situaciones descabelladas, diálogos, formas de actuar y de pensar hilarantes, gatos, barcas, peces exóticos, mayordomos perfectos, mayordomos contestatarios, novelas de misterio, espiritismo, la catedral de Coventry...

...por no mencionar al perro.

Carlos Manuel Pérez

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