Acababa de terminarme Lágrimas de luz y me había encantado. Era normal, veía a Rafael Marín cada día en clase de inglés en el instituto, y siempre me contaba detalles que se me escapaban, o de donde se había inspirado para tal o cual escena. Vamos, que tuve la suerte de toparme con Lágrimas de luz: Edición especial.
Una tarde, después de clases, pasé por la librería Jaime a buscar alguna novelita que comprarme. Ya por entonces me había aficionado a un escritor inglés llamado A. Thorkent que, vaya casualidad, no solo no era inglés, sino que encima era el hombre que regentaba la pastelería donde merendaba cuando iba al Casco Antiguo de Cádiz (aunque de eso no me enteré hasta mucho después). La cosa es que estaba buscando alguna novelita de Thorkent, o de mi (por entonces) idolatrada Anne Rice, cuando me topé con el libro que aquí reseño: Ozymandias.
Se me tuvo que quedar cara de pasmarote creo yo, porque me quedé mirando el libro un buen rato hasta que me atreví a cogerlo y echarle un vistazo por dentro. Creo que lo primero que pensé fue: "¿Otro libro de Rafa Marín? Pero, ¿cómo puede escribir tanto?". La verdad es que el libro no era precisamente barato, y sí muy finito, aunque enseguida relacioné el nombre de Ozymandias con el poema de Shelley: Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes; contemplad mi obra, poderosos, y desesperad; bueno, éste es el fragmento más conocido, claro, el poema es más largo.
Vamos, que al final me gasté el dinero y me compré el libro de marras. Como encima tuve la suerte de coger la gripe, me pasé toda la semana en cama, leyendo como un descosido. Al principio me llevé un palo, porque no aparecía Ozymandias por ningún lado, pero a las pocas páginas ya me dio igual: el libro era genial.
El libro, introducción de Pedro Jorge Romero aparte, consistía en doce relatos cortos. A mí me encantan los relatos cortos, pero los de este libro eran tan diferentes a los de Unicornios sin cabeza que llegué a fotocopiar algunos relatos y dejárselos a amigos que nunca habrían aceptado leer ciencia-ficción. Pero es que Rafael no sólo tenía buenas ideas, como en sus dos libros anteriores, sino que encima había empezado a escribir con bastante fluidez (practicamente no podías apartar la vista hasta que un relato concluía), y lo mejor de todo era que muchos de sus relatos parecían serios, con la ciencia-ficción o la fantasía apareciendo como un elemento de fondo.
De todos los relatos, el que menos me gustó fue Último adiós en Dulce Ofelia, justamente porque es ciencia-ficción "clásica", con sus colonias espaciales y su protagonista duro y bogartiano, que está muy bien, sí... pero sabe a poco cuando ya has leído De entre la niebla, un relato que muestra Cádiz como la ciudad oscura y siniestra que puede llegar a ser las noches invernales de niebla, y que se lee bastante bien pese a no poseer ni un solo punto y aparte; De un tiempo a esta parte, genial viaje en el tiempo y bucle temporal que nos recuerda a Mein Führer (un relato de Unicornios sin cabeza); Cuando el ámbar asoma es sin duda el mejor relato corto del libro: social, fantástico, y cruelmente real.
Me quedo con otros dos relatos: Esperando a Skywalker, un relato o recuerdo de cuando un joven Rafael Marín fue a ver la última parte de Star Wars (¿escribirá algún día un Esperando a Neo o Esperando a Skywalker padre?); y Cenicienta del asfalto, un relato sin fantasía, trágico, de ésos que la gente se sorprende al leer y murmura "Pero, ¿este hombre no escribía tonterías de marcianos?". Es cierto que en su libro de relatos anteriores ya había alguna historia "real", pero en esta ocasión están mucho mejor escritas, y con un planteamiento mucho más realista.
Hay dos relatos que son "de tebeo". El primero es Baraka, donde aparece Franco como personaje de cf, y que Carlos Pacheco dibujaría en comic. Es una historia muy buena, aunque en su momento poca gente la entendió, y debieron de creer que Rafa era un viejete falangista. El segundo, El hombre que no quería ser Spider-Man, era justamente un guión de cómic que nunca llegó a publicarse, desarrollado junto a Carlos Pacheco, y que resultó más original, interesante y dibertido que la mayoría de tebeos del Trepamuros que se han publicado desde entonces.
Y un relato muy especial, Autor, autor, donde aparece un trasunto de Angel Torres muy divertido y reaccionario. La historia era una crítica a la situación de la ciencia-ficción en la España de aquellos años (para los que nos quejamos de lo que hay ahora), cuando la mejor ciencia-ficción que uno podía comprar no estaba en las librerías, sino en los baratillos y en las tiendas de ocasión.
Como tengo el libro hecho una pena de tanto leerlo y releerlo, hace poco me compré El centauro de piedra (que incluye muchos más relatos, no sólo estos), de PulpEdiciones, que añade los comentarios que Rafael escribió antes de cada relato, y que seguro que es mucho más fácil de comprar. Y es que Ozymandias sólo tuvo una tirada de quinientos ejemplares, a lo que hay que sumar una maquetación algo chapucera, con una letra muy pequeña que sobrecargaba mucho la página, y una encuadernación de ésas que hacen que dé miedo abrir el libro, no vaya a ser que salgan las páginas disparadas.
¿Alguien se atreve a decir aún que en España no se escribe buena ciencia-ficción? ¡Ah, creía!
José Joaquín Rodríguez
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