La segunda novela del ciclo del sargento Bevilacqua y la agente Chamorro, los guardias civiles investigadores de Lorenzo Silva, consiguió el premio Nadal. Un hito significativo en la literatura de género española reciente: se trata de una novela policiaca de tomo y lomo, con respeto y cuidado manejo de las convenciones del género, que sin embargo se llevó uno de los premios finos de la Gran Literatura española. Lo que demuestra que Silva, primero, es tomado muy en serio, y que los géneros, segundo, cada vez causan menos espanto cuando son afrontados sin perder de vista las exigencias necesarias para la crítica tradicional.
La novela resulta especialmente interesante por cuanto se asume a sí misma ya como parte de un ciclo. Si en la anterior historia de Bevilacqua y Chamorro parecía que los dos guardias civiles eran los instrumentos de una historia, aquí se consolidan como personajes de una serie. Se nos detallan sus manías, se refuerza el análisis de su personalidad con detalles ya apuntados en El lejano país de los estanques, se da forma definitiva a la tensión sexual, refrescantemente directa e inocente, entre el veterano y curtido Bevilacqua y la joven y discreta Chamorro, obligados a dormir juntos en la misma habituación para tormento del primero.
Además, cuaja aquí por completo la voz de Bevilacqua como narrador. Irónico pero nunca cínico, siempre salido aunque armado de contención para disimularlo parcialmente, con la franqueza brutota de un guardia civil tradicional tamizada por una educación bien distinta, Bevilacqua es un personaje muy redondo, y un narrador con verdadera personalidad. La forma en la que Silva le hace admitir tácitamente sus debilidades y le permite sobreponerse a ellas es verdaderamente magistral.
En esta ocasión, los investigadores se enfrentan a la muerte de un ingeniero de una central nuclear, que aparece en un motel en posición desafortunada, con un objeto contundente emergiendo de su trasero y con notorios restos de consumo de droga en sangre. El caso se cierra a priori considerándolo el resultado de una juerga desenfrenada, pero meses después se abrirá cuando la constancia de Bevilacqua identifique a una prostituta del Este aparecida en un descampado de Palencia como la acompañante del ingeniero.
A partir de ahí, llegará el turno de desenmascarar las circunstancias que rodeaban a la víctima, que tenía bastante menos de inocente de lo inicialmente previsto. Bevilacqua y Chamorro deberán sumergirse en el mundo de la prostitución de lujo, de la mafia de la Costa del Sol y, finalmente, en el de la especulación inmobiliaria para llegar a una resolución sorprendente, aunque impecable desde el punto de vista de la narración criminal tradicional. Todo ello a través de la descripción de personajes concisa, pero representativa que utiliza Silva, y sus diálogos verdaderamente dinámicos, en la mejor tradición de la novela negra.
Por cierto que, si después de todo este comentario no queda muy clara la razón de por qué una novela policiaca tiene un título tan sofisticado como El alquimista impaciente, he de decir que se explica de forma clara en el último capítulo. Ahora bien, lo que resulta incomprensible es el uso del elegante cuadro de Vermeer El astrónomo como cubierta para las sucesivas ediciones. Salvo, claro está, que el diseñador no se hubiera leído el libro, y decidiera utilizar esa pintura simplemente por el título. Lo cual es un poco triste.
Julián Díez
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