Me interesa de forma singular lo que está haciendo Lorenzo Silva con su serie de los investigadores de la guardia civil Chamorro y Bevilacqua, por cuanto tengo la sensación de estar asistiendo en directo a la consolidación de una excelente serie policiaca. Uno se sube por el camino a los carros detectivescos: empecé a leer a Carvalho cuando la serie estaba más que consolidada, a Montalvano cuando llevaba ya ni se sabe las novelas, cosas así. En cambio, la serie de Chamorro y Bevilacqua está surgiendo un poco por generación espontánea, desde una novela que tenía toda la pinta de ser una aventura individual, El lejano país de los estanques, hasta esta tercera entrega en la que Silva ya da pistas claras de estar maquinando una continuidad para sus personajes.
La niebla y la doncella es, además, una novela más larga y ambiciosa que sus antecesoras. Aunque lo interesante es que no es la trama que ha crecido, sino los aspectos complementarios que enganchan a los aficionados a una serie. Aquí tenemos más datos que nunca sobre las vidas privadas de ambos: el matrimonio frustrado de Bevilacqua, su temor a las relaciones amorosas, por un lado; las rendijas en la fortaleza aparentemente invulnerable de la cabo Chamorro, por otro. Además, cuaja la imagen de Bevilacqua como esa peculiar mezcla entre cuajado guardia civil y sofisticado psicólogo, capaz por igual de análisis de cierta hondura como de comentarios que pueden parecer anticuados, pero que Silva reviste en su boca de verosimilitud campechana: ideas sobre el honor, la amistad, el amor. Bevilacqua es un hombre dotado de una inteligencia extraordinaria, pero que la ha tamizado a través de la experiencia y el contacto con gente sencilla. El resultado, una franqueza sutil, un tipo de narración a la que la literatura española contemporánea no nos tiene acostumbrados, embarcada en demasiadas ocasiones en sus estilosas pajas mentales.
Los investigadores se enfrentan a un problema complejo: desenterrar un caso de asesinato con dos años de antigüedad, en Canarias, por el que fue encausado y puesto en libertad un sospechoso. Se trata de la muerte de un joven de vida un tanto irregular, que resulta ser sobrino político de un alto cargo insular cuyas presiones son las que imponen la reapertura del caso. El primer procesado fue un concejal del ayuntamiento de La Gomera, con cuya hija quinceañera el fallecido mantenía relaciones esporádicas.
Chamorro y Bevilacqua parten hacia Canarias con pocas expectativas. Allí se les une una guardia destinada en el lugar, Anglada, que resulta ser un cóctel explosivo: una ex compañera de Chamorro por la que ésta no siente simpatía alguna, y que solivianta los siempre despiertos instintos de Bevilacqua. El trío comienza a dar palos de ciego en el entorno de la víctima, en el que encontramos la habitual galería de personajes verosímiles de Silva, hasta que uno de los contactos resulta ser el decisivo. Y, a la postre, motivará una serie de sucesos que suponen un paso más en el desarrollo de los personajes.
Con su capacidad para crear personajes entrañables a partir de material tan improbable como dos guardias civiles, Silva está dejando un jalón importante en el reconocimiento de los géneros en España. Confiamos en que sus siguientes obras lleguen pronto y mantengan el listón de entretenimiento y calidad.
Julián Díez
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