Pedro Pablo G. May es un hombre de radio. Se le puede
escuchar por las mañanas de 8 a 8:30 presentando el informativo de la agencia
EFE, y es todo un profesional. Una de las normas de la redacción radiofónica
dice que el lenguaje ha de ser claro, directo y comprensible. Y ésta es la fórmula
que ha aplicado a su novela Demonios familiares: el libro se lee con
agrado y facilidad, con lo que consigue un resultado muy logrado.
Reconozco que cuando leí la contracubierta de la novela y
me encontré con que la sinopsis hablaba de aquelarres, sueños extraños, fábricas
abandonadas, sectas satanistas y cosas por el estilo, temí enfrentarme a una
historia repleta de lugares comunes, que, previsiblemente, buscaría el susto fácil
y epatar por epatar. Así que me embarque en la lectura sin demasiadas
ilusiones. Pronto descubrí que estaba equivocado y que el texto promocional no
hacía demasiada justicia al libro. Vale que la historia no sea un dechado de
originalidad, pero la lectura es muy agradable.
El estilo de Pedro Pablo G. May es muy acertado, lo mejor
de la novela con diferencia: hace un buen uso de la elipsis, maneja el ritmo con
maestría, alterna puntos de vista narrativos con efectividad y, en general, se
sirve de recursos literarios sabiamente utilizados. Por ejemplo, hay fragmentos
que sólo son diálogo, otros están narrados en primera persona por no se sabe
quién, se nos presentan flashbacks inesperados y escuchamos
transcripciones de grabaciones... además de algún que otro sustillo bastante
cinematográfico. Y todo esto funciona de maravilla, que es lo difícil. Se nota
que el autor está acostumbrado a escribir, y el hecho de proceder del mundo
radiofónico explica lo eficiente de su redacción y el uso de los recursos
necesarios para mantener la atención del lector. Sabe bien cómo comunicar: es
un gran narrador.
La historia cuenta las desventuras de Félix, un anodino
dependiente de unos grandes almacenes al que le resulta imposible localizar a su
hermano, un prestigioso ginecólogo. Intentará encontrarle y las circunstancias
le harán contar primero con la ayuda de una vidente y posteriormente de una
detective. El cuerpo de la novela narra la búsqueda del hermano desaparecido,
cuyo paradero (que no destino) el lector conoce casi desde el principio.
Nos encontramos, en realidad, ante un thriller más
que ante una novela de terror. A pesar de versar sobre satanismo, posee muy
pocos elementos fantásticos: sólo alguna referencia a hechizos realizada de
pasada y poco más. El desarrollo es totalmente realista e imbricado en el mundo
actual con alguna pequeña concesión oscura. De hecho, la novela tiene cierto
porcentaje de hechos reales investigados en sus tareas periodísticas por el
autor, por supuesto debidamente camuflados y modificados. Que el lector no
busque una historia gore o de terror duro, ya que la trama satánica se
podría sustituir fácilmente por otro tipo de conspiración (por ejemplo, sobre
el contrabando de órganos), y el libro no variaría sustancialmente, pero sí
encontrará intriga, emoción y una excelente redacción, elementos más que
suficientes para pasar un buen rato y devorar el libro con avidez.
Las investigaciones del protagonista, algunas de ellas
basadas en datos mitológicos o históricos, podían haber convertido Demonios
familiares en uno de esos sucedáneos de El
código Da Vinci tan de
moda últimamente. Y un pelín de eso podemos encontrar (hay estatuas reales con
simbología satanista, ritos paganos en iglesias...). No olvidemos que el autor
ha publicado una decena de libros de mitología y antropología que han llegado
a convertirse en referentes en el tema (incluso posee un auténtico superventas
que ya va por la tercera edición con más de 18.000 ejemplares vendidos,
firmado con pseudónimo extranjero que la editorial no le permite desvelar) pero
no cae en la trampa de sumarse a la última moda literaria y esquiva el escollo
con dignidad. Además, aporta algún dato curioso y da colorcillo a la intriga.
Prueba superada.
El personaje principal es el más interesante junto con la
médium. Ambos son los mejor tratados con diferencia. El protagonista es un
dependiente más bien gris y con pocas aspiraciones, incluso podríamos detectar
en él cierto complejo de inferioridad. No llega a ser "todo un antihéroe"
como se nos vende en la contracubierta, pero resulta bastante real y sus
actitudes son creíbles y normales. Muy de carne y hueso, excepcionalmente
logrado. La descripción de la médium también es bastante acertada; cae en
algunos tópicos inevitables pero posee mucho cuerpo. Otros personajes, a pesar
de no estar mal, no ofrecen la profundidad de estos dos; especialmente los
malvados, poco definidos y como de serie B. No llegan a constituir una amenaza
verdaderamente temible; y es éste quizá el punto más flojo del libro. Aunque
haya chispazos de calidad y alguna idea con gran potencial, los adversarios no
son todo lo aterradores que podrían haber resultado. De todas formas, el autor
declara no estar interesado en el terror de hachazos y jovencitos masacrados;
prefiere inquietar con el descubrimiento del pequeño terror cotidiano que nos
rodea sin que nos enteremos, de ese mundo oscuro y cruel que en ocasiones
discurre a nuestro lado y ni siquiera percibimos. Así que la fuerza recae en el
desarrollo de la trama y en la sugerencia de la maldad humana antes que en el
terror más evidente, porque no cabe duda de que Pedro Pablo G. May está lo
suficientemente dotado como para perfilar personajes aterradores si así lo
desea.
El final de la novela es muy abierto y uno se queda con
ganas de un par de capítulos más, aprovechando algunos cabos que quedan sin
cerrar (o que están sólo sugeridos). Había material y oportunidad. Si fuera
una película, diría que acaba así a propósito dejando el campo preparado
para una previsible secuela (en el mundo literario esto ya es un poco menos
frecuente, aunque en el caso de Demonios familiares no sería mala idea).
Esperamos nuevos trabajos largos que consoliden su carrera
como autor de ficción (repleta ya de relatos premiados) y, puestos a sugerir, sólo
le pediríamos un poco más de mala uva y que fuera menos políticamente
correcto. Se le ve algo contenido, como temeroso a excederse. Una novela con
Pedro Pablo desmelenado y lanzado a mala leche puede ser la bomba.
Por cierto, una cosilla curiosa: la sinopsis que circula
por internet (incluso en la página oficial de Ediciones Minotauro) tiene un
grave error que puede inducir a equívoco en la lectura del libro e incluso
estropear una pequeña sorpresa final. Así que mejor no hacerle caso. Tampoco
hay que prestar atención a eso de "una trama diabólica que combina terror y
sexo" porque el sexo es casi inexistente. En la contracubierta del libro estos
detalles ya están corregidos.
Resumiendo: se trata de una intriga con tintes siniestros
que se lee con agrado gracias el estupendo estilo del autor y a la buena
utilización de adecuados recursos literarios. No aterroriza, porque ése no es
su objetivo, pero sí entretiene e interesa. Una lectura muy recomendable que
viene a constatar una vez más que existen autores españoles con gran nivel y
coloca a Pedro Pablo G. May como uno de sus mejores exponentes.
David Jasso
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