Paperback Writer in the Sky with Pink Laser Beams
Estimado lector: si has
llegado a esta página buscando una reseña fidedigna y objetiva de estos tres
volúmenes, te sugiero que busques en alguna otra web o, mejor aún, te hagas
con un ejemplar de Idios Kosmos, de
Pablo Capanna; de ¿Cuánto te asusta el
caos?, de Aaron Barlow (a ser posible, en versión original
e inteligible) o del número 39 de la revista Gigamesh.
Porque me temo que lo que vas a leer a continuación estará aquejado de
incompletitud, inexactitud y de subjetivismo. Y también de mucho cariño por el
autor. No me extrañaría que la coordinadora de esta página se mosqueara, pues
tiene motivos sobrados para ello: ni sé cuántos meses he tardado en cumplir
con el encargo, y para pergeñar al final el texto que sigue. Ya se lo compensaré
algún día en el restaurante que ella escoja, palabra.
Incompleto,
inexacto, subjetivo: necesariamente. Porque, tal como dice David Torres que le
sucede con Lem, [1]
hay algo en la obra de Dick que me hace pensar que siempre me pierdo algo en su
lectura. Pero, al contrario que con el polaco, cuyas narraciones dejan bien
claro al lector que le están exigiendo un esfuerzo intelectual para
comprenderlas (y en ocasiones ese esfuerzo resulta insuficiente), con el de
Berkeley la sensación se presenta a posteriori, con un efecto acumulativo que
se revela al cabo de unas cuantas lecturas. Si te estás iniciando en la obra de
Dick, es muy probable que estés pensando que me estoy dando el pisto; si ya has
leído algunas o todas sus novelas, puede que te suceda lo mismo que a mí... si
has sabido entrar en su juego. (Si no lo has hecho, igual es por falta de empatía,
un valor no exigible en general para la lectura de cualquier libro -si no,
necesariamente nos gustarían todos
los libros- pero a la que Dick apela, o mejor dicho, "incluye" entre líneas.
Si ese es tu caso, entonces, deja la reseña en este punto y no la leas hasta el
final: no te iba a hacer ninguna gracia lo que mis palabras implicarían...)
Como íbamos diciendo
antes del paréntesis: ¿Entrar en su juego? Sí, amigo, porque donde en Lem es
racionalidad pura, en Dick el término que más se maneja al estudiar su obra es
empatía. Si abres cualquiera de sus
libros (y el primer tomo de estos Cuentos
completos es casi paradigmático, en contraposición con sus últimas obras
-que Capanna agrupa en la que denomina fase
mesiánica, [2]
a partir de 1970-, donde Dick se enredó a base de bien con diversas
novelizaciones de su Exégesis),
descubrirás que su prosa es diáfana y directa, sin complicaciones
innecesarias, absolutamente funcional, fruto de su formación autodidacta y su
necesidad (económica tanto como vital) de ganarse la vida como paperback writer. Y dónde mejor, según le recomendó Anthony
Boucher, que en las revistas de ciencia-ficción tan en boga.
Así que, si compartes
conmigo esa sensación que comentaba anteriormente, puede que llegues a un punto
en que te sientas frustrado al no identificar de inmediato la causa de la
implicación, racional pero sobre todo emocional, y decidas pasar a otros
autores. Te recomiendo que no arrojes la toalla. Persevera. Lee otras novelas.
Vuelve a estos cuentos. (Y de paso, exige a Minotauro que publique los volúmenes
IV y V de esta antología, y que en esta ocasión se esmeren con la traducción,
pues la de las obras que nos ocupan es en exceso rígida y descuidada). Es señal
de que ese vínculo "oculto" ha funcionado.
Philip K. Dick desistió,
aparentemente, de verter sus inquietudes trascendentes en novelas de realismo
sucio tras el premio Hugo que cosechó El
hombre en el castillo. Y digo aparentemente
porque no por dedicarse en exclusiva a la ciencia-ficción aparcó
definitivamente las ideas que le rondaban, tanto por la cabeza como por su vida;
más bien al contrario, había descubierto en la ciencia-ficción un terreno
ideal para metaforizarlas. En estos tres primeros volúmenes, que recogen los
setenta y cinco cuentos que escribió entre 1952 y 1955 (año de aparición de
su primera novela, Lotería
solar), presentan un nexo de unión: unas preocupaciones de carácter
filosófico, en ocasiones ingenuas, otras veces inquietantes, revestidas con el
símil-piel o el titanio de la ciencia-ficción que sacan la "filosofía
[...] a la calle y se convierte para cada mortal anónimo en una pregunta
apremiante"
que encuentra el lector de género, ávido de nuevas emociones y, en gran
medida, abierto a nuevos horizontes, una audiencia receptiva, aunque también
perpleja. No es de extrañar que despuntase enseguida sobre la media (bastante
vulgar en términos generales) de los escritores de ciencia-ficción inmersos de
la época del desarrollismo y el optimismo del plástico y la energía nuclear,
aunque la fama le llegase tarde y por motivos extraliterarios. Pero démosle un
vistazo a estos relatos con algo más de detalle.
La estructura habitual
en estos cuentos parte de la presentación del personaje, un hombre común, un
antihéroe, descrito en breves trazos, en apenas unas líneas de diálogo
rutinario, justo antes de encarar la ruptura de su cotidianidad; una vez irrumpe
el primer nudo de la acción, el antihéroe se ve abocado a un conflicto que lo
impulsará a actuar sin rumbo ni guía en pos de un objetivo que apenas atisba,
para alcanzar un final en el que, quizá, la situación se haya remendado, pero
que, tras la revelación de la "realidad subyacente" a la situación
habitual (ya sea en forma de impostura, de robot, de revelación tras la primera
apariencia) no volverá a ser la misma. Eso si no acaba con el protagonista, con
su mundo o con la estructura que lo sostenía moralmente. Aunque no acostumbra a
suceder así (estaríamos hablando de finales quizá excesivamente obvios),
cuentos como "El gran C" o "Colonia" acaban con una
aniquilación física, aunque la muerte no sea el final en sí, sino el punto
superior en la rueda cíclica de los acontecimientos.
El problema con el que
puede tropezar el lector al encarar la lectura secuencial de sus cuentos es que,
en el breve periodo que abarcan tres volúmenes la estructura apenas varía,
casi se podría decir que es calcada de un cuento a otro, y esto puede producir
cierta sensación de, digámoslo sin ambages, aburrimiento. Dick estaba
embarcado en un ritmo frenético de producción, acuciado por sus necesidades
económicas, y a pesar de la frescura y la originalidad de la propuesta, aquí
pequeñas joyas en bruto conviven con cuentos marcados por incoherencias
argumentales, descuidos formales y estilo laxo, además de la repetición esquemática
antes señalada.
Y aun con estos
defectos, al final uno se queda con ganas de más. Si el estilo no es el
"valor añadido" de su narrativa corta, volvemos entonces a que sus
bondades se hallan en lo que, burdamente, catalogaríamos en el apartado contenido.
¿Estamos, pues, ante una antología de aquella "literatura de ideas"?
Sí... y no. Decididamente no. Philip K. Dick trasciende cualquier intento de
catalogarlo (condenarlo) a esa categoría destinada a autores de escasa calidad
artística.
El propio Dick, en las
notas extraídas de diversas colecciones con que se complementa esta recopilación,,
intenta darnos una orientación a través de las inquietudes que constituyen la
clave de su narrativa, su "contenido". Orienta, aunque no desvela; y
nos ofrece destellos, que no clases magistrales. La potencia evocativa la amaga,
precisamente, bajo la ficción, y deja al lector el esfuerzo de descifrar el
contenido, tan a la manera de Lem. Quizá por ello ambos se entendían tan
bien... hasta que al californiano se le fue la pinza.
La irrupción de un mundo revelado en el universo "ordenado" en el que
los personajes vivían tranquilos nos conduce a las ideas sobre la naturaleza de
la realidad y la posibilidad de aprehenderla, inquietud esta procedente de su
formación autodidacta en la filosofía que resuena con los ecos de la caverna
de Platón, pero tamizada por la literalidad con la que Dick plasmaba los
conceptos abstractos, consecuencia en parte de sus peculiaridades psiquiátricas.
Desde aquel momento, a mediados de los cincuenta, el Universo dejó de ser el
patio de atrás exclusivo de héroes supertestosteronados que lideraban cruzadas
contra amenazas tangibles a mayor gloria de la Humanidad (o de la patria que
tocase) para convertirse en un contenedor ominoso, tras cuyo telón se pueden
esconder naturalezas inconcebibles y que aloja también nuestros universos
interiores, tan inestables como el exterior: pura incertidumbre. Ya desde los
primeros cuentos ("Roog", "Más allá se encuentra el wub")
se vislumbra la dicotomía entre apariencia y realidad. Lejos quedan aún las
epifanías y el cuasimesianismo, así que las inquietudes son más tangibles, más
cercanas en cuanto existe la posibilidad de ser compartida por los lectores.
Dick usa los arquetipos de la ciencia-ficción como herramientas para simbolizar
los diferentes aspectos de la apariencia y la cognisción: los simulacros, los
androides, los falsos humanos que amenazan con someter al ser humano a sus
designios, los extraterrestres suprahumanos, casi divinos. El conflicto
principal, o cuanto menos el más destacable, parte de la dificultad de
distinguir lo que es humano de lo que no lo es, y la meta es lograr discernirlo,
pues frecuentemente el engaño tiene como objetivo acabar con lo que nos define
como humanos (en ocasiones una eliminación física, como en
"Colonia"; en otras ocasiones, quizá las más terroríficas,
sustituyendo la bondad, la empatía, como "La segunda variedad" o
"El padre cosa") para obtener sus objetivos.
Pero
la amenaza, en muchas otras ocasiones, no se ciñe a un ente extraterrestre, mecánico
o facsímil: y es que el Destructor de Formas mora en lo más profundo de la
naturaleza humana y se manifiesta a través de las estructuras jerárquicas de
la sociedad. En ocasiones se simboliza los usos y abusos del poder a través de
gobiernos impostores controlados por máquinas o simulacros, como en la
anteriormente citada "La segunda variedad" o "Los
defensores"; en otros casos, el propio poder propicia una impostura, una
realidad fingida (que hoy en día parece, por otra parte, bien habitual), para
defender unos intereses egoístas, que abocan al protagonista a luchar por su
humanidad o "perecer" como seres empáticos (seguir viviendo una
mentira), como sería el caso de "La paga", "Nul-O" o
"Impostor". Este aspecto, el más "político" o social de
Dick, en ocasiones es obviado a causa de la innegable atracción que ejerce las
cuestiones sobre la naturaleza de la realidad, cuyo máximo exponente en
nuestros días sería la iconización de Matrix.
A través de estas 1200
páginas el lector visitará los campos de Marte, las bóvedas de acero donde
viven los restos de la civilización, una Tierra devastada, un Edén
extraplanetario, colonias con cambiaformas, colonias con extraterrestres
sometidos que esperan ejercer la venganza... Pero acompañando a un hombre común
que a causa de la ruptura de la cotidianeidad se verá impelido a actuar de
forma excepcional y enfrentarse a la incertidumbre que amenaza a su mundo, no
entendido como su entorno físico inmediato, a la manera de las típicas
invasiones extraterrestres, sino al inmanente.
En este punto es en el
que Dick rompe la barrera de la ficción y, jugando su mejor virtud, acerca sus
mundos del futuro y el mundo del lector, de ahí que no sea baladí la elección
del protagonista, ni la intención de llegar con claridad al público lector.
Los personajes se erigen en cámaras lo más cercanas al punto focal del lector,
y convierten las "dudas razonables" sobre la naturaleza de los
personajes en las nuestras. No lo consigue siempre, por los defectos que comenté
anteriormente, pero cuando alcanza su objetivo lo hace con suma efectividad,
algo que no queda al alcance de cualquiera. Podemos sospechar las bazas
utilizadas para obtener esa empatía, que no tan sólo propone como una de las
características sine qua non para distinguir humanos de impostores, sino
que usa para con, y exige al lector. Es, digámoslo, nuestro propio test Voight-Kampff.
Nos seduce con mundos maravillosos que enseguida devienen pesadillescos, y
sufrimos ese escalofrío al sospechar que la vida es sueño y sólo eso. Nos reímos
con su fino y cáustico sentido del humor ante la descripción de los patanes e
ineptos que dirigen el mundo, nos implicamos y nos embarramos con los obstáculos
trascendentales que, sospechaba Dick, velaban la realidad y nos convencemos,
-tal era la preocupación principal que se articula como eje fundamental del
corpus dickiano- de que no estamos en realidad aislados en nuestra cárcel de
carne y huesos sino que, a través de la empatía, de esa empatía que nos
brinda la puerta a su (nuestro) mundo, formamos parte de una comunidad.
No es literatura de
ideas, sino un humanismo radical que enfrenta al hombre con su naturaleza más
íntima, que, mediante un esfuerzo, cognoscitivo y empático, busca liberarse de
imposturas, divinas y humanas, en pos de un hombre nuevo, racional, solidario y
libre. Las alternativas, si falla la empatía, son absolutamente terroríficas.
Quedaríamos anclados en nuestro idios
kosmos sin posibilidad de conocer la verdad. O seríamos androides.
Álex Vidal
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