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Cuentos completos vol. ICuentos completos
Philip K. Dick

Trad. Eduardo G. Murillo
Col. Biblioteca de autor Philip K. Dick

Minotauro

Vol. I (Beyond Lies the Wub), 2005

Vol. II (Second Variety), 2006

Vol. III (The Father Thing), 2007

Paperback Writer in the Sky with Pink Laser Beams

Estimado lector: si has llegado a esta página buscando una reseña fidedigna y objetiva de estos tres volúmenes, te sugiero que busques en alguna otra web o, mejor aún, te hagas con un ejemplar de Idios Kosmos, de Pablo Capanna; de ¿Cuánto te asusta el caos?, de Aaron Barlow (a ser posible, en versión original e inteligible) o del número 39 de la revista Gigamesh. Porque me temo que lo que vas a leer a continuación estará aquejado de incompletitud, inexactitud y de subjetivismo. Y también de mucho cariño por el autor. No me extrañaría que la coordinadora de esta página se mosqueara, pues tiene motivos sobrados para ello: ni sé cuántos meses he tardado en cumplir con el encargo, y para pergeñar al final el texto que sigue. Ya se lo compensaré algún día en el restaurante que ella escoja, palabra.

Incompleto, inexacto, subjetivo: necesariamente. Porque, tal como dice David Torres que le sucede con Lem, [1] hay algo en la obra de Dick que me hace pensar que siempre me pierdo algo en su lectura. Pero, al contrario que con el polaco, cuyas narraciones dejan bien claro al lector que le están exigiendo un esfuerzo intelectual para comprenderlas (y en ocasiones ese esfuerzo resulta insuficiente), con el de Berkeley la sensación se presenta a posteriori, con un efecto acumulativo que se revela al cabo de unas cuantas lecturas. Si te estás iniciando en la obra de Dick, es muy probable que estés pensando que me estoy dando el pisto; si ya has leído algunas o todas sus novelas, puede que te suceda lo mismo que a mí... si has sabido entrar en su juego. (Si no lo has hecho, igual es por falta de empatía, un valor no exigible en general para la lectura de cualquier libro -si no, necesariamente nos gustarían todos los libros- pero a la que Dick apela, o mejor dicho, "incluye" entre líneas. Si ese es tu caso, entonces, deja la reseña en este punto y no la leas hasta el final: no te iba a hacer ninguna gracia lo que mis palabras implicarían...)

Como íbamos diciendo antes del paréntesis: ¿Entrar en su juego? Sí, amigo, porque donde en Lem es racionalidad pura, en Dick el término que más se maneja al estudiar su obra es empatía. Si abres cualquiera de sus libros (y el primer tomo de estos Cuentos completos es casi paradigmático, en contraposición con sus últimas obras -que Capanna agrupa en la que denomina fase mesiánica, [2] a partir de 1970-, donde Dick se enredó a base de bien con diversas novelizaciones de su Exégesis), descubrirás que su prosa es diáfana y directa, sin complicaciones innecesarias, absolutamente funcional, fruto de su formación autodidacta y su necesidad (económica tanto como vital) de ganarse la vida como paperback writer. Y dónde mejor, según le recomendó Anthony Boucher, que en las revistas de ciencia-ficción tan en boga. [3]

Así que, si compartes conmigo esa sensación que comentaba anteriormente, puede que llegues a un punto en que te sientas frustrado al no identificar de inmediato la causa de la implicación, racional pero sobre todo emocional, y decidas pasar a otros autores. Te recomiendo que no arrojes la toalla. Persevera. Lee otras novelas. Vuelve a estos cuentos. (Y de paso, exige a Minotauro que publique los volúmenes IV y V de esta antología, y que en esta ocasión se esmeren con la traducción, pues la de las obras que nos ocupan es en exceso rígida y descuidada). Es señal de que ese vínculo "oculto" ha funcionado.

Philip K. Dick desistió, aparentemente, de verter sus inquietudes trascendentes en novelas de realismo sucio tras el premio Hugo que cosechó El hombre en el castillo. Y digo aparentemente porque no por dedicarse en exclusiva a la ciencia-ficción aparcó definitivamente las ideas que le rondaban, tanto por la cabeza como por su vida; más bien al contrario, había descubierto en la ciencia-ficción un terreno ideal para metaforizarlas. En estos tres primeros volúmenes, que recogen los setenta y cinco cuentos que escribió entre 1952 y 1955 (año de aparición de su primera novela, Lotería solar), presentan un nexo de unión: unas preocupaciones de carácter filosófico, en ocasiones ingenuas, otras veces inquietantes, revestidas con el símil-piel o el titanio de la ciencia-ficción que sacan la "filosofía [...] a la calle y se convierte para cada mortal anónimo en una pregunta apremiante" [4] que encuentra el lector de género, ávido de nuevas emociones y, en gran medida, abierto a nuevos horizontes, una audiencia receptiva, aunque también perpleja. No es de extrañar que despuntase enseguida sobre la media (bastante vulgar en términos generales) de los escritores de ciencia-ficción inmersos de la época del desarrollismo y el optimismo del plástico y la energía nuclear, aunque la fama le llegase tarde y por motivos extraliterarios. Pero démosle un vistazo a estos relatos con algo más de detalle.

La estructura habitual en estos cuentos parte de la presentación del personaje, un hombre común, un antihéroe, descrito en breves trazos, en apenas unas líneas de diálogo rutinario, justo antes de encarar la ruptura de su cotidianidad; una vez irrumpe el primer nudo de la acción, el antihéroe se ve abocado a un conflicto que lo impulsará a actuar sin rumbo ni guía en pos de un objetivo que apenas atisba, para alcanzar un final en el que, quizá, la situación se haya remendado, pero que, tras la revelación de la "realidad subyacente" a la situación habitual (ya sea en forma de impostura, de robot, de revelación tras la primera apariencia) no volverá a ser la misma. Eso si no acaba con el protagonista, con su mundo o con la estructura que lo sostenía moralmente. Aunque no acostumbra a suceder así (estaríamos hablando de finales quizá excesivamente obvios), cuentos como "El gran C" o "Colonia" acaban con una aniquilación física, aunque la muerte no sea el final en sí, sino el punto superior en la rueda cíclica de los acontecimientos.

El problema con el que puede tropezar el lector al encarar la lectura secuencial de sus cuentos es que, en el breve periodo que abarcan tres volúmenes la estructura apenas varía, casi se podría decir que es calcada de un cuento a otro, y esto puede producir cierta sensación de, digámoslo sin ambages, aburrimiento. Dick estaba embarcado en un ritmo frenético de producción, acuciado por sus necesidades económicas, y a pesar de la frescura y la originalidad de la propuesta, aquí pequeñas joyas en bruto conviven con cuentos marcados por incoherencias argumentales, descuidos formales y estilo laxo, además de la repetición esquemática antes señalada.

Y aun con estos defectos, al final uno se queda con ganas de más. Si el estilo no es el "valor añadido" de su narrativa corta, volvemos entonces a que sus bondades se hallan en lo que, burdamente, catalogaríamos en el apartado contenido. ¿Estamos, pues, ante una antología de aquella "literatura de ideas"? Sí... y no. Decididamente no. Philip K. Dick trasciende cualquier intento de catalogarlo (condenarlo) a esa categoría destinada a autores de escasa calidad artística.

El propio Dick, en las notas extraídas de diversas colecciones con que se complementa esta recopilación, intenta darnos una orientación a través de las inquietudes que constituyen la clave de su narrativa, su "contenido". Orienta, aunque no desvela; y nos ofrece destellos, que no clases magistrales. La potencia evocativa la amaga, precisamente, bajo la ficción, y deja al lector el esfuerzo de descifrar el contenido, tan a la manera de Lem. Quizá por ello ambos se entendían tan bien... hasta que al californiano se le fue la pinza. [5] La irrupción de un mundo revelado en el universo "ordenado" en el que los personajes vivían tranquilos nos conduce a las ideas sobre la naturaleza de la realidad y la posibilidad de aprehenderla, inquietud esta procedente de su formación autodidacta en la filosofía que resuena con los ecos de la caverna de Platón, pero tamizada por la literalidad con la que Dick plasmaba los conceptos abstractos, consecuencia en parte de sus peculiaridades psiquiátricas. [6] Desde aquel momento, a mediados de los cincuenta, el Universo dejó de ser el patio de atrás exclusivo de héroes supertestosteronados que lideraban cruzadas contra amenazas tangibles a mayor gloria de la Humanidad (o de la patria que tocase) para convertirse en un contenedor ominoso, tras cuyo telón se pueden esconder naturalezas inconcebibles y que aloja también nuestros universos interiores, tan inestables como el exterior: pura incertidumbre. Ya desde los primeros cuentos ("Roog", "Más allá se encuentra el wub") se vislumbra la dicotomía entre apariencia y realidad. Lejos quedan aún las epifanías y el cuasimesianismo, así que las inquietudes son más tangibles, más cercanas en cuanto existe la posibilidad de ser compartida por los lectores. Dick usa los arquetipos de la ciencia-ficción como herramientas para simbolizar los diferentes aspectos de la apariencia y la cognisción: los simulacros, los androides, los falsos humanos que amenazan con someter al ser humano a sus designios, los extraterrestres suprahumanos, casi divinos. El conflicto principal, o cuanto menos el más destacable, parte de la dificultad de distinguir lo que es humano de lo que no lo es, y la meta es lograr discernirlo, pues frecuentemente el engaño tiene como objetivo acabar con lo que nos define como humanos (en ocasiones una eliminación física, como en "Colonia"; en otras ocasiones, quizá las más terroríficas, sustituyendo la bondad, la empatía, como "La segunda variedad" o "El padre cosa") para obtener sus objetivos.

Pero la amenaza, en muchas otras ocasiones, no se ciñe a un ente extraterrestre, mecánico o facsímil: y es que el Destructor de Formas mora en lo más profundo de la naturaleza humana y se manifiesta a través de las estructuras jerárquicas de la sociedad. En ocasiones se simboliza los usos y abusos del poder a través de gobiernos impostores controlados por máquinas o simulacros, como en la anteriormente citada "La segunda variedad" o "Los defensores"; en otros casos, el propio poder propicia una impostura, una realidad fingida (que hoy en día parece, por otra parte, bien habitual), para defender unos intereses egoístas, que abocan al protagonista a luchar por su humanidad o "perecer" como seres empáticos (seguir viviendo una mentira), como sería el caso de "La paga", "Nul-O" o "Impostor". Este aspecto, el más "político" o social de Dick, en ocasiones es obviado a causa de la innegable atracción que ejerce las cuestiones sobre la naturaleza de la realidad, cuyo máximo exponente en nuestros días sería la iconización de Matrix.

A través de estas 1200 páginas el lector visitará los campos de Marte, las bóvedas de acero donde viven los restos de la civilización, una Tierra devastada, un Edén extraplanetario, colonias con cambiaformas, colonias con extraterrestres sometidos que esperan ejercer la venganza... Pero acompañando a un hombre común que a causa de la ruptura de la cotidianeidad se verá impelido a actuar de forma excepcional y enfrentarse a la incertidumbre que amenaza a su mundo, no entendido como su entorno físico inmediato, a la manera de las típicas invasiones extraterrestres, sino al inmanente.

En este punto es en el que Dick rompe la barrera de la ficción y, jugando su mejor virtud, acerca sus mundos del futuro y el mundo del lector, de ahí que no sea baladí la elección del protagonista, ni la intención de llegar con claridad al público lector. Los personajes se erigen en cámaras lo más cercanas al punto focal del lector, y convierten las "dudas razonables" sobre la naturaleza de los personajes en las nuestras. No lo consigue siempre, por los defectos que comenté anteriormente, pero cuando alcanza su objetivo lo hace con suma efectividad, algo que no queda al alcance de cualquiera. Podemos sospechar las bazas utilizadas para obtener esa empatía, que no tan sólo propone como una de las características sine qua non para distinguir humanos de impostores, sino que usa para con, y exige al lector. Es, digámoslo, nuestro propio test Voight-Kampff. Nos seduce con mundos maravillosos que enseguida devienen pesadillescos, y sufrimos ese escalofrío al sospechar que la vida es sueño y sólo eso. Nos reímos con su fino y cáustico sentido del humor ante la descripción de los patanes e ineptos que dirigen el mundo, nos implicamos y nos embarramos con los obstáculos trascendentales que, sospechaba Dick, velaban la realidad y nos convencemos, -tal era la preocupación principal que se articula como eje fundamental del corpus dickiano- de que no estamos en realidad aislados en nuestra cárcel de carne y huesos sino que, a través de la empatía, de esa empatía que nos brinda la puerta a su (nuestro) mundo, formamos parte de una comunidad.

No es literatura de ideas, sino un humanismo radical que enfrenta al hombre con su naturaleza más íntima, que, mediante un esfuerzo, cognoscitivo y empático, busca liberarse de imposturas, divinas y humanas, en pos de un hombre nuevo, racional, solidario y libre. Las alternativas, si falla la empatía, son absolutamente terroríficas. Quedaríamos anclados en nuestro idios kosmos sin posibilidad de conocer la verdad. O seríamos androides.

Notas:

[1]  Torres, David, "Prólogo" en Lem, Stanislaw, Provocación, Madrid, Ed. Funambulista, 2005, pág. 9.

[2]  Capanna, Pablo, Idios Kosmos. Claves para Philip K. Dick, 2005, Grupo Ed. AJEC, col. Tycho núm. 1, págs. 41-59. Veo que Capanna encabeza el capítulo con la misma canción de The Beatles a la que hago referencia, "Paperback Writer"; pura casualidad... y certera descripción.

[3]  Ibídem, pág. 44

[4] Lem, Stanislaw, "Philip K. Dick, un visionario entre charlatanes", 1996, Gigamesh 7, pág. 22

[5] Pestarini, Luis, "La conspiración de Solarcon-6: el archivo paranoide de Philip K. Dick", en Cuasar 33.

[6] Capanna, Pablo, op. cit., pág. 44.

Álex Vidal

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