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Juan Manuel SantiagoCruda fandomía
Mentidero 5
Juan Manuel Santiago




Mucho cuento (III)
Pablo Rido: cerdo klingon, termitas y premios literarios (II)

En la anterior entrega de Mentidero 5 veíamos cómo los miembros de la TerMa (comúnmente denominados "termitas", y quien nos haya visto comer sabrá por qué) organizamos ininterrumpidamente desde hace diez años un premio literario, al principio patrocinado por la AEFCF (y llamado premio Aznar) y, a partir de 1995, de manera independiente (el Pablo Rido). Ya se han comentado algunas peculiaridades de este premio, entre ellas su financiación (con un pequeño canon sobre el precio de la cena de los jueves) y la sana costumbre de contar con jurados lo más heterogéneos posible, para asegurar que el premio es limpio y que no se imprime un sesgo temático a los relatos ganadores.

En tercer lugar, cabe hablar de la dinámica interna del premio Pablo Rido. A diferencia de las bases, que se hacen públicas todos los años poco después de la entrega del premio de la edición inmediatamente anterior, el reglamento interno no ha sido recogido por escrito, lo cual no significa que sea simple. Todo lo contrario, las reglamentaciones del Rido son francamente complejas y cubren prácticamente todas las contingencias imaginables. Para hacernos una idea, el proceso que sigue un relato desde que se presenta a concurso hasta que gana es el siguiente:

Todos los años, tras la entrega del Rido, se anuncian las bases de la siguiente entrega. Se pueden presentar todos aquellos relatos originales e inéditos que el concursante estime conveniente, con una extensión de hasta treinta folios de treinta líneas de setenta caracteres. Normalmente se tiene manga ancha con los relatos que se exceden en un par de páginas de esta extensión, pero siempre se elimina algún relato que las sobrepasa de una manera harto evidente. El plazo de entrega de originales finaliza el 15 de enero, aunque se admiten relatos a partir de esa fecha, siempre que estén matasellados antes de ese día; en resumen, no os preocupéis si Correos tarda un poco en hacernos llegar vuestro relato, porque al final será admitido... Hasta aquí, todo viene explicado en las bases; a partir de ahora, nos adentramos en la reglamentación interna. Con los relatos recibidos, el comisario Paco Canales hace los envíos a los jurados selectores, normalmente cuatro, para expurgar los cuentos menos salvables y que de este modo los jurados se encuentren sólo con los trabajos de auténtico nivel. Reunidos estos tras la lectura de todos los relatos, se procede a hacer la criba, en torno a veinticinco relatos, hacia finales de febrero o principios de marzo. Con esos relatos en mano, y como ya os comenté en la anterior actualización, los jurados tienen que votar sus diez favoritos, según las siguientes puntuaciones, por orden de apreciación: dos cincos, tres cuatros, tres treses y dos doses. El comisario Canales suma las puntuaciones de esta primera votación, de la cual salen cinco finalistas. En este momento se produce la segunda votación, en la cual los jurados votan por orden de apreciación, desde 5 hasta 1. En caso de empate (como ha sucedido en 2001), prevalecen las puntuaciones de la primera votación, pues las bases establecen que en ningún caso se puede dejar desierto el premio, ni concederlo a más de un relato. Una vez el comisario Canales conoce la identidad del ganador, se procede a la proclamación de los relatos finalistas en la página web de la TerMa y Silvia Rosende, la escultora, puede encargar la placa con los datos del vencedor, con unas dos semanas de antelación sobre la fecha de la cena de entrega, de tal manera que se disponga de tiempo suficiente para publicitarla. La entrega del Rido suele producirse el segundo o el tercer viernes de junio. Como acto de reconocimiento a su labor, a los jurados que asisten se les suele invitar a cenar. Y vuelta a empezar...

Nos queda una cuarta y última peculiaridad: la cena de entrega, que en 1997 se celebra por primera vez de manera independiente de las cenas de los jueves.

El Rido de 1997 marca un nuevo punto de inflexión, una pequeña revolución dentro de lo que hasta aquel entonces era habitual: estamos alcanzando la que Héctor Ramos denominó "etapa de crecimiento" en su intervención del pasado viernes 22 de junio (véase el anterior Mentidero 5). El auge de Internet, aunque todavía no tan significativo como uno o dos años después (el período 1999-2000 ha sido el de mayor renovación en toda la historia del fandom, tanto en la TerMa como en la AEFCF como en la asistencia a las HispaCones), atrae a nuevos miembros hacia la tertulia... y a nuevos escritores hacia el premio.

La elevada participación (cerca de cincuenta relatos, frente a los veintitantos en que se había estabilizado en las tres ediciones anteriores) obliga a plantearse en sucesivas ediciones la introducción del citado sistema de sistema de jurados previos para facilitar la tarea de lectura a los jurados, a semejanza de lo que se hace en otros premios más "profesionales". El jurado, compuesto por Carlos Aguilar, autor de la imprescindible Guía del video-cine (Cátedra); Miquel Barceló, director de la colección Nova CF y promotor del premio UPC; Alfredo Lara, editor de Opar y actual director de la colección de novela histórica de Valdemar; Miguel Latorre, contertulio y empedernido lector; y José María Merino, uno de los mejores autores españoles en activo (léanse La orilla oscura o Cincuenta cuentos y una fábula) se encuentra con una de las mejores cosechas de toda la historia del Rido, todavía hoy recordada como "el Rido de las estrellas" (eran los tiempos de la Sentencia Bosman y la Liga de las Estrellas). En efecto, una vez proclamados los finalistas pueden leerse entre ellos cuatro relatos de tres autores que ya habían ganado el premio con anterioridad, con lo cual existía un ochenta por ciento de probabilidades de que se produjera el primer doblete en la historia del premio. La "maldición del Rido" (recordemos: si un autor coloca dos cuentos finalistas, no gana) juega en contra de Armando Boix, quien, sin llegar al virtuosismo de "El noveno capítulo" o "El ayudante de Piranesi", presenta dos relatos interesantes: "El cuaderno de notas" (en Cuasar nº 30) y "El Uno inefable" (Artifex vol.16). El primero sigue la estela de "El noveno capítulo", con libro (o, en este caso, cuaderno) poseedor de una innegable maldad, y el segundo es un relato de ambientación histórico-fantástica erudita y exótica. También interesante es "El día que hicimos la transición" de Ricard de la Casa y Pedro Jorge (en Visiones 1997 y Cuentos de ciencia ficción, Ed. Bígaro), una atrevida ucronía sobre la historia reciente española que tal vez hubiese necesitado una corrección de estilo... Así y todo, quedó en segunda posición. Félix J. Palma envía a concurso uno de sus mejores y más paradigmáticos relatos, "Reflejos" (Artifex vol.16 y El vigilante de la salamandra, Ed. Pre-textos), en el que las preocupaciones cortazarianas y borgeanas confluyen con una descripción de caracteres próxima a la comedia urbana: leída cuatro años después, esta historia de un hombre que decide hacer de la necesidad (un espejo le devuelve la imagen de una chica de la que se quedó prendada en una noche loca) virtud (se lanza a un voyeurismo bastante metafísico, pero voyeurismo, al fin y al cabo) continúa siendo un pequeño clásico, y fue uno de los platos fuertes (junto con el ya citado "El Uno inefable" y "Seda y plata" de Eduardo Vaquerizo) del vol. 16 de Artifex, que posteriormente fue reeditado y es (todavía hoy) el detentador del récord absoluto de candidaturas a los Ignotus por un solo ejemplar de publicación.

Con todo, quien al final se llevaría el gato al agua es César Mallorquí, con "El decimoquinto movimiento" (Gigamesh nº 12 y Fabricantes de sueños. Selección 1999), con su historia acerca de una partida de ajedrez que enfrenta durante siglos a dos familias y en la que el objetivo final no es simplemente ganar una partida. Sin ser de lo mejor de Mallorquí, muestra el trazo firme del autor, su siempre brillante estilo, su capacidad narrativa y, en resumen, nadie mejor que él para recibir su segundo galardón en la historia de este premio, ahora con dotación económica. Como anécdota, cabe señalar que el maestro de ceremonias en la entrega de este Rido es León Arsenal, a quien a su vez César había hecho entrega del premio en la edición de 1995. Pocas veces como en el momento de abrir el sobre y proceder a la lectura del resultado final se ha visto iluminarse de semejante manera el rostro a León Arsenal.

La cena de entrega de aquel "Rido de las estrellas", celebrada en un restaurante de la calle Marqués de Cubas, marca el récord absoluto de asistencia: unas cincuenta personas, una de las mayores congregaciones de aficionados a la ciencia-ficción que se hayan visto por Madrid. Además, en el transcurso de aquella cena se procedió a la presentación oficiosa de la ¿novela? ¿antología de relatos entrelazados? Brumose, de Carlos Fernández Castrosín, en Opar Nuevas Singladuras. También se pudo constatar el nivel de los relatos no finalistas, entre los que se encontraban, por ejemplo, "Un candado para la caja de Pandora" de Daniel Mares (Ad Astra nº 16/17 y De Profundis. Antología crítica de literatura fantástica, Artifex Ediciones), "Ojalá pudiera olvidarte" (Gigamesh nº 19 y Fabricantes de sueños. Selección 2000) y "Contramedidas" (Artifex vol.19) de Javier Cuevas y -por una vez, voy a pecar de inmodesto- "Tierra de venados" (Artifex Segunda Época vol.2 y Fabricantes de Sueños. Selección 2000), del mismo Juan Manuel Santiago que escribe estas líneas.

La cena se prolonga hasta altas horas de la madrugada, en el pub Rick´s de la calle Juan Bravo, por aquel entonces el lugar de reunión habitual para la última copa de los jueves, donde César tuvo el detallazo de invitar a la primera consumición. Cuán productiva sería esa noche no habríamos de saberlo hasta unos meses después, cuando leímos (¡de nuevo!) en Artifex vol. 16 "Naila", la segunda entrega del serial Bula Matari, de José Miguel Pallarés (luego reescrito y editado en Sulaco), que fue escrita justo aquella noche, aún bajo los efectos de la juerga generalizada. Sí, amigos: el Pablo Rido estimula la creatividad.

A partir de este momento, el premio Rido adquiere una relevancia indiscutible dentro del género fantástico español, comparable al papel del premio UPC en el campo de la novela corta. Buena muestra de ello es que los últimos dos ganadores del premio Ignotus de la AEFCF son relatos ganadores del Rido. "El decimoquinto movimiento" triunfa en la edición de 1999 (HispaCon de Santiago de Compostela) y el vencedor de la edición de 1998, "En las fraguas marcianas" hace lo propio en 2000 (HispaCon de Gijón), en dura pugna con el ganador de 1999, "Gómez Meseguer y el ogro Santaolaya" y uno de los finalistas de 1998, "Una esfera perfecta". En los últimos dos años, decir Rido es decir también Ignotus, aunque en la última edición de 2001 sólo aparece un relato procedente de este premio, "La sed de las panteras" (Rido de 2000) entre los cinco finalistas...

La edición de 1998 sigue introduciendo novedades, como la rotación bienal de los jurados, en esta ocasión, Carlos Aguilar, Luis G. Prado (el culpable de Artifex y Bibliópolis, sin ir más lejos), Antonio García Soto (vocal de la AEFCF en la Junta 1998-2000), Miguel Latorre y Luis Pestarini (director del gran fanzine argentino Cuasar). Por primera vez, la estatua de don Pablo Rido se realiza en metacrilato, en sustitución de la metálica tradicional. La entrega se realiza, durante ésta y las dos siguientes ediciones, en el restaurante León, sito en la calle Cartagena. También es la primera vez que se realiza la ya tradicional "porra", cuyo favorito en las tres ediciones realizadas en el restaurante León coincidió con el vencedor final de premio. En el transcurso de la cena de entrega, y justo antes de que se lean los resultados, se aceptan las apuestas acerca de quién va a ganar. La apuesta es de trescientas pesetas y, una vez despejada la incógnita, se reparte la recaudación entre los acertantes. La dinámica de la porra es, pues, la misma que la de las tradicionales quinielas de los Oscars o de los duelos futbolísticos de la máxima rivalidad.

En esta ocasión, un exultante León Arsenal con "En las fraguas marcianas" (Artifex Segunda Época vol.1 y Besos de alacrán y otros relatos, Metrópolis Milenio) es el segundo autor en hacer doblete, tras César Mallorquí. Esta curiosísima historia ambientada en un exótico Marte de connotaciones burroughsianas se impone por un estrechísimo margen a "El don otorgado por el dolor", de Julián Díez (Bucanero nº 13), alegoría ucrónica en torno a la hipotética presencia de Miguel de Unamuno, Federico García Lorca y Antonio Machado en el exilio mexicano de la posguerra civil española, y "Una esfera perfecta" de Eduardo Vaquerizo (Artifex Segunda Época vol.2 y Fabricantes de Sueños. Selección 2000), una fantasía apasionante desde el punto de vista visual, uno de los grandes relatos del género en los últimos años. Pero la consabida "maldición del Rido" opera en contra de Vaquerizo: también se encontraba entre los finalistas el relato "Aliento de sombras" (Bucanero nº 10), una historia de hombres-lobo tal vez demasiado convencional, pero en absoluto mal escrita. Daniel Mares, ya en funciones de "subcampeón eterno", se vuelve a quedar con la miel en los labios con su relato "Mutis" (Ad Astra nº 13 y Fabricantes de Sueños. Selección 1999), una divertida fantasía en torno a una representación maldita del Ricardo III de Shakespeare. Sorprendentemente, no alcanza la final el excelente "Días de tormenta" de Ramón Muñoz (Gigamesh nº 17 y Lo mejor de la ciencia ficción española. 1980-2000, Minotauro), quien con su primer relato ya daba muestras de su característico estilo desesperanzado y sobrio.

Al año siguiente, la edición de 1999 hizo por fin justicia con Daniel Mares, que se lleva el gato al agua con su desopilante "Gómez Meseguer y el ogro Santaolaya" (Artifex Segunda Época vol.2, Fabricantes de Sueños. Selección 2000 y Pulp! nº 1), relato ambientado en una España profunda de principios del siglo XX en la que los ogros existen de verdad, se llaman Jacinto y pueden asolar Burgos ellos solitos. Escrito con un estilo tan depurado (algo extraño en Mares, a quien Ramón Muñoz llamaba "el artesano descuidado") como hilarante, sus diálogos son antológicos y constituyen la piedra angular de todo un subgénero, hoy en día en auge: la fantasía de "cachava y boina" (en contraposición a, por ejemplo, la espada y brujería, o la katana y gabardina), que hasta el momento ha dado al fantástico español buenos relatos como el ya citado de Mares, "Las sombras peregrinas" de Ramón Muñoz (Artifex Segunda Época vol.4 y Fabricantes de Sueños. Selección 2001) o "Crónica del niño sapo de Cascajar de los Montes" de Eugenio Sánchez Arrate, entre otros. Crónicas rurales de la España negra, salpimentadas con personajes de leyenda y una considerable dosis de llamémoslo realismo mágico empiezan a crear escuela, y no resulta difícil augurarle un saludable futuro a esta corriente literaria.

El jurado, compuesto en esta ocasión por Luis G. Prado, Antonio García Soto, Alfredo Lara, Gabriel Martín Olivares (aficionado al género y colaborador en el fanzine Opar) y Héctor Ramos (presidente de la AEFCF en el período 1998-2000), distinguió también la calidad de los relatos "De memorias ajenas" del argentino Alejandro Alonso (Artifex Segunda Época vol.2), excelente tour de force tan localista como apasionante y, en todo caso, el relato mejor escrito de aquella edición; "Habítame y que el tiempo me hiele" de Eduardo Vaquerizo (Ad Astra nº 16/17), absorbente historia de patrullas temporales que forma parte de una serie aún en proceso de creación... y, cómo no, un doblete, en esta ocasión a cargo de Ramón Muñoz, con "Transformándose" (de próxima aparición en Artifex Segunda Época vol.6), una especie de actualización con extraterrestres del "Voy a probar suerte" de Fritz Leiber, y "El paso del mar calmo" (Artifex Segunda Época vol.2), ballardiano relato cuya acción transcurre en un ambiente degradado por una catástrofe ecológica. Tras la cena, y con más frío del habitual para tratarse del primer viernes de junio, hicimos la digestión en la terraza del pub Rick´s.

En el año 2000, el Rido se entrega por última vez en el restaurante León. Es un año de despedidas, pues la TerMa ya había tenido que abandonar el emblemático restaurante chino Kindu, lugar de reunión e indigestiones durante ocho años, para alzar el vuelo en pos de otro chino, el de la Ronda de Atocha nº 13. El motivo: el cierre del local, para ser reconvertido en oficinas. La cena oficial, con menos asistencia que en otras ediciones (apenas treinta comensales), supone la consagración del relevo generacional de la TerMa, el desembarco de los aficionados procedentes de Internet, algo visible tanto en los asistentes como en los jurados. Una vez realizada la criba (29 relatos de los 64 que concursaban), Iñaki Fariña, Alfredo Liébana, José Antonio López ("diaspar") Gabriel Martín Olivares y Antonio Rivas ("Gorinkai") declaran ganador al escritor gaditano Rafael Marín Trechera, por su relato "La sed de las panteras" (Artifex Segunda Época vol.4 y La sed de las panteras, Fundación Municipal de la Cultura del Ayuntamiento de Cádiz), con lo que se rompía una racha de tres años consecutivos con victorias de relatos procedentes de miembros de la tertulia. No era para menos: se trata de un muy consistente ejemplo de fantasía histórica en torno a un periodista francés que participa en la evacuación del Museo del Prado durante la Guerra Civil española y sufre los efectos de una maldición familiar relacionada con un Goya desconocido, "La maja muerta". Este magnífico relato es finalista en la presente edición de los premios Ignotus.

Rafael Marín se impone por estrecho margen a "Soñando del revés" (Artifex Segunda Época vol.5) de Eduardo Vaquerizo, una historia de realidades virtuales ambientada en el universo compartido de Oniris (con Alejandro Alonso, creador del invento, quien también envía un relato desarrollado en este universo). Pero Eduardo no podía ganar en esta edición: otro cuento suyo, "Agua mineral" (Framauro nº 2), folletín decimonónico con lamias y miriñaques, era finalista, y ya se sabe lo que ocurre cuando un autor sitúa dos relatos finalistas. Y a punto estuvo de ser el primer autor que colocaba tres finalistas en la misma edición, gracias a "Quercarrán" (Finis Terrae nº 14). Con esta hazaña, Vaquerizo se convirtió en el primer doble-finalista que lo es por partida doble y, con cinco relatos finalistas (récord absoluto del concurso) y ninguna victoria, hereda de Daniel Mares el título de "subcampeón eterno"...

Los otros dos relatos finalistas constituyen sendas agradables sorpresas. "Cualquier noche puede salir el sol" (Artifex Segunda Época vol.4), por el retorno a la escritura, y en envidiables condiciones, de Manuel Díez Román, con un cyberpunk ambientado en Barcelona y con un protagonista procedente de la India, en un buen exponente del signo de los tiempos: globalización y cosmopolitismo. "Retrato de mujer" (inédito), de María Dolores Gema Galván, por ser la primera mujer que conseguía acceder a la final, hecho tanto más destacable por cuanto que no pertenece al fandom activo, sino que se enteró de la convocatoria haciendo una búsqueda por Internet. Aunque, por desgracia, es improbable que repita: nuestro veterano contertulio Agustín Jaureguízar la espantó para siempre jamás del mundillo de la literatura fantástica, al querérselas dar de enterado y declarar que el premio es profundamente machista (por eso ella era la primera mujer finalista en nueve ediciones) y que el ganador estaba cantado (en efecto, había ganado holgadamente la porra del premio); ni que decir tiene que aquel comentario sentó francamente mal entre los jurados allí presentes... Una lástima, pues aquel relato, cuya acción transcurre también en un museo (esta vez, el Ermitage), es de una sensibilidad, precisión lingüística y buen gusto francamente necesarios en el demasiado funcional común del género en España. La copita, bajo una nada agradable lluvia tardoprimaveral, tuvo lugar en la cervecería irlandesa de la plaza de Manuel Becerra, lugar habitual de reunión del último turno de la TerMa durante aquel año.

Y así llegamos a la última edición, la correspondiente a 2001. Será la última en la que el premio esté dotado con las ya tradicionales 101.000 pesetas, pues a partir de 2002, con la entrada del euro, su dotación será de 666 euros. Se avecina una etapa de crecimiento, reflejada en el hecho de que, por vez primera, la entrega se realiza en la sede de una institución tan prestigiosa como el Ateneo de Madrid, algo posible gracias a los desvelos de nuestra contertulia Ana Porras. El acto, con la presencia de José María Sánchez Pardo como maestro de ceremonias, Héctor Ramos (que trazó un muy acertado esbozo histórico del premio), Francisco Canales (el comisario del Rido) y Julián Díez (especialmente irónico e incisivo con su aportación sobre la génesis del premio, siempre con el ommnipresente leitmotiv de los restaurantes chinos), arrojó como anécdota el que por primera vez el ganador del concurso (Ramón Muñoz) no coincidió con el ganador de la porra (empate entre Félix Palma y Eugenio Sánchez).

Se ha tratado sin duda de la edición más reñida de toda la historia del premio: después de la segunda votación, se produjo un triple empate, que hubo que romper recurriendo al relato con más puntos en la primera votación. El jurado estuvo compuesto por Alberto Cairo (responsable de infografía de la web de El Mundo y autor de la columna Más mediocre de lo que pensáis en esta misma página web), Iñaki Fariña (responsable de Finis Terrae, el boletín de la AGASF), Alfredo Liébana (destacado aficionado balear, encargado de la revista electrónica Aleph), José Antonio López ("diaspar", autor de una popular página web dedicada al intercambio de clásicos del género) y Antonio Rivas ("Gorinkai", responsable de Internet de la AEFCF y santo patrón, digo moderador de algunas de las listas de correo más destacadas de Internet, como aefcf@yahoogroups.com y cienciaficcion@yahoogroups.com). De los 88 relatos presentados, dos fueron eliminados por incumplir las bases y 25 pasaron la criba.

En 2001, ya digo, hubo triple empate en cabeza. Una vez roto este empate, resultó ganador el alcalaíno Ramón Muñoz, con "Los cazadores de nubes", relato en el que se nos habla de los entresijos de una competición de un deporte extremo en un futuro cercano, consistente precisamente en lo que nos indica: cazar nubes. Entre los finalistas, destacar las novedades del madrileño Carlos Martínez Córdoba con "Juzgado 11" (en el que los niños de once años se toman la justicia por su cuenta, con un sistema de juicios a adultos que termina degenerando en el horror y la venganza) y el argentino Óscar Daniel Salomón, con "A contrapluma", apasionante (aunque necesitada de revisión estilística) parábola de un buitre vegetariano que es arrinconado por la presión social de una sociedad carroñera. Nuestro contertulio Eugenio Sánchez Arrate ve recompensados sus esfuerzos de años y años de escritura y decenas y decenas de relatos con el segundo puesto obtenido por "Crónica del niño sapo de Cascajar de los Montes", como dije antes otro relato de cachava y boina, estructurado como una colección de recortes de prensa de revistas sensacionalistas en los que se efectúa un exhaustivo seguimiento del caso de un niño sapo de una pequeña localidad norteña. Se trata del relato más divertido de esta edición. El punto de experiencia lo pone Félix J. Palma, con el irreprochable "Las lágrimas de Lorenzo", en el que un hombre recién abandonado por su pareja (la recreación de la ruptura es simplemente preciosa, uno de los mejores inicios de relato que he podido leer en años y años) decide suicidarse en la vía de un tren y, de manera completamente inopinada, acaba arrastrando tras de sí a toda una ola de personas insatisfechas que ven en su actitud un reflejo de su propia rebeldía contra el estado de las cosas. Un relato muy interesante, en suma.

Por vez primera desde que el Rido es Rido, la cena oficial estuvo separada del acto de entrega. En esta ocasión correspondió su organización a Ludo Bermejo y Conchi Corrales, habituales organizadores de las kedadas de la lista escritorescf@yahoogroups.com, que consiguieron que el aforo aumentara hasta cerca de cuarenta asistentes, que nos dimos el típico atracón en el restaurante gallego O Pazo de Lugo de la calle Argumosa. Una vez esquilmada la cocina del local, procedimos a tomar los licores preceptivos en el café Barbieri, de la zona de Lavapiés.

Los diez años de historia del premio Pablo Rido han deparado momentos irregulares, pero siempre con un nivel muy elevado. No es exagerado afirmar que se trata del concurso de relatos fantásticos breves (hasta treinta folios) más consistente de cuantos existen en la actualidad en lengua española, y no hay más que remitirse a la lista de ganadores. Tarde o temprano, la mayoría de los autores significativos de la ciencia-ficción española han adornado el palmarés del Rido, con contadas excepciones: Juan Miguel Aguilera, Elia Barceló, José Antonio Cotrina, Rodolfo Martínez, Javier Negrete y Juan Carlos Planells. La difusión de la convocatoria a través de Internet está atrayendo a autores latinoamericanos (Alejandro Alonso y Óscar Daniel Salomón han sido finalistas) y residentes en diversos lugares de la geografía mundial (se reciben cuentos de Finlandia y Canadá, por ejemplo), con lo cual el Pablo Rido ya es un premio internacional. Haciendo recuento de los cuarenta o cincuenta relatos españoles de fandom más significativos de la última década, es probable que la mitad hayan salido del Aznar-Pablo Rido, y una docena de ellos han sido finalistas de los premios Ignotus. Ahí tenemos, para comprobar este aserto, títulos como "El mensaje perdido" y "El decimoquinto movimiento" de César Mallorquí; "El agente exterior", "Besos de alacrán", "Oscuro candente" y "En las fraguas marcianas" de León Arsenal; "Reflejos" de Félix J. Palma; "El noveno capítulo" y "El ayudante de Piranesi" de Armando Boix; "Una esfera perfecta" de Eduardo Vaquerizo; "Mutis", "Un candado para la caja de Pandora" y "Gómez Meseguer y el ogro Santaolaya" de Daniel Mares; "Días de tormenta" y "El paso del mar calmo" de Ramón Muñoz; "Forastero en esta tierra" de Pedro Pablo García May; "El don otorgado por el dolor" de Julián Díez; "Contramedidas" de Javier Cuevas; "Río de acero ardiente" de Manuel Díez Román; "La derrota de la Grande Armada" de Carlos Saiz Cidoncha; "La sed de las panteras" de Rafael Marín... Todos ellos son perfectamente recomendables e indicativos de la buena salud de que ha gozado el género fantástico en España durante la década de los noventa.

Y todo esto, gracias al trabajo de los autores que envían sus relatos... y a las pantagruélicas cenas con que recaudamos, jueves sí jueves también, el importe del premio. La cultura y los restaurantes chinos, como decía Julián Díez, están íntimamente unidos, al menos en el planeta fandom.


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