[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]
Juan Manuel SantiagoDesde la estantería de enfrente
La Quinta Columna
Juan Manuel Santiago

Disfraces terribles
Elia Barceló

Retorciendo palabras

Lo más lógico hubiera sido hablar del último libro de Elia Barceló, la encantadora Corazón de tango, recién aparecida en 451 Editores, o esperarme a que vea la luz su próximo libro, Cordeluna, con el que acaba de ganar el XV premio Edebé, en la modalidad de novela juvenil.

Pero tienen un problema: son fantásticas. Quiero decir, casi toda la obra literaria de Elia Barceló es fantástica, pero las dos últimas novelas son, además, productos de género fantástico. Y aquí se habla de obras quintacolumnistas.

En su magnífica crítica de Disfraces terribles, aparecida en la página web C, el hijo de Cyberdark, Alberto García-Teresa hace especial hincapié en la sombra de Julio Cortázar, omnipresente no sólo en la novela de la que vamos a tratar, sino en la vida y obra de Elia Barceló. El título de su tesis doctoral es harto elocuente al respecto: La inquietante familiaridad: El terror y sus arquetipos en los relatos fantásticos de Julio Cortázar. Tal vez hable de este ensayo (o "carta de amor a Cortázar", en palabras de la autora) en otra Quinta Columna.

Resulta pertinente sacar a colación la faceta ensayística de Elia, puesto que su formación académica y profesional nos dan una idea bastante cabal de sus inquietudes literarias. Licenciada en Filología Anglogermánica y en Filología Hispánica, imparte clases de Hispanística en la Universidad de Innsbruck, en el corazón del Tirol austriaco, donde reside con su marido, el también profesor (pero de Historia) Klaus Eisterer y sus dos hijos.

La inquietud de la autora por investigar nuevas vías de expresión dentro del fandom, desde el que empezó a escribir en fanzines como el histórico Kandama, la llevaron a ampliar miras y alternar su presencia en las HispaCones (convenciones españolas del género) con la asistencia a encuentros internacionales sobre literatura fantástica (como los celebrados en Nantes) y con eventos como la Semana Negra de Gijón. Elia ha ido acercándose a la novela negra, sin abandonar la fantástica.

Este currículo nos presenta, pues, a Elia Barceló como un nexo entre varias tradiciones no siempre bien avenidas y en ocasiones claramente enfrentadas: las literaturas europea y latinoamericana, la esencia europeísta y la condición de hispano, el género fantástico y el género policíaco, la novela juvenil y la novela adulta, el ensayo académico y la ficción pura.

Para llegar a ese punto, Elia Barceló ha recorrido un largo camino, con algún que otro retroceso, pero básicamente estamos hablando de una autora fiel a su concepción de la literatura como un todo indisociable de la andadura vital del autor y el lector, a quien implica en la lectura. El gozo de vivir que siente Elia (y demuestra constantemente: pocas  experiencias hay tan gratificantes como una conversación reposada con ella) se percibe en sus obras, rebosantes de vida y ganas de salirse del ámbito de la letra impresa, de iniciar una andadura independiente. Elia crea seres vivos, que pueden comunicarse con el lector e intentar vivir sus propias vidas.

Esta preocupación resulta patente desde sus primeros relatos, como "La dama dragón", "La mujer de Lot", "Sagrada" o "Pasen señores", los tres primeros recopilados en su primer libro, Sagrada (Ediciones B, 1989). Estas reflexiones sobre los roles sexuales, la soledad y los límites del lenguaje escrito podrían hacernos pensar en una simbiosis muy provechosa entre la Nueva Ola (y sus prolongaciones setenteras, en particular la corriente feminista representada por Joanna Russ y Ursula K. Le Guin, a cuya novela cumbre, Los desposeídos, le dedicó un ensayo) y el boom latinoamericano (vuelvo a invocar aquí a Cortázar, aunque debería sobrentenderse), dos fenómenos simultáneos en el tiempo y sin embargo no siempre interrelacionados de la manera adecuada (ni con el suficiente conocimiento de causa) por la crítica especializada. La culminación de esta etapa "nuevaolera" bien pudiera ser el relato "Aquí estamos todos juntos", en el que se dan cita todos los personajes de Sagrada, en un juego entre pirandelliano, unamuniano y barceloniano (valga el neologismo).

Pero Sagrada es un libro muy hijo de su época, los años ochenta, considerados tradicionalmente como la "década oscura" del fandom, el gozne entre las dos décadas doradas del mundillo: la de Nueva Dimensión y la del despegue actual. Su publicación coloca a Elia en una posición privilegiada para estar en primera línea del boom de los años noventa. El relato "La estrella" (1991) se alza con el primer premio Ignotus, concedido durante la HispaCon de Barcelona, la primera que se celebraba en una docena de años. A continuación llegan algunos relatos interesantes como "Loca", "El día más feliz" o "La belle dame sans merci" y el premio UPC de 1993 por "El mundo de Yarek", que sigue siendo el mayor reconocimiento que ha obtenido en el terreno de la ciencia-ficción, y que se puede encontrar, reeditado, en Lengua de Trapo.

La década de los noventa nos muestra asimismo a una Elia Barceló preocupada no sólo por la escritura, sino también por formar autores de ciencia-ficción. El taller literario que imparte en la primera HispaCon de Cádiz (Gadir 1992) da como resultado algunos de los mejores relatos del segundo Visiones propias (AEFCF, 1993). Años después, intentará coordinar (junto con Mauricio José Schwarz) una antología de relatos hispanomexicana, en la que habrían de analizarse las relaciones entre ambos países, a semejanza de Frontera de espejos rotos (Roca, 1994), una antología en la que participaron autores mexicanos y estadounidenses. El proyecto no llega a buen puerto, por falta de interés de las editoriales; tal vez fuera demasiado pronto. Ahora que existe un ambiente más receptivo para este tipo de publicaciones, tal vez sería un buen momento para rescatar la idea.

El idilio de Elia con el fandom llega a su fin tras la publicación de Consecuencias naturales (Miraguano, 1994), una novela menor y ligera que sin embargo contiene una reflexión muy interesante sobre el machismo desaforado. Pocos entendieron la carga metafórica de la novela, y lo que podríamos denominar (valga el símil con los medios de comunicación social) la Caverna del fandom se alzó en armas contra la misma, pretextando la escasa consistencia científica del argumento. Como si el hecho de que un playboy del tres al cuarto se pudiera quedar embarazado de una alienígena fuera la propuesta más descabellada que se ha podido leer en publicaciones especializadas...

El caso es que, después de la polémica creada alrededor de su novela, Elia se distancia del fandom, al que regresará de manera esporádica, con ensayos o relatos ocasionales (los más destacables, "Oscuro, como un cristal" y "Ritos") y, a raíz de una conversación con César Mallorquí (otro ilustre quintacolumnista), decide escribir una novela juvenil y presentarla a la edición de 1997 del premio Edebé, que César acababa de ganar con El último trabajo del señor Luna. La novela resultante, El caso del artista cruel, es una aventura detectivesca protagonizada por unos chicos de último curso de Bachillerato y presenta un cuadro costumbrista de la vida en Innsbruck. Elia gana el primer premio, y con ello inaugura una interesante carrera como autora de novela juvenil, como podrá acreditar quien haya leído La mano de Fatma (Alba Editorial, 2001), El caso del crimen de la ópera (Edebé, 2002), Si un día vuelves a Brasil (Alba Editorial, 2003), El almacén de las palabras terribles (Edelvives, 2003) o La roca de Is (Edebé, 2003).

Después de esta primera reinvención, Elia Barceló vuelve a reinventarse, con la que podríamos denominar "Trilogía de Lengua de Trapo", compuesta por El vuelo del hipogrifo (2001), El secreto del orfebre (2002) y Disfraces terribles (2004). Sobre ellas planean las preocupaciones habituales en la autora, pero plasmadas de una manera tremendamente acertada: estas tres novelas, en particular la segunda, constituyen lo mejor de la obra literaria de Elia Barceló.

Si antes apuntábamos que Elia puede ser considerada como un nexo entre tradiciones literarias, esta trilogía viene a demostrarlo. En una entrevista concedida a Cyberdark, asegura que El vuelo del hipogrifo supuso para ella el inicio de

"Una nueva vía. (...) Novela europea, donde las cosas suceden en diferentes lugares de Europa, con diferentes lenguas y mentalidades. Quiero poner mi granito de arena para explotar la identidad europea, alejándome de la identidad estadounidense, prestada, en la que nos venimos moviendo."

En efecto, la acción de El vuelo del hipogrifo puede considerarse como tremendamente europea, aunque también es la más española de las novelas que había escrito hasta entonces. Ello se debe a un ámbito literario creado a ocho manos por César Mallorquí, Julián Díez, Armando Boix y la propia Elia Barceló: Umbría, un trasunto de cualquier capital de provincia del mar Cantábrico. Las obras de Elia Barceló ambientadas en Umbría poseen una intensidad literaria pocas veces vista en la literatura española reciente. (No podemos hablar de los resultados de las obras de los otros tres autores, dado que ninguno de ellos llegó a publicar ficción alguna ambientada en Umbría.)

Respecto a El vuelo del hipogrifo, en su momento escribí una crítica, publicada en el número 35 de la revista Gigamesh, que me tomo la libertad de transcribir en su integridad, para no repetirme:

"Katia Steiner atraviesa una crisis existencial: treinteañera holgada, ha puesto fin a una relación particularmente tormentosa y no tiene muy claras cuáles son sus metas. Por eso no duda en abandonar Innsbruck con destino a Roma cuando se le encomienda la organización del archivo del profesor José María Valcárcel, eminente filólogo recién fallecido. Paralelamente, el policía Wolf Altmann se encarga de investigar la misteriosa desaparición del profesor Fink, estudioso como Valcárcel de la novela pastoril y relacionado con él a través del misterioso Club de los Trece. Katia vive un romance con un enigmático italiano, al tiempo que a su alrededor empiezan a sucederse los hechos más inauditos. La lectura del diario del profesor Valcárcel y su secreto amoroso inconfesable la conduce hacia la tierra de sus ancestros, Umbría, una especie de Asturias ensoñada donde confluyen las pesquisas de Katia y Wolf y se responden todos los interrogantes.

Con esta novela, la primera en la que su prosa alcanza un nivel de madurez estilística y narrativa más allá de toda duda, Elia Barceló preenta a los lectores un lugar imaginario pero reconocible, la tierra de Umbría, a la que volverá en la deliciosa El secreto del orfebre (Lengua de Trapo, 2003), así como otro mundo de ficción, el de Fink y Valcárcel, que pese a todo nos resulta mucho más real. La autora retoma sus preocupaciones de siempre -el discurso metaliterario y la relativización de los roles sexuales- y las trasplanta a un universo narrativo propio pero fuertemente influido por la lectura provechosa de la literatura latinoamericana (sé que es un topicazo, pero resulta evidente la intención de Barceló de convertir su Umbría en una especie de Comala o Macondo) y de la fantasía "fina" (salvo José Antonio Cotrina y su "Entre líneas", ningún otro autor de género criado en el fandom había logrado unos resultados tan satisfactorios en el desarrollo de las interacciones entre realidad "objetiva" y realidades alternativas "literarias"), aunque no se pueda afirmar lo mismo con respecto a su otra pasión, la novela policíaca, que nos depara los momentos más irregulares de El vuelo del hipogrifo.

Pese a que el retrato de personajes no termina de resultar convincente (excepto Katia y el ambiguo retrato autobiográfico que Valcárcel ofrece en sus diarios de su aventura amorosa, realmente complejo y conmovedor) es digno de destacar el leitmotiv de la búsqueda de Katia y Fink. Ya hemos apuntado que una de las preocupaciones de la autora es abolir el retrato de personajes estereotipados por razón de su sexo, de modo que no resulta casual que el nexo literario que unifica las tramas de la novela sea Orlando Furioso, de Ariosto, con la primera heroína literaria capaz de tomar la iniciativa y salvar a Orlando en más de una ocasión. El paralelismo entre Katia y Bradamante es algo buscado, y también podemos hallar ecos de este paralelismo en la narración autobiográfica de Valcárcel.

Elia Barceló consigue con El vuelo del hipogrifo un nivel de excelencia literaria que sólo ha superado con El secreto del orfebre. Con esta novela podemos empezar ya a hablar de una autora consistente y perfectamente "exportable" al mainstream, donde, si Lengua de Trapo sigue apostando por ella como hasta ahora, puede desempeñar un papel muy interesante para acercar la literatura fantástica a un público amplio. Sus inquietudes particulares no son otras que las del lector de género fantástico que desearía que la realidad alternativa, la que se halla al otro lado del espejo, fuera más cierta que la objetiva. En ese aspecto, la imagen del hipogrifo plasma a la perfección nuestros anhelos de evasión."

Pero lo mejor viene después: en El secreto del orfebre, Elia Barceló marca una cima aún insuperada por la autora. Concebida en principio como una narración más de un proyecto de recopilación para Lengua de Trapo, el proyecto fue mutando hasta que se editó nada más que esta exquisita novela corta. De nuevo, evitaré incurrir en repeticiones, y lo haré de la manera más vulgar posible: copiando y pegando la reseña que publiqué en su momento, en el número 39 de Gigamesh

"¿Cómo trazar la delgada línea que separa la fantasía del realismo? O, dicho en otras palabras, ¿qué grado de intromisión de una trama fantástica en una obra aparentemente realista se requiere para adscribirla a nuestro género favorito? La respuesta no es fácil. El recurso al realismo mágico es muy socorrido, a la vez que pone en evidencia la arbitrariedad de las etiquetas: si Gabriel García Márquez y Lucius Shepard hacen básicamente lo mismo, ¿por qué el primero vende como mainstream y el segundo como fantasía? A veces basta con sacarse de la chistera un giro argumental inesperado que dote a la obra de un significado distinto del que el e lector (o espectador) intuía en una primera aproximación. Los ejemplos son abundantes, desde El club de la lucha y El protegido para acá. Son dos soluciones para un problema que no debería serlo, pero que resulta estimulante. Al fin y al cabo, la verdadera disyuntiva no debería ser la archisobada "¿Qué es la fantasía y en qué se distingue del realismo?", sino la más transgresora "¿Qué es ficción y cómo superarla de lo real?", a la que intentan responder muchos autores, desde el Javier Marías de Todas las almas y Negra espalda del tiempo hasta el Philip K. Dick de Una mirada a la oscuridad, Valis y todo lo que damos en llamar transrealismo.

La obra de Elia Barceló parece responder a estas preguntas desde sus relatos más tempranos, en los que apelaba al intercambio de roles entre lector, personaje y escritora, según la senda pirandelliana más canónica. En El vuelo del hipogrifo conjugó los elementos del realismo mágico (su territorio mítico de Umbría, esa especie de Santander ensoñada que está inspirando sus mejores obras) con el giro argumental sorprendente y convirtió una novela policíaca en una actualización de la novela de caballerías. En El secreto del orfebre va más allá y nos muestra en toda su crudeza la arbitrariedad y el doble rasero de los géneros, no sólo literarios. De este modo, caben dos interpretaciones de la novela.

Si atendemos a su forma, El secreto del orfebre es una historia de amor con tintes folletinescos entre un adolescente y una mujer madura que vive a la sombra del gran amor de su vida, surgido aparentemente de la nada y cuya desaparición repentina la condenó al destino más cruel posible en la España profunda tardofranquista: el de la solterona estigmatizada por un error imperdonable de juventud. Una historia de amor imposible muy bien escrita, con una ambientación histórica exquisita y unos personajes conmovedores: Celia es la mejor creación de la autora.

Si nos ceñimos al fondo, Elia Barceló juega de manera impecable con una de las temáticas clásicas y recurrentes del género (no desvelaremos cuál, pues gran parte del impacto de la obra reside en su descubrimiento por parte del lector), haciendo gala de una lógica aplastante que no deja detalles al azar y que convierte una novela aparentemente realista en una de las más genuinamente cienciaficcioneras aparecidas en España en mucho tiempo. Y es que para escribir cf no es necesario utilizar la parafernalia de la space opera o el hard: basta con tener las ideas claras.

El secreto del orfebre marca una cima en la narrativa de Elia Barceló, un paso más allá de lo apuntado en El vuelo del hipogrifo. Poseedora de una voz propia, Barceló sabe combinar los resortes genéricos de la creación literaria (personajes, ambientación y descripción) con los más específicos de los géneros literarios (la cf y el folletín), a la vez que nos demuestra las limitaciones del análisis de una obra en función de su género literario. Todo ello en sólo noventa páginas deliciosas."

Elia se ha embarcado en una vía literaria prácticamente inédita para lo que se estila en España, pero muy necesaria para crear una literatura común con Europa y Latinoamérica. A partir de ahora, la veremos participar a partes iguales en proyectos relacionados con la ciencia-ficción y con el género policíaco, paradigma de los cuales es la Semana Negra de Gijón, de la que se convierte en asidua y en la que, insisto, Elia se convierte en un nexo de unión entre escritores y aficionados de ambos ámbitos. Según sus propias palabras, y vuelvo a la entrevista aparecida en Cyberdark:

"Hacía tiempo que quería avanzar en mi camino para convertirme en escritora sin etiquetas, y quería hacerlo usando mis armas: el fantástico, sobre todo."

Falta hablar de la tercera novela de esta trilogía de Lengua de Trapo, Disfraces terribles, que es la que nos ocupa en esta Quinta Columna. Pese a no tratarse de una roman fusion (o slipstream) como las dos anteriores, en el sentido de que no mezcla género fantásico con policíaco, y pese a no estar ambientada en Umbría, comparte con ellas el tono cosmopolita, entre europeísta a ultranza y partidario furibundo del mestizaje procedente de Latinoamérica, tendencia que alcanza su culminación en Corazón de tango, recién salida de imprenta y que no hace sino confirmar el cierre del círculo en que se ha convertido la obra de Elia Barceló, si exceptuamos una pieza fuera de contexto, El contrincante (Minotauro, 2004), su primera novela escrita pero una de las últimas en publicarse, por lo que parece lo que no es: un paso atrás. Solamente si se ha seguido la evolución de Elia se puede apreciar cuánto ha progresado desde que escribió esta novela de terror rural (con el título inicial de Uke) hasta la actualidad.

No obstante, el contexto que nos permite hablar de Disfraces terribles no nos viene dado por El contrincante, sino por el El secreto del orfebre y El vuelo del hipogrifo.

La novela narra una búsqueda múltiple.

En primer lugar, la búsqueda que realiza Ariel Lenormand, un filólogo cuarentón decidido a escribir una biografía de uno de sus autores fetiche, el argentino Raúl de la Torre, uno de los escritores emblemáticos del boom latinoamericano, fallecido diez años antes.

En segundo lugar, la búsqueda que realiza el entorno de Raúl: a medida que Ariel descubre piezas, da la impresión de que el suicidio del autor no fue lo que parecía, una constante en su vida. ¿Quién era realmente Raúl? ¿Por qué hizo lo que hizo?

En tercer lugar, buscamos las claves para esclarecer un posible crimen.

Y en cuarto y último lugar, Elia busca una definición del oficio de escribir, y del hecho mismo de la palabra escrita como vehículo de comunicación.

Para resolver todas las claves creadas, Elia Barceló recurre a un número limitado de actores, el más llamativo y vigoroso de los cuales es precisamente Raúl de la Torre, ya muerto, cuya sombra planea sobre toda la trama y todos los personajes, de una manera casi agobiante. Planteado en principio como un trasunto de Julio Cortázar, Raúl es un autor argentino radicado en París en los años cincuenta, la época de los existencialistas y los jerseys de cuello alto, la década prodigiosa en la que se vivía, bebía y escribía a ritmo de jazz, y las amistades de Raúl podrían parecer indistinguibles de las de Cortázar. Tal vez ambos vieran a Charlie Parker, perdón, el Perseguidor, declamando su monólogo alucinado: "Esto ya lo estoy tocando mañana".

Raúl es, al igual que Cortázar, un autor de relatos que sin embargo ha obtenido la gloria mundial con sus novelas, que no apreciaba tanto. Amor a Roma y De la torre al cuadrado impulsan a Ariel a escribir su biografía, pese a que es el autor de libros de relatos (Escrito en el agua, Fantasmas del silencio o Los monstruos más dulces) y poemarios (La vida que nos mata y Disfraces terribles). Su evolución literaria es la de toda una generación, lo que lo convierte en una especie de Leonard Zelig de la literatura de posguerra, hilo conductor de una historia bastante fiel de las tendencias literarias y del cambio de mentalidad experimentado por los autores nacidos en las décadas de los veinte y treinta.

En los años sesenta se sube al carro del boom latinoamericano, con dos novelas que se apartan de lo que había escrito hasta aquel momento, y de lo que volvería a escribir en lo sucesivo; son fruto de la simbiosis con su primera esposa, Amelia Gayarre, una española hija de exiliados que posteriormente sería una escritora exitosa de libros infantiles.

En los años setenta radicaliza su discurso (hasta entonces había sido apolítico) y contrae un matrimonio inexplicable con su nueva editora, Amanda Simansky, de cuyo pasado no se tiene noticias. Son los años de la militancia marxista, los viajes a Cuba y los panfletos.

La viudez de Raúl (su esposa muere en un accidente de tráfico tan inexplicable como las causas de su matrimonio) nos adentra en la década de los ochenta, y la bomba mediática que supone el reconocimiento público de su homosexualidad. Su pareja, Hervé Daladier, muere de sida en 1989, y Raúl se suicida dos años después.

El fantasma de Raúl marca las vidas de quienes vivieron junto a él y, por extensión, la de quienes, como Ariel, se empeñan en desentrañar las claves de su personalidad. A la manera del mejor relato de misterio a lo Agatha Christie, tenemos personajes que hablan y se contradicen, y la unión de las piezas que conforman el enigma puede servirnos para resolverlo, o tal vez no, o más bien para crear nuevos enigmas.

Por ejemplo, la fijación de Raúl con la letra A. Como si de una de sus novelas se tratara, los nombres de todas las personas importantes en la vida de Raúl comienzan con esta letra: Amelia, su primera mujer, la única a la que amó; André, su primer editor y más que mejor amigo; Amanda, su segunda esposa, a quien los hechos pintan como una verdadera arpía; Ariel Lenormand, que no lo conoció en vida pero que ayuda a sus víctimas, digo entorno, a reconstruir cosas que ellos ignoraban acerca de Raúl y de ellos mismos.

La estructura narrativa de Disfraces terribles se nos presenta de manera fragmentaria, pese a contar con el hilo conductor de Ariel, Ari. A la narración en tercera persona de las vicisitudes de Ari se le añaden fragmentos de entrevistas realizadas a Raúl de la Torre (en las que se percibe el cambio ideológico y personal que la boda con Amanda opera sobre él), cartas escritas por Amelia (no sabremos bien por qué hasta el último tercio de novela), irrupciones del propio Raúl (que no se pueden desvelar, so pena de contar aspectos esenciales de la trama), extractos de una de las novelas de Raúl y resúmenes de las conversaciones entre Amelia y Ari. Todos ellos sirven para formarnos una idea contradictoria y cambiante de Raúl. A una pregunta inocente de Ari ("Hábleme de Raúl. Dígame cómo era"), Amelia replica con este apasionado alegato del multiperspectivismo: 

"¡Qué inocencia la suya,  profesor! -dijo, aún ahogándose en su risa y buscando en el bolso un pañuelo de papel-. "Dígame cómo era". ¿Qué espera que le diga? ¿No ha leído sus libros? Ahí está casi todo lo que era. La parte que le importa, al menos. (...) Eso nunca se llega a saber, señor Lenormand. Ni siquiera viviendo una vida juntos. Yo puedo contarle cómo lo veía yo, cómo era conmigo. Tendrá que conformarse con eso. (...) Tiene que darse cuenta de que las personas cambian con el tiempo, de que el Raúl de quien le voy a hablar es un Raúl diferente en cada momento de su vida. Y de la mía. Verá que hay incoherencias, actos faltos de lógica, locuras inexplicables, pero es que la vida no es como una novela donde quedan atados todos los cabos y donde todo avanza cohesionadamente hacia un final significativo y ya previsto por el autor." (Págs. 24-25.)

Amelia, siempre crítica con la labor del crítico, nos deja patente la imposibilidad de juzgar a un autor mediante una simple biografía; pero también amplía el alcance de la futilidad de ese empeño a las propias declaraciones de los autores, desde el momento en que son juzgadas por terceros:

"No tienes ni idea de cuántos artículos hay sobre la homosexualidad de Raúl que tratan de demostrar cómo ya aparece claramente indicada desde sus primeros textos. Sencillamente, porque a partir de 1985, con su confesión pública, todo el mundo se entera de ello y la mayor parte de los estudiosos considera que hay que reanalizar sus textos desde ese punto de vista. Pero es una barbaridad, es un puro prejuicio. Si no lo hubiera hecho público, nadie se habría dado cuenta, simplemente porque en sus textos no aparece." (Pág. 44.)

La búsqueda de Ari, en principio meramente biográfica y literaria, deviene en muchas otras búsquedas, como ya he apuntado. Aparece un ejemplar de De la torre al cuadrado cuya dedicatoria abre una nueva línea de investigación y lleva a Ari a tomar una decisión de carácter personal: ¿En qué consiste el amor? ¿En apostar sobre seguro o en lanzarse a lo desconocido y peligroso? Las conversaciones de Ari con Amelia se enredan y enredan, y dan pie a juegos literarios que sólo podríamos calificar de cortazarianos: André con Amelia, Amelia con Raúl, Raúl con Ari, Ari con Amelia, Elia con el lector.

Asimismo, Elia introduce un doble juego de narraciones dentro de narraciones y de falsa realidad inmersa en el discurso de la ficción.

Por un lado, Raúl y Amelia crean una complicidad que Ari y el lector debemos desentrañar: uno de los nombres secretos de Amelia en las conversaciones de enamorados con Raúl es Hauteclaire, como la protagonista de un relato de Barbey d’Aurevilley, lo cual nos arroja una (¿falsa?) clave sobre uno de los misterios encerrados en la novela. Ari, por momentos, no parece el diminutivo de Ariel, sino el de Ariadna, la que tira del hilo que nos permite salir del laberinto en que la vida y muerte de Raúl nos ha dejado encerrados.

Por otro lado, Cortázar aparece mencionado en la novela, con lo que Elia crea un juego de espejos: si Raúl de la Torre se nos presentaba como un trasunto de Julio Cortázar, pero este aparece más adelante como personaje diferenciado de Raúl, ¿quién es más cortazariano: Raúl o Cortázar? ¿Hasta qué punto son raulianas las obras de Cortázar, a la luz de que se nos muestra en la novela?

Y más aún, ¿hasta qué punto es rauliano el propio Ari? El investigador, a medida que avanza en la biografía, asume parte de la personalidad de Raúl, en un intento casi consciente de usurpar todos sus atributos. Detalles tan aparentemente triviales como el acento argentino, que ha adquirido en sus viajes a Argentina para familiarizarse con la obra de Raúl (a lo que Amelia, en un primer momento, le replica: "Ganas de perder el tiempo. Raúl no vivió en Argentina ni dos años en toda su vida"), nos permiten hacernos una idea del carácter adictivo de la labor del biógrafo: del intento de conocer al autor pasamos al hecho del autoconocimiento (y su relación ambivalente con Amelia y Solange resulta harto elocuente), y de ahí a la obsesión y el afán por perder señas de identidad propias a medida que asume rasgos y vivencias de Raúl. La crítica literaria como trasunto del vampirismo. No está nada, pero que nada mal, como declaración de principios.

No son los únicos elementos susceptibles de análisis que presenta Disfraces terribles, pero sí los más llamativos. Le podemos perdonar algún fallo de continuidad, como la fecha de nacimiento de Raúl, que en algunos momentos es el 2 de agosto y en otros el día 5 (y no, no es que yo sea un prodigio de sagacidad: es que nací un 2 de agosto y ello hizo que me fijara en ese detalle), o la resolución de las subtramas digamos "policíacas" y "de espionaje", no demasiado bien cerradas, y que deslucen un tanto el resultado final y lo hacen situarse sólo un puntito por debajo de El secreto del orfebre y El vuelo del hipogrifo. La importancia de Disfraces terribles dentro del conjunto de la obra de Elia Barceló es la de una novela que reflexiona hasta el límite sobre el concepto de la creación literaria y sobre el poder de la palabra. Tal vez haya escogido mal el subtítulo de esta entrega ("Retorciendo palabras", como homenaje a la canción de Fangoria), que sí alcanzaría a explicar parte de lo que intenta (y consigue) la autora con esa novela; sin duda hubiera sido más acertado recurrir a otra cita musical, esta de una canción de Tom Waits, con la que Elia comienza esta (cualquier cosa menos terrible) Disfraces terribles y yo concluyo este ensayo

Time is just memory
Mixed with desire.

 


Archivo de La Quinta Columna
[ portada ] [ reseñas ] [ opinión ] [ artículos ] [ editorial ] [ nosotros ]