La novela más reciente de Robert Charles Wilson, candidata al premio Hugo de 2002 y co-ganadora del premio John W. Campbell Memorial de ese mismo año, confirma la fijación del autor por una misma idea como base central de su interesante obra. Esto no es algo nuevo (recordemos que el gran Dick basó la casi totalidad de su creación literaria en dar vueltas y vueltas sobre el mismo asunto) ni, en este caso, negativo. Las tres novelas de Wilson publicadas hasta el momento por La Factoría de Ideas tienen su origen en alguna misteriosa aparición o desaparición. En Darwinia, el continente europeo al completo era sustituido de la noche a la mañana por una inexplorada jungla extraterrestre; en Mysterium, un pueblo del Medio Oeste americano se trasladaba a una realidad alternativa; en Los cronolitos, una serie de colosales monumentos procedentes del futuro próximo comienza a aparecer a lo largo y ancho de Asia. Afortunadamente, el escritor canadiense no reitera los argumentos, y dota a sus novelas de historias originales con tramas muy distintas.
Los cronolitos se desarrolla en un futuro cercano en el que la sociedad se ve empujada al desastre debido a la aparición espontánea de enormes monumentos, los cronolitos del título, que conmemoran las futuras victorias de un genio militar llamado Kuin, casi dos décadas más adelante. La razón de ser de estos cronolitos parece evidente: crear un bucle de retroalimentación para que el efecto, inexorablemente, conduzca a la causa. La inestabilidad que provoca la sucesiva aparición de los monumentos da paso a una sociedad cada vez más caótica, con lo que la llegada de Kuin, y su triunfo, parecen inevitables. En medio de todo ello, Scott Warden trata de sobrevivir a la extraña marea de acontecimientos, en la que además parece jugar sin saberlo un papel importante.
Miquel Barceló alertaba recientemente a los lectores de la colección Nova sobre la exagerada preponderancia de la tendencia denominada near future en la actual ciencia-ficción, pero si bien es cierto que este libro podría incluirse de refilón en ese cajón de sastre (más bien en una especie de desastre cercano), su verdadero campo de ficción es el de los fenómenos temporales. Y se mueve en él, a pesar de la dificultad que supone toda historia contada al revés, admirablemente. Sin utilizar paradojas ni el fácil artificio de los universos paralelos, el resultado final, un bucle temporal autorregenerativo, se cierra de forma sorprendentemente correcta. La propuesta de efecto-causa está impecablemente tratada, y prueba de ello es la ausencia de cabos sueltos en un final que, aunque carezca de fuerza, no podía ser otro.
Los personajes son creíbles, y a pesar de mostrar esa cantidad de desgracias personales tan en boga en la cf actual, Wilson no se permite la pesadez de Gregory Benford o el amarillismo de Robert J. Sawyer. Los cronolitos es, sin duda, la obra más redonda de Wilson hasta el momento. Entretenida, inteligente y sin material de relleno. Y es ciencia-ficción. ¿Qué más se puede pedir en estos tiempos?
Santiago L. Moreno
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