Durante sus últimos números, Artifex (primera época) publicó el serial "Bula Matari" de José Miguel Pallarés, germen de la novela que ahora comentamos. Sé de buena tinta que algunas de sus entregas fueron escritas en una sola noche, a la vieja usanza de la literatura pulp, pues al fin y al cabo de eso se trataba. La historia del (intuido) enfrentamiento entre Indortes Hannón (alias Bula Matari) y Chaka-ka-Senzangakhona adolecía de una brutal falta de ritmo y de evidentes reiteraciones, producto de la escritura apresurada, pero así y todo conseguía interesar, debido a su meritoria ambientación ucrónico-histórica, a la casi caricaturesca mala leche de sus personajes y al entrevisto encanto que traslucían sus posibilidades. El cierre de Artifex (o, mejor dicho, su reconversión en la actual Artifex Segunda Época) nos privó de saber cómo terminaba, por más que durante algún tiempo se rumoreó que los suscriptores del fanzine iban a recibir una separata gratuita en la que Pallarés concluiría su obra.
Pasó el tiempo y una nueva editorial, Sulaco, se interesó en el serial para inaugurar su colección Fenris, de temática fantástica. Ya no se trataba de darle un final a aquella novela por entregas, sino de hacerla más coherente, dotarle de una unidad estilística y, sobre todo, rematarla. Para ello, José Miguel Pallarés requirió la participación de León Arsenal, quien todavía tenía pendientes de publicación su brillante antología Besos de alacrán y otros relatos (Metrópolis Milenio) y su novela de aventura histórica El hombre de la plata (Valdemar). No se trató de una elección forzada, en absoluto: el tono requerido para la novela (personajes duros, de vuelta de todo; mucha aventura con tintes históricos y exóticos) hacía en cierto modo necesaria esta colaboración. De este modo, ambos autores se repartieron el trabajo (Pallarés, supervisando la parte zulú; Arsenal, la púnica), la narración se hizo más ágil (por influencia de Arsenal, se sustituyeron los bloques narrativos y frases abigarradas por capítulos más breves y frases más cortas, con lo que la novela gana en legibilidad), se introdujeron más explicaciones de tipo histórico para entender mejor el marco en que se desarrollaba la acción (pues la versión en fanzine a veces pecaba de cierto oscurantismo) y, lo que es más importante, se encontró un final para la historia, de entre los varios posibles que finalmente se desestimaron (y que, si en vez de una novela nos halláramos ante un DVD, serían un extra de obligatoria lectura).
El resultado es el Bula Matari. La pantera y el escarabajo que ahora se comercializa. La historia de Indortes Hannón (mercenario venido a más, que se erige en amo y señor de un imperio neopúnico en una África alternativa en la que los romanos sucumbieron a manos de los cartagineses), su rivalidad con el caudillo zulú Chaka y su relación con la pérfida Safonisbé permanecen, con los pertinentes retoques, prácticamente idénticas a lo que se podía leer en Artifex. La mirada sobre la ruindad humana, más sardónica que cínica y en demasiadas ocasiones rozando la autoparodia, también ("Varios jefes han sido asesinados en forma atroz y se culpan unos a otros". "Esto es cosa de Chaka". "No creo, dista de ser su estilo: hay demasiados supervivientes"). Cambian, ya lo hemos dicho, la agilidad del tempo narrativo, la dosificación de la acción en capítulos más ligeros y un final que, me temo, decepcionará a quienes hayan estado dos o tres años esperando un duelo a la altura de los personajes. Sin embargo, resulta llamativo (y esto no es ni nuevo ni heredado de la anterior versión) ver cómo de los dos planos narrativos contrapuestos (el púnico y el zulú), éste último es con diferencia el más interesante, una auténtica gozada para los admiradores del Chaka histórico, cuya biografía resulta tan apasionante que los autores no han podido dejar el menor espacio a la inventiva.
Excesiva y descompensada, a veces no tan escueta ni clara como pretendía, Bula Matari es una apuesta cuyo interés se halla por encima de sus cualidades literarias intrínsecas, una novela más necesaria que lograda y, sin embargo, un punto y aparte completamente inusitado dentro del panorama del fantástico español que, pese a hallarse a años luz en cuanto a resultados, pretende (y esto ya es todo un mérito) emular a toda la tradición anglosajona de mundos perdidos cartagineses y aventuras bélicas coloniales, a esos Haggard, Doyle o Wilbur Smith. Su lectura, si no obligatoria, se hace recomendable para los aficionados al género, que de este modo podrán encontrarse con una de las cuatro o cinco novelas fantásticas del año 2000 que realmente merecieron la pena.
Juan Manuel Santiago
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