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Cristóbal Pérez-Castejón Ciencia en la ciencia-ficción
Cromopaisaje
Cristóbal Pérez-Castejón




Como estrellas en el cielo

Un elemento fundamental de la trama de Final Fantasy, una de las películas de animación mas logradas técnicamente de los últimos tiempos, es la idea de Gaia. Esta hipótesis, aparecida a finales de los años sesenta, sostiene que la Tierra es en realidad un ser vivo, cuya consciencia se nutre de la esencia vital de todos los seres que alguna vez vivieron sobre su superficie. De este modo, el alma del planeta vendría a ser, en cierto modo, una especie de entidad colectiva que serviría de amalgama a todos esos espíritus individuales. Aunque no desprovista de elementos bastante místicos, incluso esotéricos, la imagen del planeta vivo tal y como la describe esta película (imagen que también recoge Asimov en sus últimos libros de la serie de Fundación y que Lem desarrolla magníficamente en Solaris), puede servirnos para introducir el concepto de gestalt: una sinergia donde varios organismos se unen para formar un todo mas complejo y evolucionado. Como estrellas en el cielo enlazadas por la fuerza de la gravedad, los miembros de la gestalt están enhebrados por la existencia de una mente común que potencia y supera la suma de las mentes individuales de cada uno de sus elementos.

La idea de un superorganismo constituido por la cooperación de muchos organismos más sencillos no es precisamente nueva en la naturaleza. La propia raza humana tiene una notable capacidad de colaboración entre sus miembros. A pesar de ser profundamente individualistas, podemos subordinar ese faceta de nuestra personalidad a la consecución de un bien común mas amplio. Y trabajando de este modo es como hemos conseguido llevar a cabo algunas nuestras obras mas impresionantes: para cualquier extraterrestre que hubiese asistido a la construcción de las pirámides de Egipto o de la gran muralla china, la humanidad podría haber sido fácilmente descrita como un ente colectivo donde muchos cuerpos trabajaban y sólo un puñado de mentes dirigen y guian hacia su fin a la obra realizada.

De todos modos, los mejores ejemplos de sinergia los encontramos en el mundo de los insectos, donde hormigas y abejas han evolucionado hacia sociedades sumamente complejas, estratificadas en castas especializadas y con una dirección centralizada, que son capaces de resolver complicados problemas y realizar complejísimas obras de arquitectura a pesar de la escasa inteligencia individual de los elementos del enjambre.

Hormigueros inteligentes

Este principio ha sido recogido en numerosas ocasiones por la ciencia-ficción. Por ejemplo, en la novela de Charles Sheffield La caza de Nimrod aparece una especie extraterrestre denominada el compuesto remiendo, formado por la integración de numerosos elementos individuales de escasa inteligencia que, a partir de una cierta masa crítica, se transforman en un organismo consciente. El compuesto remiendo "no come, ni bebe, ni se aparea. En un sentido es inmortal pero en otro no tiene existencia permanente". Este concepto de masa crítica aparece también es otras obras, especialmente aplicado a inteligencias artificiales. Dos magníficos ejemplos de esto los encontramos en "Respuesta", de Fredric Brown, un excelente relato ultracorto sobre la aparición de una peculiar IA al interconectarse todos los ordenadores de la galaxia y en "Marque F de Frankestein", de Arthur C. Clarke que relata el mismo proceso pero esta vez asociado al incremento de la capacidad de proceso de la red de comunicaciones de nuestro planeta.

La posibilidad de la evolución de una especie de insectos inteligentes en el universo tampoco es exactamente ajena al género. Por ejemplo, en la conocida novela de Heinlein Tropas del espacio, el archienemigo de la humanidad son las chinches, una especie de insectos sociales organizados de un modo semejante a las hormigas, con castas de obreras, constructores, guerreros, etc., pero dotados de inteligencia... y de la feroz capacidad de expansión de su género. En Ciudad, de Clifford D. Simak, en una época muy remota la humanidad se ha extinguido y la Tierra ha sido heredada por dos especies: los perros, que han evolucionado hasta convertirse en seres inteligentes que recuerdan a la raza humana como una leyenda, y las hormigas, que también han evolucionado para adquirir una incomprensible forma de inteligencia. Algo semejante sucede en la obra de Orson Scott Card El juego de Ender. En ella, la humanidad esta a punto de ser derrotada por la raza de los insectores, unos extraterrestres que han seguido una línea evolutiva semejante a la de nuestros insectos pero que la han completado adquiriendo inteligencia y un fascinante mecanismo de telepatía mental que les permite transmitir instantáneamente sus pensamientos sin tener en cuenta las limitaciones físicas de la velocidad de la luz. Esto permite que el enjambre permanezca cohesionado y activo en distancias no solamente planetarias, sino incluso interestelares. Los insectores son un buen ejemplo de cómo una sociedad de insectos inteligentes podría llegar a dominar el universo. Prolíficos, flexibles, sus flotas funcionan como una sola unidad ante las acometidas humanas, que resultan en principio incapaces de enfrentarse a ellos debido a la inexistencia de referencias comúnes. Sin embargo, tienen el mismo punto débil de cualquier colonia de insectos: la inteligencia no se encuentra distribuida entre todos los miembros del enjambre, como en el caso del compuesto remiendo de Sheffield, sino que se centraliza en la figura de la reina, exterminada la cual el enjambre desaparece.

Gestalts estelares

No todos los extraterrestres organizados en forma de un organismo colectivo son necesariamente insectos. Por ejemplo, en La guerra interminable, de Joe Haldeman, la humanidad se ve enfrentada a la raza de los taurinos, una mente colectiva formada por numerosos cuerpos individuales, con la que se ve abocada a una guerra de miles de años de duración no solamente por los efectos relativistas asociados a los viajes espaciales sino también por los problemas de comunicación derivados del enfrentamiento entre dos razas de características tan dispares. A diferencia de los insectores de Card, los taurinos exhiben una inteligencia distribuida que les hace mucho menos vulnerables a un ataque decisivo. Mas temibles resultan los alienígenas que el mismo Haldeman nos describe en Puente mental. En esta novela, la humanidad entra en contacto con una mente grupal con características telepáticas. Dotada de un inmenso nivel tecnológico, estos extraterrestres adoptan la forma de las especies que encuentra durante su expansión para facilitar el contacto. Y si la raíz del enfrentamiento de los taurinos con la humanidad era una simple cuestión de comunicación, en este caso las razones del conflicto resultan mucho mas prosaicas: una vulgar lucha por el espacio vital. Sólo que una de las partes en este caso está dotada de un arma capaz de destruir soles.

Otro ejemplo curioso de seres ajenos a nuestro planeta organizados en forma de una mente colectiva nos lo proporciona Heinlein en Amos de títeres, donde se nos relata la invasión de la Tierra por parte de unos parásitos que se apoderan de los cuerpos humanos a los que controlan conectándose a través de la nuca a nuestro sistema nervioso. El libro, que contiene numerosas referencias a la guerra fría, plantea sin embargo un motivo interesante de reflexion: los invasores, ¿deberían ser considerados como parásitos... o quizás como simbiontes? Porque es cierto que toman el control de los cuerpos que ocupan. Pero no es menos cierto que la comunión de mentes que implica la fusión también tiene sus ventajas. La menor de las cuales no es, sin duda, el hecho de que bajo esa simbiosis ningún ser humano volvería a sentirse solo jamás.

En cualquier caso, la mente colmena alienígena por excelencia es sin duda la del colectivo Borg de la serie Star Trek. El Borg es una especie mixta, formada por ciborgs biomecánicos pertenecientes a diferentes especies orgánicas. Los cuerpos físicos que lo integran están modificados nanotecnológicamente para incorporar diferentes componentes biomecánicos que incrementan sus potencialidades. Los diferentes elementos del colectivo se encuentran interconectados a su mente grupal de un modo semejante a los insectores, utilizando en este caso campos subespaciales. Pero lo que hace especialmente implacable al Borg es su mecanismo de reproducción. Cuando el Borg se encuentra con una especie, no tiene necesariamente por qué destruirla. Antes al contrario, el Borg "asimila" a sus miembros dentro de su colectivo. Un pequeño equipo Borg sobre la superficie de un planeta convertirá en Borgs a algunos nativos, que a su vez convertirán a otros en una progresión geométrica que no finalizará hasta que todo el planeta haya sido implacablemente asimilado. Además, el Borg no se limita a apoderarse de los cuerpos: también adquiere los conocimientos y habilidades que esa raza posea. Este mecanismo les permite curiosamente "anticiparse" a los efectos de determinados sistemas de armamento para hacerse inmunes a ellos. El Borg se adapta por inspección: solamente sufriendo los efectos de las armas en cuestión es capaz de superarlas. Pero una vez adaptado, no vuelve a sufrir sus efectos jamás.

Todas estas características hacen del Borg una raza casi invencible. En el ejercito Borg no existen prisioneros, ni campos de concentración: el Borg sólo tiene enemigos o aliados y los civiles se engloban rápidamente en la segunda categoría por la pura fuerza de los números. El destino de aquél que se enfrenta al Borg es ser simplemente ser asimilado o desaparecer.

El dulce placer de la conexión mental

Aunque las ventajas militares y expansivas de una raza organizada como un colectivo son evidentes, tampoco son las únicas. Por ejemplo, Arthur C. Clarke nos propone un sorprendente sistema de comunicación interestelar utilizando la potencia compartida de todas la mentes de la Tierra en su relato "Amad este Universo". Otra aplicación mas obvia es la conexión de varias mentes en paralelo para potenciar sus habilidades individuales formando una especie de biordenador avanzado. De este modo, en "Servicio temporario", de Haldeman, aparece una sociedad futura en la que los ciudadanos deben prestar un año de servicio a la comunidad durante el cual sus cerebros son interconectados, dando lugar a un superordenador biológico que se encarga de la gestión de los recursos de la ciudad. Las personalidades de los ciborg tienen que hacerse un hueco entre el mar de datos mientras que los diferentes elementos de sus cerebros se encargan de controlar el trafico, almacenar estadísticas y conseguir que todo funcione adecuadamente. Sin embargo, ¿qué sucede cuando una de las personalidades enloquece y se propaga como un virus a través de la interconexión? En La era del diamante, de Neal Stephenson, también aparece un peculiar ordenador basado en la simbiosis hombre-maquina: los tamborileros, una supercomputadora biológica formado por la conjunción de nanomáquinas con seres humanos y en la que el flujo de datos tiene lugar durante las relaciones sexuales. Y en la serie de Hyperion, de Dan Simmons, el Tecnonúcleo, un conjunto de IAs evolucionadas a partir de las redes de comunicación y datos y que residen fuera del espacio y el tiempo, utilizan las mentes de aquellos que viajan a través de los teleyectores que unen los diferentes planetas como procesadores de cálculo distribuido para llevar a cabo sus tareas. Al desaparecer la red de teleyectores, el Tecnonúcleo vuelve a reincidir en esta estrategia mediante el desarrollo de un simbionte que concede una peculiar forma de inmortalidad al que lo porta...

La interconexión mental también ofrece interesantes posibilidades como medio de entretenimiento. Por ejemplo, uno de los elementos principales de "Blue Champagne", de John Varley, es el transer: la grabación de los sentimientos de una persona para que puedan ser compartidos por todas aquellas que dispongan del reproductor adecuado. Este tema se desarrolla también en la película Días extraños, en la que aparece todo un submundo dedicado al comercio ilegal de grabaciones que permiten al usuario vivir durante unos instantes la vida de otras personas... o incluso su muerte. Sin embargo, en ambos casos la interconexión a este nivel es una experiencia puramente unidireccional que no tiene nada que ver con la aparición de una mente grupal. "Piedra", de Edward Bryant, si va mas allá ofreciendo una peculiar aplicación de esta técnica en un concierto de rock. En efecto, este relato parte de un hecho bastante conocido: la "química" que destilan muchos cantantes cuando actúan en directo. Para cualquiera que haya tenido la suerte de acudir a uno de estos espectáculos, esta claro que en determinadas ocasiones especiales existe algo que va mucho mas allá de la música que se interpreta. Ahora bien, ¿qué sucedería si ese algo pudiera ser aprehendido y modificado mediante una máquina? Bryant propone la utilización de un intensificador de emociones, un sistema informático de realimentación neuronal con el que se focalizan los sentimientos del publico y se le devuelven intensificados. El cantante, como en un concierto real, actúa como catalizador de esas emociones, pero esa relación catalizada es moderada, manipulada y controlada por medios electrónicos en lugar de ser dejada al azar.

Pat Cadigan retoma este enfoque desde una perspectiva diferente en su relato "Rock On", incluido en la celebre antología ciberpunk Mirrorshades. Cadigan parte de unos objetivos algo menos ambiciosos que Bryant, pero igualmente interesantes: en lugar de intentar moderar a esa bestia incontrolada que es el publico, la "pecadora" (un juego de palabras genial en versión original) actúa como aglutinante de la banda, actuando como una especie de sintetizador biológico y sacando lo mejor de ella. Es el caso de la estrella que es capaz de hacer que aquellos que toquen con ella funcionen infinitamente mejor como conjunto que como suma de sus individualidades: la definición clásica de gestalt. A partir de estos puntos de partida, ambos relatos ahondan en la relación de dependencia, casi de drogadicción, que puede implicar una relación de este tipo. Las dos protagonistas están completamente controladas por el poder que ostentan sobre el público y en cierto modo no pueden prescindir de él. Y sin embargo, las dos están siendo arrastradas por una profunda corriente de autodestrucción, sienten que están siendo sometidas, absorbidas, que estan perdiendo su propia individualidad dentro de la máquina con la que trabajan. En suma, el viejo dilema del ciborg de sacrificar lo que le convierte en humano para conseguir ser algo más que humano.

Los caminos de la fusión

Muchos son los mecanismos que se han propuesto para acceder al estadio de entidad colectiva que estamos analizando. En algunos casos se utiliza como intermediario una especie extraterrestre catalizador de la fusión. Por ejemplo, en "Cuatro en uno", de Damon Knight se nos plantea una curiosa interconexión mental a través de una especie de ameba que digiere todo el cuerpo de sus víctimas... a excepción del sistema nervioso, que pasa a utilizar en su propio beneficio. En otras ocasiones, el estado de mente colectiva se alcanza al someter a un grupo a una súbita tensión, como si del forjado de una espada se tratase. Por ejemplo, en La caza de Nimrod se lanza una persecución despiadada contra unos artefactos biológicos, llamados las criaturas de Morgan, que tras haber sido creadas como instrumento de defensa escapan del control humano y se convierten en una peligrosa amenaza. Los equipos perseguidores están formados por un miembro de cada una de las razas inteligentes que pueblan el sector del espacio conocido en el que tiene lugar la acción: humanos, tubos rilla, ángeles y remiendos (a los que ya nos hemos referido antes). Los problemas aparecen cuando al verse enfrentados a una criatura de Morgan en el selvático planeta de Travancore, los cuatro miembros de uno de los equipos se funden dando lugar a una entidad colectiva mucho más potente que cada uno de los miembros originales del equipo del que partía e incluso que el equipo global que formaban.

Otra variante bastante utilizada implica la actuación de alguna forma de proceso biológico. Especialmente interesante resulta el empleo de clones. En efecto, es bien conocido que los gemelos univitelinos muchas veces alcanzan un estadio de interconexión mental poco habitual. ¿Qué sucedería si en vez de gemelos tuviésemos clones, imágenes idénticas de un mismo individuo repetidas hasta el infinito? En Hoy escogemos rostros, de Roger Zelazny, ese mecanismo de clonación da lugar efectivamente a la aparición de una mente grupal. Algo parecido sucede en La guerra interminable, donde la utilización de clones para mejorar al máximo las características de la raza humana da lugar a la aparición del Hombre, una especie formada por individuos idénticos con una mente común que por fin es capaz de entenderse con la mente colectiva de los taurinos y detener la guerra.

La utilización de máquinas mas o menos sofisticadas para conseguir la gestalt, como el caso del colectivo Borg que comentábamos mas arriba, también es una estrategia bastante socorrida. Por ejemplo, en el célebre relato "La ultima pregunta", de Asimov, la humanidad termina por convertirse en una sola mente colectiva refugiada junto a un superordenador en el hiperespacio huyendo del incesante avance de la entropía en el universo. En Paz interminable, de Joe Haldeman, ganadora de los premios Hugo y Nebula, se nos describe un mundo con energía de fusión barata, en el que la nanotecnología puede fabricar cualquier cosa y en el que existe una tecnología de interconexión mental, una interface directa entre el cerebro humano y la máquina. Esta tecnología se utiliza principalmente en sistemas de telepresencia que se emplean para pilotar a los robots que actúan como los soldados del mundo rico en su lucha contra los países pobres. Por medio de este sistema, los soldados comparten sus experiencias y emociones y, aunque no llegan a formar una mente colectiva (cada individuo del pelotón tiene una identidad bien definida), a nivel militar el pelotón se convierte en una entidad compuesta prácticamente invencible. Sin embargo, en un momento dado, al superar el tiempo de conexión mental una determinada magnitud, esta interconexión hace avanzar a los miembros del pelotón a un estadio superior de consciencia, a una gestalt que puede eliminar completamente la violencia contra los de nuestra misma especie. Desgraciadamente, las implicaciones de ese afortunado hallazgo ya no resultan tan evidentes. Para empezar, el Homo Superior no es el resultado de la evolución de la especie, sino de una manipulación mecánica. La modificación no es genética y por tanto no es heredable, lo que implica que a partir de ese momento todo ser humano deberá someterse a una peligrosa operación para mantenerse a la par de sus congéneres. Y la operación no siempre tiene éxito, por lo que la humanidad se ve abocada a un cisma entre conectados y desconectados que puede convertir algo tan noble como eliminar la guerra en la peor dictadura de la historia.

La senda de la evolución

La gestalt de Paz interminable es un proceso reversible, en cuanto que cualquiera que no sea sometido a la operación continua siendo un ser humano normal y corriente. Pero, ¿qué sucedería si el destino último de la humanidad fuese convertirse en una mente colectiva, renunciando a la individualidad de sus miembros en el proceso? Una de las novelas que trata de un modo más interesante este problema es El fin de la infancia, de Arthur C. Clarke. En ella, en un día cualquiera, la humanidad descubre de repente que no está sola en el universo: las gigantescas naves de los superseñores se ciernen sobre todas las ciudades de la Tierra avasallando al genero humano con su poder. Los superseñores proclaman que su presencia en la Tierra está destinada a ayudar a la humanidad en todo lo posible. Pero poco después de su llegada, los niños del planeta comienzan a tener extraños sueños, en los cuales se ven viajando con destino a una entidad ignota que se sitúa en la más remota frontera del espacio y del tiempo. El fin de la infancia trata el tema de la mente colectiva como una evolución, como una meta alcanzada por una humanidad que salta a un estadio superior al fundirse con la mente que duerme en el corazón de la galaxia. Y la partida de los hijos dejando atrás a sus padres y al mundo que les vio nacer está cargada con un profundo y emocionante simbolismo.

Sin embargo, la obra cumbre sobre el papel de la gestalt en la evolución del genero humano es sin duda Más que humano, de Theodore Sturgeon. En esta obra el lector asiste al nacimiento del Homo Gestalt, con sus vacilaciones, sus avances y sus retrocesos, pero cada vez más firmemente encauzado en el camino que lleva a la aparición de una nueva especie. Con una estructura narrativa muy característica, los personajes van trazando una peculiar danza en cuyos giros se esconde la autentica naturaleza de los hechos que se narran. Más que humano es una novela de descubrimiento, en la que una prosa dulce y hermosa lleva al lector cogido de la mano en el periplo de unos personajes que van en busca de su propia percepción del nacimiento del Homo Hestalt, nuestro heredero. Un nacimiento, que aun siendo violento, como todos los nacimientos, lleva implícito la semilla de un mundo mejor.

Epílogo

La idea de integrarse en una mente colectiva de cualquier tipo resulta profundamente desagradable a la mayor parte de los humanos. Ese proceso de fusión en algo mayor, aun cuando lleve aparejado un incremento del poder o la promesa de un mundo nuevo y maravilloso, también implica en cierto modo la renuncia a algo que nos resulta indispensable como humanos: el concepto del yo inviolable. En ese sentido la mente colectiva resulta un poco como la muerte, y como tal la rechazamos. No es de extrañar que muchos de los grandes villanos del genero, como el colectivo Borg, o los insectores de Ender, formen parte de mentes colectivas más o menos definidas y más o menos amenazantes. Sin embargo, nada puede inducirnos a pensar que, quizás mañana, quizás en este mismo momento, la humanidad no esté dando los pasos necesarios para avanzar a un estadio superior de la evolución que implique alguna forma de gestalt. Un estadio en el que, quizás, el hombre descubra que no tiene por qué estar solo nunca más.


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