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Antología de la ciencia ficción española 1982-2002
Antología de la ciencia ficción española 1982-2002
Julián Díez (selecc.)
Col. Kronos
Minotauro, 2003

Aunque al lector lego en el asunto, sobre todo si tuviese que fiarse de las historiografías al uso o de los suplementos literarios, hablar de una antología de ciencia-ficción española pueda parecerle poco menos que un acto de fe, el caso es que éstas vienen publicándose desde hace décadas y bajo títulos de lo más variado, algunos tan coyunturales como Antología social de ciencia ficción, fechada en 1972. Lógicamente, sólo algunas han alcanzado la consideración de históricas, mojón ineludible para evaluar la evolución del género en la sufrida piel de toro, y en consecuencia su mención es obligada, ya sea por descubrir sus orígenes -como De la Luna a Mecanópolis. Antología de la ciencia ficción española (1832-1913)-, ya sea por erigirse como testimonio de una generación en concreto -categoría a la que se podría adscribir los dos volúmenes de la Antología de la ciencia ficción castellana, de 1973 y a cargo de José Luis Martínez Montalbán, y las dos antologías de Domingo Santos, una de 1967, donde concurrían autores como Juan G. Atienza, Narciso Ibáñez Serrador, Tomás Salvador o Ángel Torres Quesada, y otra de 1986, a la que se incorporaban José Luis Garci, Enrique Lázaro, Javier Redal o Gabriel Bermúdez Castillo-. El tiempo no pasa en balde y como decía Domingo Santos cerrando el prólogo de la edición de 1986: “dentro de unos años esta antología puede que necesite una complementación. Otra antología, independiente de ésta (que se convertirá así en una antología histórica), y que albergue todos esos nuevos valores que ahora están empujando fuerte y que para entonces ya habrán llegado”.

En efecto, la flamante Antología de la ciencia ficción española 1982-2002 merece el calificativo de histórica en más de un sentido: recoge conscientemente el testigo dejado por sus predecesoras y presenta lo más granado de dos décadas a través de doce autores señeros y sus correspondientes relatos que así los certifican; arranca en un año, 1982, que de alguna manera significó el alumbramiento de la cf española contemporánea, coincidiendo con el cierre de la revista Nueva Dimensión y la llegada de nuevos valores dispuestos a dar un golpe de mano al género; goza de una distribución sin precedentes y en una edición en tapa dura, impecable; es el primer título con el que consigue entrar la cf española en la muy restrictiva y emblemática editorial Minotauro (aceptada además antes de que ésta fuese absorbida por el grupo Planeta, cuando estaba al frente Francisco Porruá, que era poco amigo de concesiones y conocido por su inquebrantable criterio y un listón de calidad que siempre mantuvo); es una selección intachable, sin mácula, sin un relato que perjudique la valía global de la obra (sólo hay uno, “Entre líneas”, de José Antonio Cotrina, que no cumple su función, pero no por su factura, excelente, sino por escapar al género que nos ocupa y entrar en las lindes del género de fantasía, y de forma más bien ortodoxa al contar con un personaje prototípico, el mentor); pero en definitiva es tan alto el nivel de los relatos aquí reunidos que deparará una grata sorpresa al que los desconozca, y podría traducirse, tal cual, sin sonrojo ni coartadas de ninguna clase.

El primero de los relatos, “Mein Führer”, exhibe a las claras las que iban a ser las armas de la nueva generación: potencial especulativo y un estilo que no renuncia a las posibilidades que ofrece la literatura, todo lo contrario, en manos de su autor, Rafael Marín, estilo y forma se antojan como indisolubles y en perfecta armonía; sí, la trama se inscribe en un bucle temporal, pero también nos habla del entusiasmo por contar una historia con palabras. Marín, que por entonces publicaría la novela Lágrimas de luz, últimamente se encuentra, como ya han apuntado varios críticos, “en pleno proceso de reinvención” gracias a relatos como “Una canica en la palmera”, que exorcizan fantasmas familiares y que de agruparse en una recopilación monográfica podría, salvando las distancias, equivaler en importancia y dentro del ámbito de las letras hispanas a lo que supuso en su día la seminal antología Dark Carnival, de Ray Bradbury.

El relato siguiente, “La estrella”, de Elia Barceló, se estructura en dos planos narrativos a modo de metáfora de la dificultad que entraña el contacto entre seres diferentes, haciendo gala de un lirismo que formaría parte del sello personal de la escritora. Por su parte, César Mallorquí, hijo de José Mallorquí, el popular creador de El Coyote y de Tres hombres buenos, da muestras de que el oficio lo lleva en la sangre, y de su fugaz pero influyente paso por el género nos deja “El rebaño”, otro relato de desazonador tinte apocalíptico, antes de que encontrase su nicho editorial en el mercado juvenil y diese con novelas tan notables como La catedral. Compañero de Mallorquí en diversas publicaciones, como la madrileña Cyberfantasy, donde compartían páginas, León Arsenal ha preferido dirigir su carrera hacia otros derroteros con novelas del interés de El hombre de la plata o Las lanzas rotas, publicadas en Valdemar histórica. Presente en la antología con una especie de variación sideral de la leyenda del Kraken, “El centro muerto”, Arsenal prima por encima de los recovecos argumentales un tratamiento minucioso, un estilo cortante, el empleo de un léxico rico y un cuidado en la ambientación tal que consigue transmitir un estado de ánimo. De un escritor particularmente activo en los años ochenta, Joan Carles Planells, se nos ofrece el evocador “Otro día sin noticias suyas”, en palabras del crítico Juan Manuel Santiago “una muy sentida, muy elaborada y muy catalana historia sobre veranos en la playa y extrañas compañías que, sin exagerar, podría haber sido escrito por Juan Marsé o Cristina Fernández Cubas”. De otro escritor catalán, Armando Boix, se ha seleccionado “Nada personal”, que no se encuentra entre lo mejor de su repertorio, pero que aún así mantiene el nivel, sobre todo por su pesimista final, y sirve como muestra de que el ciberpunk caló en España. Daniel Mares, Eduardo Vaquerizo y Ramón Muñoz son autores más recientes, todos ellos procedentes de Madrid, en cuyas hombros descansa buena parte de las perspectivas del género -de los dos primeros están disponibles sus últimos trabajos, Una luz en la noche y Mentes de hielo y noche-. Mares, en “Los herederos”, exhibe su estilo percuciente, un no dejar en vilo ni por un momento la narración y su habitual derroche imaginativo, merced a una violenta estampa bélica en un futuro distante; Vaquerizo, en “Una esfera perfecta”, un relato que gana en cada relectura, construye un universo de leve halo orientalista en el que sitúa a dos personajes unidos por un destino antagónico, y como es característico en el autor, conlleva toda una colorista explosión de imágenes; y Ramón Muñoz sorprende en “Días de tormenta” por la madurez de su prosa alejada de las fórmulas más trilladas y una historia en una Camboya de pasado mañana en la que los dilemas éticos a los que nos abocan las nuevas tecnologías son puestos en tela de juicio.

Uno de los grandes aciertos de esta antología ha sido el de dejar espacio para cuentos de mayor extensión (unas cincuenta páginas cada uno) como “El bosque de hielo”, de Juan Miguel Aguilera, uno de los hitos de la cf española, pues hermana los postulados de la cf hard, esto es, aquélla fundamentada científicamente -vemos desfilar desde conceptos como la criogenización hasta análisis de ADN-, con el lirismo, consecuencia directa de un trasfondo de amor y entrega entre una pareja por una parte, y por otra al sentido de la maravilla inherente al marco que dibuja, preñado de glaciares o árboles de mil kilómetros a los que Aguilera da visos de realidad mediante la mencionada base hard. El otro relato al que aludíamos, “Un jinete solitario”, de Rodolfo Martínez, es una ágil historia de espionaje enclavada en el universo de Drímar, donde también transcurre Los celos de Dios y La sonrisa del gato. A través de los diversos testimonios sobre un hacker que levanta una investigación de corte policial, queda patente el oficio del autor para cimentar una trama sin fisuras y su atención al diálogo interior de los personajes, lo que termina por implicar emocionalmente al lector.

Al parecer, el criterio adoptado por el antologista Julián Díez, coeditor de la revista Artifex y coordinador de la guía Las 100 mejores novelas de ciencia ficción del siglo XX, ha sido el cronológico en sentido estricto, es decir, de autores como León Arsenal se podía haber escogido otro relato, por ejemplo “En las fraguas marcianas”, pero se ha preferido uno de su época más prolífica en el género, lo que hace más fidedigno la impresión general de seguirse el orden de lectura propuesto y redunda en beneficio del valor testimonial del volumen. Aparte, la antología se completa con una bibliografía, con un capítulo de recomendaciones y con un somero estudio introductorio de especial valía por desligarse de cualquier revanchismo o de ramalazos fandomíticos que empañan otras historias del género -y que tiene a bien mencionar a autores olvidados como Joan Manuel Gisbert o Jordi Sierra i Fabra, o a la ciencia-ficción catalana y la importante Mecanoscrit del segon origen-, para trazar una historia ajustada, escrita en un tono neutro y enciclopédico; el tono que precisan las obras de consulta que perduran, excelente complemento a una antología llamada a quebrar prejuicios y a demostrar que la ciencia-ficción española puede en sus momentos más brillantes, como los que atesoran sus páginas, ocupar un lugar destacado en cualquier estantería o biblioteca que se precie.

Pablo Herranz

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