La batalla de Abri se ha saldado con victoria para los patryn. Haplo está en Abarrach, mortalmente herido y en manos de Xar. El Señor del Nexo se propone convertir al patryn en un lázaro -cadáveres en los que cuerpo y alma permanecen unidos debido a su pronta resurrección- para que le guíe hasta la Séptima Puerta. El sartán Alfred ha sido capturado por unos de los peores seres del Laberinto; Marit y Hugh La Mano tratan de rescatarlo, ya que su magia es indispensable para luchar contra las serpientes dragón y liberar a Haplo. La repentina aparición del mago Zifnab al mando de los dragones buenos de Pryan hace que la esperanza vuelva a brillar entre patryn y sartán.
La Séptima Puerta cierra El ciclo de la Puerta de la Muerte de una forma demasiado rápida. No sabemos por qué, pero aquí a los autores les dio por correr y, ciertamente, podrían haberle sacado mucho más partido. El final es demasiado previsible y etéreo para mi gusto, además de muy corto. Al ser el último libro, deberían haberse esmerado un poco más, tomándose el asunto con calma y alargándolo, como mínimo, hasta las cuatrocientas páginas, que, si se hubieran puesto, les habrían salido perfectamente.
Tras haber acabado de leer los siete volúmenes de la saga (Ala de dragón, La estrella de los elfos, El mar de fuego, El mago de la serpiente, La mano del caos, En el laberinto y La Séptima Puerta), he de decir que ésta no es lo que parece. Lees el primero y piensas: Esto va a ser una dragonada pura y dura. Pero a medida que vas avanzando te vas dando cuenta de que El ciclo de la Puerta de la Muerte no es otra cosa que una metáfora de nuestra sociedad vista desde un punto fantástico. El creer que somos dioses es algo que está muy de actualidad a pie de calle, como la búsqueda del poder superior benéfico en un ser tangible de carne y hueso. En España, como país católico, apostólico y romano que es (o era, porque ahora en esto de la religión las cosas se están liberalizando), nos han enseñado desde pequeños que Dios sólo hay uno y omnipresente, que encima es tres personas y una sola a la vez (de pequeña, acabé llegando a la conclusión de que, si no era el afable ancianito de largas barbas blancas con un triángulo en la cabeza, estaba en las palomas que se ponían en el alero del edificio de enfrente), algo que no nos entra del todo en la cabeza. Por eso, hombres estúpidos, nos empeñamos en buscarle en una presencia tangible o, sencillamente, creemos que somos nosotros mismos. Y lo peor es que, en cierto modo, tenemos razón. Cada uno puede ser un dios en su propio universo. Cada uno de nosotros lleva dentro a su dios de la minucias, aquél que por medio de la discreción hace que cada menudencia vaya forjando el día de mañana, aquél que hace que cada insignificancia vaya trazando el curso del destino hacia donde nosotros queramos llevarlo; hasta donde, para bien o para mal, queramos llegar.
Pero ya fuera de los temas religiosos y de lo que consideramos fantasía épica, en realidad es una forma de ciencia-ficción. De acuerdo, no tiene ni hombrecillos verdes de ojos saltones ni naves metálicas que surcan a la velocidad de la luz el espacio interestelar, pero sigue siendo ciencia-ficció: el hombre continuó progresando con la ciencia y la técnica y se olvidó por completo de la magia. Debido a unas alteraciones genéticas, surgieron unas nuevas razas (elfos y enanos). Cuando la tecnología sobrepasó sus límites, dos facciones humanas volvieron a centrarse en la magia (patryn y sartán), adaptándola cada cual a sus necesidades y obteniendo un poder digno de un dios. Se impusieron sobre sus antiguos congéneres humanos, elfos y enanos e intentaron someterlos. Patryn y sartán se enfrentaron desde el principio por obtener el dominio absoluto sobre las razas menores. Cuando los segundos vieron que sus enemigos se habían fortalecido y que su monopolio sobre el mundo -y, de paso, el universo- peligraba, decidieron dividirlo y encerrar a los patryn en un correccional. Sin más. Visto de este modo, ¿es o no ciencia-ficción, aunque esté narrada como una dragonada?
Es entonces cuando comprendes a qué se deben los guiños del mago Zifnab a cosas del mundo actual (Clark Gable, James Bond, Dorothy -la niña de El mago de Oz-, Apolo XIII, Equipo A..., por citar algunas), ya que el sartán las conocía de antes de la Separación.
Como me contaban el otro día, desde el boom de Harry Potter la literatura fantástica se ha infantilizado tanto que los lectores más mayorcitos se encuentran casi sin oferta. Uno va a la sección de novedades fantásticas de una librería, coge un libro, lee la sinopsis de la cubierta posterior y eso basta para echarle para atrás. El floreciente mercado de la literatura fantástica infantil y juvenil está ahí y es algo que se tiene que explotar, pero de ahí a que dejen casi olvidados al resto de lectores, lo que están haciendo las grandes editoriales en España, va un abismo. Y claro, este mercado se está quedando en manos de las editoriales pequeñas, quienes intentan sostenerlo como pueden, pero sus libros son bastante difíciles de encontrar en la librerías corrientes (no todo el mundo tiene una librería especializada cerca de casa) y suelen tener problemas con la distribución de ejemplares (y no quiero señalar a nadie), así que no sé ni cómo la cosa sigue en pie. En vez de tanta literatura del género para niños, deberían apostar más por las novelas que gustan mucho a los lectores mayorcitos y pueden ser perfectamente leídas y entendidas por un chaval de trece años (también hay que decir que hay chavales y chavales de trece años...). La saga de Weis y Hickman es un buen ejemplo de ello; como también lo es la Saga de Geralt de Rivia, de Andrzej Sapkowski, que publica Bibliópolis.
El ciclo de la Puerta de la Muerte es una de las mejores sagas del género que hay hasta el momento, y aunque nadie me haga ni puñetero caso, creo que debería ser lectura recomendada en todos los colegios e institutos, ya que bajo el disfraz de la dragonada pura y dura se encuentran valores y enseñanzas que a más de uno le serían de mucha utilidad.
Blanca Martínez
|